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-« ... en la vasta vacuidad del empíreo ... » -leyó la
señorita Dawson-. ¿Puedes decirme lo que significa «empíreo»?
-Significa ... -contestó Angel. Se humedeció los labios con la
lengua. Por la ventana de la clase miró al cielo, más allá de los árboles
desnudos-. Significa «el más alto cielo».
-Sí, el cielo -dijo la señorita Dawson con recelo.
Tendió el cuaderno a Angel; estaba perpleja. La chica tenía una
gran fama de embustera y la señorita Dawson, al recibir su extraña redacción
«Una tempestad en el mar», la había estudiado
cuidadosamente y en actirud prevenida, pues temía haber leído aquello antes o
faltado a su obligación de haberlo hecho. Había dedicado una inquieta velada a
escudriñar en Pater y Ruskin y otros. Aunque desdeñaba tal prosa ornamental,
tales crescendos y aliteraciones, antes
de afirmar que se trataba de un texto vulgarmente sobrecargado confiaba en
descubrir quién lo había escrito. Lo consultó con la directora, quien también
juzgó necesaria la cautela. Era, pensaba, un texto digno de admiración en una
chica de quince años; si es que realmente era obra de una chica de quince años.
-¿Ha escrito alguna vez algo parecido?
-Nada. Una o dos líneas llenas de borrones.
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