Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MENDOZA Y KAFKA

 


Dos tardes con Kafka, Manuel Vilas, p.122

Bueno, hay un suceso y una excepción muy notable respecto. El escritor español Eduardo Mendoza dijo e público que Kafka era un mal escritor y que por eso mandó quemar sus libros, porque sabía que sus libros eran m los. Mendoza no soportaba a Kafka. Sus palabras están colgadas en YouTube con el título «Kafka era un mal escritor y él lo sabía».

Como gran gratificación a esta descalificación a Kafka Eduardo Mendoza recibió el prestigioso premio Kafka de Literatura.

Esto son cosas de Kafka. La mejor forma que tuvo Kafka de humillar a Eduardo Mendoza fue regalarle el premio Kafka.

También debe ser denunciada la ignorancia de ese jurado, que le dio el premio Kafka al único escritor del mundo que odiaba a Kafka.

Es una especie de sadismo kafkiano.

El único escritor del mundo que odia a Kafka recibe el premio Kafka de literatura. Es como rle el premio Cervantes a Lope de Vega.

Por eso hay algo siniestro siempre en el intento humano de solemnizar la literatura, y, como digo, no debemos descartar la mano del fantasma de Kafka en todo esto. Más bien esa mano decidió darle el premio Kafka a un odiador de Kafka para que luego se viera en la necesidad de retractarse.

Pues el colmo de la risa kafkiana viene luego, en el año 2015, que es el año en el que Mendoza recibe el premio Kafka. Ahora hay que volver de nuevo a YouTube y ver el vídeo que el Instituto Cervantes de Praga subió a las redes, festejando el gran acontecimiento de que un escritor español recibiera un premio tan importante. En ese video Mendoza alaba y adora a Kafka, todo es ditirámbico. ¿Qué ha pasado en tanto solo cinco o seis años?

La pasta, ha pasado la pasta con que está dotado el premio Kafka.

Para Mendoza el dinero lo es casi todo, muy probablemente para mí también, pero para Kafka no era importante. Y eso es demostrable con la vida que llevó. Mendoza y yo mismo hemos elegido el dinero porque tenemos miedo a morirnos de hambre. Es el miedo que Kafka no tuvo. Kafka eligió otra cosa, pero nadie sabe decir qué fue exactamente lo que eligió. Brod diría que la santidad. Milan Kundera y otros dirán que la vida salvaje o la vida sin dimensiones espaciales y temporales. Estaban diciendo lo mismo, Brod y Kundera y Canetti, lo mismo.

FGL


    •  En una mesa vecina —yaya coincidencia!— estaban el pintor Raúl Soldi, su mujer, el crítico de arte Osvaldo Svanascini y el legendario cantaor y bailarín Miguel de Molina, toda una leyenda de España, casi al final de la cena ambas mesas se convirtieron en una sola. Noto que a Borges para nada le agradó esa uión. Dejamos de hablar de literatura para divagar sobre temas generales. Miguel de Molina, por demás verborrágico, no paró de contar anécdotas. Cuando algo le desagrada o se siente incómodo, Borges pide que lo acompañe para marcharse.
    • «¿Por qué no nos vamos, Alifano? —y muy en voz baja completa—. Ya no aguanto más».
    • Cuando lo dejo en su casa, me dice que el bailarín y cantaor Miguel de Molina, que a mí me resulta divertido, le pareció insoportable y no dudó en calificarlo de «histrión insoportable».
    • «Yo no sé cómo Soldi puede ser amigo de un imbécil como ese. Me recuerda mucho a García Lorca, quiere ser el centro de atención todo el tiempo. Pareciera que esta gente el único propósito que tiene es hacerse notar, sobresalir y agradar a los demás de manera forzada. Lorca era igual, parecía una mariposa. iba de un lugar a otro, imitaba voces, saltaba, si había un piano o una guitarra ponía a tocar. Yo estuve con él un par de veces y me abrumó con su exagerado histrionismo. ¿No le parece muy raro y desgastante todo ese exceso de afección en un solo hombre? A mí me parece una carga durísima de sobrellevar. ¿Y para qué, qué sentido tiene? En cambio me resultó una muy grata persona poeta Ángel González, un hombre bien ubicado y respetuoso. Es todo un caballero. Lo felicito por tener un amigo así».

INCIPIT 1.573. PRIMER CUADERNO BORGES / ROBERTO ALIFANO

 


En una página dedicada a sus recuerdos más entrañables, Jean Paul Sartre escribe que «la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados». Tuve el privilegio de pertenecer al reducido círculo de personas que trataron íntimamente a Jorge Luis Borges, y evocar aquellos días me encanta la existencia. Fui el amanuense que registró para su obra literaria una parte de sus dictados y, también, quien lo acompañó en diálogos públicos durante jornadas en las que viví, de manera casi familiar, imborrables experiencias anotadas en estos cuadernos. Que me haya elegido para escoltarlo en aquel tramo de su creación literaria es un regalo acaso inmerecido que no termino de agradecer.

Sabio, multifacético, siempre literario, con una humanidad y un sentido del humor incomparables, Borges hizo de su estilo de vida otro modo de creación estética. Nadie que lo haya conocido podrá olvidar la felicidad que daba escucharlo; desligado de lugares comunes, con giros poéticos inesperados y sorprendentes, desde el interlocutor ocasional de la calle hasta los vastos auditorios elitistas que supo convocar, todos recibían su palabra, que dejaba estupefacto de asombro.

Borges no fue sólo el artífice de fabulosas tramas literarias, sino también el hacedor de un personaje que en su espontaneidad nunca dejó de brillar. En su interior, como él imagina en «Borges y el otro», habitaban esos dos Borges que jugaban con su realidad de un modo desconcertante e insólito

INCIPIT 1.572. MANUSCRITOS NO SOLICITADOS / MIGUEL ALCAZAR

 


Prefacio

UNA LITERATURA SUBTERRÁNEA

Una de mis mejores amigas trabaja desde hace años para una de las agencias literarias más importantes del país.

Parte de su trabajo consiste en revisar los cientos de manuscritos no solicitados —ya sabéis, aquellos que no se encargan con antelación a escritores de renombre o a destacados miembros de la esfera cultural— que les llegan a la agencia cada mes.

Cientos de manuscritos que nadie, salvo mi amiga, leerá nunca, pues en la gran mayoría de los casos se trata de propuestas editoriales que nadie, por bienintencionado que fuese, sabría cómo posicionar en el mercado editorial.

Es común que mi amiga, cuando quedamos a tomarnos una cerveza o hablamos por videollamada, se deje llevar por el momento y cometa alguna imprudencia profesional, revelándome detalles de esos manuscritos a los que ella — no puede evitarlo sigue echando un ojo cada vez que le llegan a su mesa de trabajo ya sea por correo electrónico o, algo cada vez más infrecuente, mediante mensajería postal.

Entonces me cuenta sobre manuscritos que la incitan a la risa, que la sorprenden, que la entretienen, que la consiguen incluso, a veces, desesperar.

Manuscritos remitidos por escritores anónimos y con vidas corrientes que, desde todos los rincones del país, envían las obras en las que llevan trabajando meses o incluso años.

INCIPIT 1.571. EXPERIENCIA MARTIN AMIS

 


—Papá...

Era mi hijo mayor, Louis, que entonces tenía once años.

Mi padre habría dicho: «Siiiií?», con una suerte de bajada en picado del tono, indicando una ligera pero invariable irritación. Una vez le pregunté por qué reaccionaba así, y él dijo:

—Bueno, estoy contigo, ¿no?

Para él, el interludio entre «Papá» y «¿Sí?» era una clara redundancia, porque estábamos juntos en la misma habitación y se suponía que teníamos algún tipo de conversación, por desganada (y poco estimulante, desde su punto de vista) que fuera. Yo le entendía lo que me decía, pero al cabo de unos minutos me sorprendía a mí mismo diciendo:

—Papá...

Y hacía acopio de toda mi presencia de ánimo para escucharle un «¿Sí?» especialmente vehemente. No perdí este hábito hasta la adolescencia. Los niños necesitan cierto compás de espera que les asegure la atención de aquellos con quienes hablan mientras su pensamiento va tomando forma.

INCIPIT 1.568. EL HOMBRE / GUILLERMO ARRIAGA


El calor. El metálico chirriar de las chicharras. El inacabable verde. El aire ardiente e inmóvil.


«Hacía calor», adujo Jack Barley para justificar frente a su madre el asesinato de Louis Vincent, el hijo de los vecinos cuya casa se hallaba al final de la aldea. En realidad, el crimen lo ocasionó una burla: Louis se mofó de la condición de bastardo de Jack, «ni siquiera tu madre sabe quién es tu padre». Los demás muchachos rieron, el hijo de Thérèse Barley era su blanco favorito. Día a día le endilgaban apodos humillantes y le pegaban palizas. Jack, de apenas once años, poco podía hacer frente a los grandulones de quince y dieciséis, o poco pudo hasta ese día. Cuando salió de su casa esa mañana ya iba preparado para matar, desde hacía meses guardaba un puñal amarrado a la pantorrilla. Sólo buscaba una excusa para clavárselo a uno de ellos. Semana a semana fantaseó con la idea de verlos desangrarse en el polvo con una herida mortal en el corazón. No importaba a quién de ellos le asestara la cuchillada, para él, los seis abusadores eran tipos despreciables, dignos de morir como cerdos. Esa mañana, Louis inició la ronda de escarnios. Jack se dirigía a la cabaña de la señora Parker a comprar un queso y una pinta de leche. Louis, famoso por partir troncos de un solo hachazo, se interpuso en su camino, «¿adónde va la nena?». Jack quiso esquivarlo, los demás lo rodearon para impedirle el paso. «¿Con quién se va a acostar hoy la puta de tu madre?», inquirió el rubio, socarrón. El calor. Jack sudaba. Gotas escurrían por su espalda. Una onda caliente emanaba del suelo. Hizo un intento más por eludirlos, de nuevo lo atajaron. Jack sintió el calor subir por los zapatos hacia las piernas, de ahí hacia el torso, hasta extenderse a su mano derecha. «Ni siquiera tu madre sabe quién es tu padre». No hubo vuelta atrás, Jack se agachó y, como lo practicó decenas de veces a solas en su casa, sacó el cuchillo con disimulo y en un movimiento rabioso lo encajó en el pecho de su adversario


1.570. EL CLAN DE LOS KAFKA / ANTONHY NORTHEY


LA PALABRA MISCHPOCHE Y SU IMPORTANCIA PARA KAFKA

Franz Kafka da comienzo a su célebre Carta al padre con una lista de los reproches que Herrmann Kafka hacía a su hijo, entre ellos la falta de espíritu de familia. Por «espíritu de familia» entendía el padre no sólo amor y solicitud por los miembros de la familia en sentido estricto, sino también la conciencia de pertenecer, como digno representante de esa familia, a una entidad familiar más amplia. Así, la «familia» abarcaba, además de mujer e hijos, a todos los parientes a quienes se estimaba o menospreciaba y con los cuales había que compararse. Frank Kafka nunca tuvo inconveniente en confirmar, frente a sí mismo o frente a los demás, esa falta de espíritu de familia que su padre censuraba en él. Cuando en julio de 1913 anota en su diario una serie de puntos a favor o en contra de su casamiento, escribe «...las duras penas y las alegrías de mis parientes me aburren en lo más hondo de mi alma». Si bien es cierto que en el círculo íntimo de la familia y en el más amplio de los parientes (y de los hombres en general) Kafka se sintió siempre como un extraño y así se describió a sí mismo, esa faceta de su carácter destacada por sus biógrafos y en la que él insiste con frecuencia, no permite ver que también hubo en él una tendencia a sentir interés y hasta afecto por parientes próximos y lejanos.


INCIPIT 1.569. MAO II / DELILLO

 


Aquí llegan, iluminados por el resplandor del sol de Norteamérica. Vienen agrupados de dos en dos, la eterna pareja chico-chica, surgiendo de la pista que rodea la verja del campo de béisbol. La música los arrastra sobre la hierba a docenas, a cientos, demasiado numerosos para poder contarlos. Atraviesan el amplio arco del extremo del campo tan estrechamente apiñados que producen un efecto de transformación. La larga serie de parejas se convierte en una única y enorme ola que cubre de azul y blanco los espacios abiertos.

Al contemplarlos desde la tribuna, el padre de Karen no puede evitarlo y piensa: de eso se trata. Ahora, constituyen un único cuerpo, una masa homogénea, y ese pensamiento le produce desasosiego. Enfoca sus prismáticos sobre una joven, luego sobre otra, luego sobre otra más. Tantas y tantas columnas apretadas entre sí. Jamás había visto nada similar, ni imaginaba que fuera posible. Aunque no es el espectáculo lo que le ha impulsado a acudir, lo cierto es que no puede por menos de asombrarle. Son ya miles, casi una división, y el sonido de las viejas melodías, solemnes y sentimentaloides, comienza a parecerle sarcástico. Su mujer, Maureen, permanece sentada junto a él. Su aspecto es vigoroso y llamativo, y se ha ataviado con alegres colores que disimulan la zozobra que experimenta su corazón.

