¡MASACRE, MASACRE!
Al sol de la mañana la bomba de
aviación que cae es una pompita de jabón que en un instante raya el cielo azul
de arriba abajo. Vibra al sentirse herido el gran diapasón del espacio y,
luego, si se está cerca, se sufre en las entrañas un tirón de descuaje como si
le rebanasen a uno por dentro y le
quisieren volcar fuera. El estómago, que se sube a la boca, y el tímpano,
demasiado sensible para tan gran ruido, son los que más agudamente protestan.
Esto es todo. Mientras, el pajarito niquelado que ha puesto en medio del cielo su
huevecillo brillante y fugaz como una centella,
remonta el vuelo y pronto no es más que un punto perdido en la distancia.
Después, comienza el espectáculo
de la tragedia. ¿Dónde ha caído la bomba? Nadie lo sabe, pero todos suponen que
ha sido muy cerca, allí mismo, dos casas más allá a lo sumo. Resulta que
siempre es un poco más lejos de lo que se suponía. La gente acude presurosa al
lugar de la explosión. Los milicianos han cortado la calle con sus fusiles, y
los curiosos han de contentarse con ver desde lejos los vidrios hechos añicos
de balcones y ventanas y los cierres metálicos de las tiendas arrancados de
cuajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario