26 de diciembre de 2010
El primero en ver la carroña es Ahmed Ouallahi.
Desde que Esteban cerró la carpintería hace más de un mes,
Ahmed pasea todas las mañanas por La Marina. Su amigo Rachid lo lleva en el
coche hasta el restaurante en que trabaja como pinche de cocina, y Ahmed camina
desde allí hasta el rincón del pantano donde planta la caña y echa la red. Le
gusta pescar en el marjal, lejos de los mirones y de los guardias. Cuando cierran la cocina del restaurante -alas tres y
media de la tarde-, Rachid lo busca y, sentados en el suelo a la sombra de las
cañas, comen sobre un mantel tendido en la hierba. Los une la amistad, pero también se brindan un servicio
mutuo. Pagan a medias la gasolina del viejo Ford Mondeo de Rachid, una ganga
que consiguió por menos de mil euros y ha resultado ser una ruina porque, según dice, traga gasolina con
la misma avidez con que un alemán bebe cerveza. Desde Misent al restaurante hay
quince kilómetros, lo que quiere decir que, sumando ida y vuelta, el coche se chupa tres litros. A casi
uno treinta el litro, suponen unos cuatro euros diarios sólo en combustible, ciento
veinte al mes, a descontar de un sueldo que apenas llega a los mil, ése es el
cálculo que le hace Rachid a Ahmed
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