INCIPIT 1.567. LOS MEMORABLES / LIDIA JORGE


El antiguo embajador estaba vestido de seda y, por extraño que parezca, el camino por el que llegaría hasta los memorables comenzó en el vaso de whisky escocés que sostenía en sus manos. El mismo líquido circulaba por los vasos de quienes lo acompañaban, y tal vez por eso mismo las risotadas que sonaron en el amplio salón de la casa habían sido tan desabridas, cuando el anfitrión dijo a quien tenía más cerca: «Protegido, ahora que unos cuantos mercaderes están empeñados en demostrar que la Tierra es plana, no faltará quien venga con que la historia es redonda. ¿Veis cómo se construye una bonita mentira? La Tierra lisa como una servilleta y la historia sin extremo por donde agarrarla, como si fuese una esfera. Y ahora, tú, Bob, ¿cómo vas a deshacer un embuste tan bien montado?».

Los hombres que lo acompañaban se desternillaron de risa. Después llamaron a la portuguesa para que se riese también. Ella dejó el rincón donde se encontraba y se incorporó al grupo que se divertía alrededor del anfitrión; pero, en poco tiempo, en aquella sala solo quedarían el hombre vestido de seda, el protegido Robert Peterson y ella o, mejor dicho, yo misma. 

INCIPIT 1.566, CON TRES DEDOS SE ESCRIBE, PERO DUELE TODO EL CUERPO / HECTOR ABAD FACIOLINCE


Para alguien que, al menos en la escritura, actúa muchas veces sin darse muy bien cuenta de lo que hace, fue una extraña sorpresa, hace más de treinta años, que uno de mis amigos más antiguos, Mario Jursich, me hiciera notar que yo siempre escribía dos libros a la vez. Desde que Mario editó mi primera novela, Asuntos de un hidalgo disoluto, hasta la última, Salvo mi corazón, todo está bien, que se publicó en 2022, siempre me enfrasco en dos libros al mismo tiempo. Asuntos era una novela asexuada, pero a su lado escribí una novela erótica, En la punta de la lengua, que se interrumpió de repente y fue a dar al sarcófago de mis fracasos. Angosta y El olvido que seremos, los dos libros que me salieron principios de siglo, cuentan la historia de mi padre de dos maneras disímiles: Angosta mediante la ficción, y El olvido, por raro que parezca, mediante la memoria. Salvo mi corazón, una novela apolítica, se escribió al mismo tiempo que una novela política, Los espectadores, que se disolvió en los malos aires de la pandemia.

Como si fuera fácil escribir un libro, me meto en dos, aunque suelan tener algo en común, pero escrito en diferente género o en un registro distinto. Una comedia y una tragedia, por ejemplo, o una historia casta y otra erótica, un libro en tono adusto, serio, y otro en tono de farsa, ligero, cómico. A medida que avanzo en mi trabajo, uno de los dos libros se impone y el otro se esfuma. Para mí esto es muy difícil de analizar pues ocurre a ciegas dentro de una parte oscura de mi mente, si bien sospecho que me resulta útil para sobrellevar la autocrítica. Cuando me siento idiota en un libro, me dedico al otro, en el que me siento también idiota, pero de una manera diversa, incluso opuesta. No sé si me explico, y si no me explico no importa; yo tampoco me entiendo. Es algo que sucede, simplemente.


INCIPIT 1.565. LA FORJA DE UN PLUMIFERO / SANCHEZ FERLOSIO


Tengo la convicción de que al menos desde la adolescencia fui el predilecto de mi padre, en lo que pudo influir nuestro vicio común de manejar la pluma, aunque él nunca llegó a los extremos patológicos de grafomanía que he alcanzado yo. Tendría yo 17 o 18 años cuando un día irrumpe en mi cuarto y, sin más preámbulos, me espeta: “Rafael, ¿tú crees que se puede escribir gémula iridiscente? ¡Gémula iridiscente"!». Era de Ortega. Antes de la guerra mi padre había sido, con José Antonio Primo de Rivera, Ruiz de Alda, creo que Fernández Cuesta y algún otro más joven, como Alfaro, o menos relevante, fundador de la Falange; ya entonces se reía de la pasión que por Ortega (involuntario precursor de la Falange) demostraba Primo de Rivera, y, como éste tenía, creo que sobre la chimenea de su despacho de la calle de Serrano, un retrato dedicado del ínclito filósofo, mi padre se burlaba de José Antonio, señalando el retrato y diciendo: «¡ La estampita, la estampita!».


