I
A la cárcel
En verano de 1936 estaba yo en
Vera de Bidasoa en nuestra casa llamada Itzea. Veíamos con frecuencia, sobre
todo los días de fiesta, pasar autobuses llenos de gente obrera que venían la
mayorí de lrún. Muchos llevaban la bandera roja. Al pasar por delante de las
casas levantaban el puño cerrado en ademán de animosidad y cantaban con furia, aunque
desafinando horriblemente, la
Internacional. Ya se comprendía que los obreros estaban exaltados y pensando en
hacer algo revolucionario. Más chillones aún que los hombres eran las mujeres
y, al pasar delante de nuestra casa del barrio de Alzate, daban gritos
vitoreando a la Anarquía y a la Revolución Social. Unas semanas después, un médico
de Vera que tenía a su mujer enferma en un pueblo del camino llamado Almandoz, nos
dijo a uno de la policía y a mi que, si queríamos ir a ese pueblo a pasar la
tarde, nos llevaba en auto. El policía y yo aceptamos y fuimos. Al llegar al
pueblo, oímos decir que iba a pasar por la
carretera una columna de fuerzas carlistas de requetés que habían salido
de Pamplona.
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