Uno
Ella vino por el callejón y subió
las escaleras traseras, como antes. Hacía un año que Doc no la veía. Que nadie
la había visto. Por entonces iba siempre en sandalias, con la parte de abajo de
un bikini estampado de flores y una camiseta desteñida de Country loe & the
Fish. Pero esa noche vestía de pies a
cabeza como una chica de tierra adentro y llevaba el pelo mucho más corto de lo
que él recordaba: la pinta que ella juraba, en el pasado, que nunca tendría.
-Eres tú, Shasta?
-Se cree que está alucinando.
-Supongo que es por el nuevo
envoltorio.
Los iluminaba la luz de la calle
que entraba a través de la ventana de la cocina, a la que nunca se había
molestado en poner cortinas, y desde la falda de la colina les llegaba el
estampido de
las olas. Algunas noches, con el
viento apropiado, se oía el oleaje en toda la ciudad.
-Necesito tu ayuda, Doc.
-¿Sabes que ahora tengo una
oficina?, ¿como un empleo normal y todo eso?
-Te busqué en el listín
telefónico; estuve a punto de pasarme por allí. Pero luego me dije: mejor para
todos que esto parezca una cita secreta.
Pues muy bien, nada romántico
esta noche. Mal rollo. Pero a lo mejor todavía caía algún encargo remunerado.
-Te vigilan?
-Acabo de tirarme una hora dando
vueltas por las calles de los alrededores para no llamar la atención.
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