INCIPIT 1.564. EL NOMBRE DEL PADRE / VANESSA SPRINGORA


Me resulta más fácil decírtelo ahora que estás muerto: siempre me pareciste un personaje intrigante. Toda tu vida intentaste ser alguien, te inventaste múltiples personalidades, un aura y una leyenda tan ficticias como lo era la historia de nuestro apellido. Moriste solo en tu viejo y raído sofá, y no me dejaste más que un misterio, ese campo de ruinas que fue tu vida.

Pero yo soy como los perros y me gusta desenterrar huesos viejos. El deseo incontenible de entender qué te había llevado allí surgió tras descubrir tu cadáver. Todo empezó en el momento en que concluía un ciclo, una vida, la tuya, mientras que la mía daba un giro inesperado. Acababa de escribir un libro que trataba de forma indirecta de ti y, a pesar de mi timidez, de mis intentos inconscientes de sabotear mi vida profesional, como habías hecho tú antes de mí, me había «hecho un nombre» sin pretenderlo. Ese nombre incluía tu apellido, por supuesto, un apellido del que no sabía casi nada, aparte de las sucesivas fábulas que me contaste en el transcurso de nuestra esporádica relación.

Escribir unas palabras sobre ti para tu funeral me resultó una tortura. Nadie había querido hablar. No éramos muchos, es verdad. Siete personas en total. Como el desierto en que se había convertido tu existencia. Y eso que dos amigos míos se empeñaron en asistir


INCIPIT 1.563. DAVID BOWIE


Aquí escribes el contenido. Aquí escribes el resto del contenido que no se vera.

INCIPIT 1.562. LAS BUENAS NOCHES / ISAAC ROSA


[00:34]

No podemos dormir. Cada noche retrasamos la hora de acostarnos, cada noche nos vamos antes a la cama, cada noche lo hacemos a la misma hora y no: no podemos dormir. Tardamos en coger el sueño, lo logramos enseguida para despertarnos poco después, nos sorprende la alarma nada más cerrar los ojos. Nos sentimos llenos de energía y por eso no podemos dormir, nos sentimos agotadas y por eso no podemos dormir. No podemos dormir porque somos jóvenes y las jóvenes no duermen mucho, no podemos dormir porque somos viejos y los viejos no duermen tanto, no podemos dormir porque estamos en la mediana edad y es cuando peor se duerme. Tenemos calor, tenemos frío, giramos cambiando de postura, boca arriba, sobre el costado derecho, con los brazos haciendo almohada y no podemos dormir. Colocamos un cojín  entre las piernas, nos tapamos y destapamos, nos incordian pequeños calambres, cosquilleos, picores acuciantes, pliegues y costuras, el guisante bajo veinte colchones, y no podemos dormir.


JOSEFINE


Dos tardes con Kafka, Manuel Vilas, p. 95

«Josefine, la cantante»

«Josefine, la cantante o El pueblo de los ratones» es uno de los últimos relatos de Kafka, escrito poco antes de su muerte. Josefine es una cantante que canta para su pueblo, pero su pueblo no sabe muy bien si realmente canta o solo chilla.

Este relato es de 1924. Nadie ha escrito un cuento como este, va más allá de todo lo concebible. Hay que leerlo dos veces, una vez no vale. Te puedes hacer adicto a este relato.

Lo más sobresaliente en «Josefine, la cantante» es la creación de una arquitectura histórica de un pueblo despreciable. Es el pueblo de los ratones, pero también es despreciable la propia Josefine.

«Josefine, la cantante» es un abismo, un agujero negro. Nadie sabrá nunca de qué habla Kafka en este cuento en la medida en que nadie llegará a conocer el misterio de las sociedades humanas.

¿Qué demonios es una civilización, una sociedad?

