De Ayre de Dylan de Vila Matas. P.104-105
Le cité una caricatura que había hecho de un intelectual el dibujante Daumier; en ella se veía a una dama de aspecto severo que hojeaba enfadada el periódico en la mesa de un café. «No hay más que deportes, caza y disparos. ¡Y nada sobre mi novela!», se quejaba. Ahí estaba, bien evidente, el gran error: creer que un libro tenía que competir con el último asesino en serie o con el último caudillo árabe destronado. ¿O acaso escribimos para los que sólo siguen las noticias de lo que ocurre en WaIl Street, en Siria, en Libia, en Irak, en Grecia, en Japón y en la pujante China?
Los hacedores de esas noticias todas tan tremendas, decía Bellow, piensan en la conciencia como un territorio que se acaba de abrir para los colonizadores y la expotación, una especie de fiebre por la tierra de OkIahoma. Pero en realidad, el escritor le habla a un lector indefinido, pero que de algún modo imagina que tiene que ser como él, alguien que no se deja ahogar del todo por los cien mil atractivos de OkIahoma y en cambio se muestra interesado por el esfuerzo grandioso que hay que hacer, a menudo un esfuerzo secreto y más que escondido, para poner en orden la confundida conciencia.
Ese trabajo secreto con la conciencia, traté de explicarle al odioso colega (que miraba cada vez más hacia otro lado) se desarrolla en perímetros alejados del gran espectáculo del mundo. Hay lectores que son conscientes de que a diario los famosos «mercados» y sus parientes más próximos, los dueños del Teatro de OkIahoma, están abusando de su atención. Pero también son conscientes de que los escritores que sobreviven -seguí diciéndole, creo que algo influenciado por la conferencia de Daisy Skelton de aquella mañana- son sólo aquellos que tienen en cuenta la tragedia de tantos lectores de los que se ha abusado y que, a pesar del abuso, aún muestran fuerzas para prestar atención a quienes, como ellos, traten de poner en orden a la enmarañada conciencia. Ese trabajo secreto con la conciencia no se ve jamás en la televisión, no es mediático, habita en las viejas casas de la vieja literatura de siempre.
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