De La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, p.56
Ésta es una idea profunda mía, pero nació a su vez de otro idea profunda. Lo dijo un invitado de papá que vino ayer a cenar: "Los que saben hacer las cosas, las hacen; los que no saben, enseñan a hacerlas; los que no saben enseñar, enseñan a los que enseñan, y los que no saben enseñar a los que enseñan, se meten en política.» Todo el mundo pareció encontrar aquello muy inspirado, pero no por los motivos adecuados. "Cuánta razón tiene», dijo Colombe, que es especialista en falsa autocrítica. Forma parte de aquellos que piensan que el saber vale por el poder y el perdón. Si sé que formo parte de una elite autosatisfecha que sacrifica el bien común por exceso de arrogancia, me libro de la crítica y consigo con ello el doble de prestigio. Papá también tiende a pensar así, aunque es menos cretino que mi hermana. Él todavía cree que existe algo llamado "deber» y, aunque sea a mi juicio quimérico, ello lo protege de la idiotez del cinismo. Me explico: no hay mayor frivolidad que ser cínico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario