Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 37. LA VIDA BREVE / JUAN CARLOS ONETTI
-Mundo loco -dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.
Yo la oía a través de la pared. Imaginé su boca en movimiento frente al hálito de hielo y fermentación de la heladera o la cortina de varillas tostadas que debía estar rígida entre la tarde y el dormitorio, ensombreciendo el desorden de los muebles recién llegados. Escuché, distraído, las frases intermitentes de la mujer, sin creer en lo que decía.
Cuando su voz, sus pasos, la bata de entrecasa y los brazos gruesos que yo le suponía pasaban de la cocina al dormitorio, un hombre repetía monosílabos, asintiendo, sin abandonarse por entero a la burla. El calor que la mujer iba hendiendo se reagrupaba entonces, eliminaba las fisuras y se apoyaba con pesadez en todas las habitaciones, en lso huecos de las escaleras, en los rincones del edificio.
La mujer iba y venía por la única pieza del departamento de al lado, y yo la escuchaba desde el baño, de pie, la cabeza agachada bajo la lluvia casi silenciosa.
-Aunque se me destroze a pedazitos el corazón, le juro -dijo la voz de la mujer, cantando un poco, cortándosele el aliento al final de cada frase, como si un empecinado obstáculo surgiera cada vez para impedirle confesar algo-. No le voy a ir a pedir de rodillas. Si él lo quiso, ahora lo tiene. Yo también tengo mi orgullo. Aunque me duela más que a él mismo.
-Vamos, vamos -conciliaba el hombre.
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UN VIAJE MENTAL
Juan Carlos Onetti nació en 1909, el primero de julio. Tuve la complacencia de asistir a la celebración del centenario de su nacimiento realizado en el “Centro Cultural España”, cuyos expositores circularon durante dos días. El invitado especial para disertar sobre la obra del autor nacido en Montevideo fue Mario Vargas Llosa, quien había publicado (en el año 2008) un libro de ensayos titulado “El viaje a la ficción / El mundo de Juan Carlos Onetti”, en el que hace un estudio meticuloso de la técnica y los temas recurrentes, especialmente el pesimismo que se erige en tema central, en la obra del escritor uruguayo.
La gestación de “La vida breve” se dio entre 1948 y 1950, año de la publicación del libro para el círculo de lectores, Onetti se encontraba avecindado en la ciudad capital del país más importante de América del Sur: Buenos Aires de Argentina. Las calles que aparecen en el espacio de la obra son: la calle Corrientes, Independencia (en donde vivió en la vida real), la Victoria; es que él vivió por muchos años en la gran urbe cosmopolita bonaerense en un momento en que se desarrollaba, con veinte años de retraso respecto a Europa, el tipo del indiferente moral, es decir, el que no tiene fe ni interés por su destino. El mundo burgués, liberal y humanista empezó a cambiar tras la primera postguerra en un mundo industrial y de masas emergentes. Este tipo de hombre que encontró una nueva forma de entender la libertad en la soledad de alguna habitación estrecha de cierto edificio de la urbe caótica.
Este tipo humano que es un acomplejado existencial se encuentra totalmente desprovisto de armas para la lucha por la vida, con esa metáfora cruel y atroz de Darwin que es a lo que nos referimos cuando hablamos de la lucha por la vida, y, además, se sabe enfermo en una sociedad que ignora que está enferma. Sucede que después de 1918 el hombre europeo se encuentra indiferente, padece de nuevos males: la soledad, la angustia, la alienación y la ansiedad; en consecuencia, este fenómeno repercute con un efecto retardado en Latinoamérica y, más precisamente en Argentina, pese a que económicamente se benefició de la conflagración mundial. Onetti encaró la pintura este tipo humano con similar indiferencia, ya que, puedo arriesgarme a decir esto, él también fue un outsider (el tipo del indiferente moral), uno de aquellos seres desarraigados que deambulan en el interior de la ciudad moderna llenos de proyectos que nunca se cumplen.
Onetti es un gran escritor uruguayo, rioplatense, latinoamericano y de la lengua española que resulta ser heredero intelectual del maestro William Faulkner, al que tanto deben los escritores latinoamericanos, porque de no haber sido por Absalón, Absalón o El sonido y la furia jamás hubiéramos podido gozar los lectores hispanoparlantes de Macondo en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, ni de Comala en Pedro Páramo de Juan Rulfo. La idea de querer ser un deicida en la literatura supone jugar a ser Dios y realizar la creación; así como Faulkner creó el condado de Yoknapatawpha County, Onetti creó la ciudad de Santa María, un cosmos propio en donde el autor es soberano. Este mundo creado por un esteta deicida no es real sino irreal, una ilusión, una proyección de la mente; las criaturas que se desplazan en él, las instituciones que lo conforman y todo a su alrededor, se mueve y sobrevive conforme a los deseos de su creador.
