El
tren rueda, es de noche, hago el amor con Sophie en la litera y ella es ella.
Los compañeros de mis sueños eróticos suelen ser difíciles de identificar, son
varias personas a la vez sin tener la
cara de ninguna, pero aquella vez no, reconocí la voz de Sophie, sus palabras,
sus piernas abiertas. En el compartimento del coche cama donde hasta entonces estábamos solos entra otra
pareja: el señor y la señora Fujimori. Ésta se nos une, sin remilgos. El
entendimiento es inmediato y muy risueño. Sostenido por Sophie en una postura acrobática, penetro a la
Fujimori, que pronto experimenta un rapto de placer. En ese momento, el señor
Fujimori nos comenta que el tren ya no avanza. Está detenido en una estación,
quizá desde hace un rato. Inmóvil en el andén iluminado con lámparas de sodio,
un miliciano nos observa. Corremos las cortinas a toda prisa y, convencidos de que el miliciano
va a subir al vagón para pedirnos cuentas de nuestra conducta, nos apresuramos
a ponerlo todo en orden y a vestirnos para estar dispuestos, cuando él abra la
puerta del compartimento, a asegurarle con el mayor aplomo que no ha visto
nada, que lo ha soñado.
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