¿Josefine chilla o canta? ¿Quién decide si es bella u horrible la existencia humana? ¿Nosotros, el pueblo? Pero si somos un pueblo de ratones.


JOYCE BORGES K


Dos tardes con Kafka, Manuel Vilas, p. 96

Joyce, James

EI escritor argentino Jorge Luis Borges escribió esto a propósito de la inevitable competición entre Joyce y Kafka por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de la Literatura:

Yo estuve en los actos del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparó con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él importaba la obra, no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños Fuera conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria. Nosotros sabemos cuáles son sus fechas, cuál es su vida, que es de origen judío y demás, todo eso va a ser olvidado, pero sus cuentos seguirán contándose.


INCIPIT 1.561. AUSTERLITZ / SEBALD


En la segunda mitad de los años sesenta, en parte por razones de estudio, en parte por otras razones para mí mismo no totalmente claras, viajé repetidamente de Inglaterra a Bélgica, a veces para pasar sólo un día o dos y a veces para varias semanas. En una de esas excursiones belgas que, según me parecía, me llevaban siempre muy lejos en el extranjero, llegué, un radiante día de verano, a la ciudad de Amberes, que hasta entonces conocía únicamente de nombre. Nada más llegar, mientras el tren entraba lentamente en la oscura nave de la estación por el viaducto de curiosas torrecillas puntiagudas a ambos lados, comencé a sentirme mal, y esa sensación de estar indispuesto no desapareció en todo el tiempo que estuve aquella vez en Bélgica. Recuerdo aún mis pasos inseguros al recorrer todo el centro de la ciudad por la Jeruzalemstraat, la Nachtegaalstraat, la Pelikaanstraat, la Paradijsstraat, la Immerseelstraat y muchas otras calles y callejas, y cómo finalmente, atormentado por el dolor de cabeza y pensamientos desagradables, me refugié en el zoológico, situado en la Astridsplein, al lado mismo de la Centraal Station.


CROWLEY


Historia abreviada de la literatura portátil, Vila.Matas, p 99 (Zorro rojo)

Leyendo a Crowley, no puede uno, en ningún momento, renunciar a la incredulidad ante tanto fuego de artificio y tanto bucaresti suelto, y sin embargo la sorpresa surge cuando cotejamos su texto con el de Walter Benjamin (La última instánteanea de la inteligencia europea) o con el de Man Ray ( Travels with Rita Malú) o con el de Tristan Tzara, y vemos entonces que los tres coinciden, en gran parte, con las especulaciones de Crowley.

«En Trieste —escribe Walter Benjamin— vivía yo en un hotel, cuyas habitaciones estaban casi todas ocupadas por lamas tibetanos, que habían venido a la ciudad para un congreso d todas las iglesias budistas. Me llamó la atención la cantidad d puertas constantemente entornadas en los pasillos. Lo qu al comienzo parecía casualidad terminó por resultarme misterioso. Supe entonces que en esas habitaciones se alojabna los miembros de una secta que habían prometido no mora nunca en espacios cerrados. El susto que experimenté no h podido nunca olvidarlo. Alguien me susurró al oído que es lamas tibetanos eran, en realidad, nuestros odradeks, y qu podía vérseles, de día, por las calles de Trieste, moviéndos por los bajos fondos, ocultos en cuchitriles, burdeles, figones, fingiéndose pordioseros, tuertos, marineros desocupados, matones, vendedores de droga o porteros de lupanares.»

Y Man Ray escribe: «Durante nuestra estancia en Trieste, lo que nos chocaba no era lo monstruoso, sino su evidencia. Por so nos refugiábamos en las tumbonas —iqué placer volver a a infancia y descubrir, de nuevo, la indisciplina!— y procurábamos no movernos demasiado. Y es que, de un modo lento pero inexorable, fue haciéndose que viajábamos acompañados por las sombras de una conspiración paralela a la nuestra; una conspiración fantasmagórica pero perceptible, protagonizada por seres no humanos que, a diferencia de nosotros, perseguían un objetivo con su conjura: nada menos que destruir nuestra sociedad secreta. Se trataba de extraños bastardos no nacidos de madre, que se alojaban, según los casos, en desvanes, escaleras, corredores, vestíbulos o también en nuestros hombros y, a veces, incluso, en nuestros cerebros».