La lectura de La vida breve concita a la abstracción, el narrador es personaje de la novela, y la incertidumbre está siempre presente, por lo que, el lector deja de ser pasivo y se convierte en zahorí. Su lenguaje teje una atmósfera de sopor, de ensueño, ya que en muchas páginas te genera un encanto, seguro por la construcción sintáctica laberíntica. De pronto puedes darte cuenta que el autor es autónomo y completamente soberano en lo que cuenta, porque juzga, opina, orienta al lector e incluso nos guiña como en el momento en que Juan María Brausen es indemnizado tras ser despedido por su jefe MacLeod y alquila la mitad de una oficina en la calle Victoria a un tal Onetti que usa lentes de marco negro. El mundo de Santa María también es una estrategia narrativa, tal ciudad posee sus propios pobladores que son blancos, sus propias vicisitudes amoldadas a quien las crea, una geografía en donde existe un río y una colonia de inmigrantes suizos, una historia muy incipiente y , también, sus problemas sociales particulares. Vemos que esta realidad sanmariana es real subjetivo inspirado en lo real objetivo, esto es, realismo mágico a mi interpretación.
La vida breve resulta ser aquel viaje mental en que irrumpe Juan María Brausen en su lecho acostado junto con su mujer a la que habían amputado uno de sus senos. Todo le iba mal en la vida, llevaba casado cinco años con Gertrudis y no se veía señas de felicidad solo indiferencia pues al parecer de quien se enamoró nuestro protagonista fue de Raquel, hermana de Gertrudis, incluso hay un momento en la novela en que Raquel aparece declarando su amor a Brausen justo cuando Gertrudis abandona a su esposo yéndose a casa de sus padres en Temperley; estaba a punto de perder su trabajo en una agencia de publicidad, se encontraba sin dinero y su único aliciente para dar sentido a su vida era un guion cinematográfico que tenía que escribir por encargo del publicista Julio Stein quien lo socorrió con un préstamo. En el tiempo que sucede la ablación del seno de su esposa llega a la habitación contigua a la de Brausen una prostituta, de nombre Queca, con quien fantasea sexualmente mientras husmea a través de la pared medianera: las charlas que esta realiza con Ernesto sobre el abandono de su último rufián Ricardo, los sonidos y emisiones verbales que sostenía con la Gorda durante sus relaciones lésbicas, las que tenía también con sus clientes, entre otras manifestaciones de la vida de una prostituta. Para satisfacer su lujuria con la Queca se desdobla en Arce, esto solo ocurre en la imaginación de Brausen, y se hace pasar como un amigo de Ricardo para establecer contacto con la prostituta a la que llega a penetrar y después el deseo de matarla que no se concreta pues Ernesto es quien lo hace. Ahora vemos a un Brausen que fuga a lo imaginario para dejar su vida mediocre, entonces crea al doctor Díaz Grey, a Elena Sala y su esposo Horacio Lagos quienes buscan a un gigoló inglés de nombre Óscar Owen, todo sucede en el consultorio de Díaz Grey que queda en Santa María. De pronto los personajes reales interactúan con los ficticios, se confunden respectivamente, ya que el doctor es el alter ego de Brausen, Elena Sala es Gertrudis y Lagos es Stein. El guion de cine nunca lo llega a entregar y pierde su trabajo, así que, fantasea con una oficina en la que dirige la brausenpublicidad que es sicalíptica conjuntamente con Gertrudis, Stein, y Mami, estos dos últimos también fantasean con un viaje a París mientras observan un plano de la Ciudad Luz.
Puedo concluir que la panacea para la vida caótica de Brausen es la fuga a lo imaginario, es la única manera en que el antihéroe se convierte en héroe. Brausen ayuda a escapar a Ernesto luego de haber cometido el asesinato a Queca, Brausen también era un aspirante a proxeneta o macró; y ¿hacia dónde huyen? Hacia Santa María, una ciudad creada por Brausen para escapar de su rutina, y ahí se queda durante la celebración de un carnaval en el que hay disfraces.
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