WALTER BENJAMIN


Historia abreviada de la literatura portátil, Enrique Vila-Matas

Walter Benjamin, por ejemplo, la ha aprovechado para comenzar a trabajar en el diseño de una máquina risueña que será capaz de detectar cualquier libro que sea pesado y engorroso y no quepa, ni tan siquiera miniaturizado, en un maletín.

»Es una máquina muy compleja, provista, según he podido saber, de artefactos que no me son familiares: lentes tibaidas, celdas focales, círculos de cobre, cilindros ovalados, botones v capelos metálicos, agujas imantadas, tornillos y yugulares.

»Walter Benjamin está convencido de que, en menos de un mes, el diseño de la máquina estará ya terminado. Al parecer, el método de pesar textos consistirá en introducir libros en una prisión de forma cilíndrica y dejar que una inmensa lentilla redonda les dé una ojeada. Los libros que sean portátiles serán inmediatamente puestos en libertad por un cilindro negro, pesado en apariencia, que en posición vertical sobre el suelo estará coronado por una gran bombilla esférica de cristal en la que podrá leerse CONTRA EL GRAND STYLE y de la que emanará una claridad azul, visible incluso a pleno día. La emocionada vibración maquinal hará que la bombilla se apague unas fracciones de segundo, poniendo de manifiesto que su cristal no tiene ningún color y que la luz es azul por sí misma. A vez, esa luz escribirá, en lo más alto de la máquina y, a ser posible, en veintisiete idiomas, la inscripción VIVA VERMEER, saludando así efusivamente a los libros   recién liberados.


INCIPIT 1.560. PATRIMONIO / PHILIP ROTH


BUENO, ¿QUÉ TE PARECE?

Mi padre había perdido casi por completo la visión del ojo derecho cuando cumplió los ochenta y seis, per por lo demás, su estado de salud podía considerarse fenomenal para una persona de su edad, hasta que con trajo lo que un médico de Florida diagnosticó, equivocadamente, como parálisis de Bell, una infección vírica que, por lo común, paraliza, con carácter temporal, un lado de la cara.

La parálisis se le presentó sin previo aviso, al día siguiente de haber realizado el vuelo entre Nueva Jersey y West Palm Beach, donde iba a pasar los meses de invierno en un apartamento subarrendado que compartía con una contable de setenta años, Lilian Beloff—vecina suya del piso de arriba, en Elizabeth—, con quien había establecido relación sentimental un año después de la muerte de mi madre, acaecida en 1981. Se sentía tan estupendamente al llegar al aeropuerto, que decidió no llamar a un maletero (que, además, le habría costado la propina) y acarrear él mismo las maletas, desde la recogida de equipajes a la parada de taxis.


INCIPIT 1599. HISTORIA ABREVIADA DE LA LITERATURA PORTATIL / VILA-MATAS

 


PRÓLOGO

A finales del invierno de 1924, sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno, el escritor ruso Andréi Biely sufrió una crisis nerviosa al experimentar el ascenso irremediable de las lavas del superconsciente. Aquel mismo día y a la misma hora, a no mucha distancia de allí, el músico Edgar Varèse caía repentinamente del caballo cuando, parodiando a Apollinaire, simulaba que se preparaba para ir a la guerra.

A mí me parece que esas dos escenas fueron los pilares sobre los que se edificó la historia de la literatura portátil: una historia europea en sus orígenes y tan ligera como la maleta-escritorio con la que Paul Morand recorría en trenes de lujo la iluminada Europa nocturna: escritorio móvil que inspiró a Marcel Duchamp su boîte-en-valise, sin duda el intento más genial de exaltar lo portátil en arte. La caja-maleta de Duchamp, que contenía reproducciones en miniatura de todas sus obras, no tardó en convertirse en el anagrama de la literatura portátil y en el símbolo en el que se reconocieron los primeros shandys. l

1 Shandy, en el dialecto de algunas zonas del condado de Yorkshire (donde Laurence Sterne, el autor del Tristam Shandy, vivió gran parte de su vida), significa indistintamente «alegre», «voluble» y «chiflado».


INCIPIT 1.598. EN EL CAFE DE LA JUVENTUD PERDIDA / MODIANO


De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.

No llegaba a una hora fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café que más tarde cerraba en el barrio, junto con Le Bouquet y La Pergola, y el que tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era sólo su presencia la que hacía peculiares el local y a las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume.


INCIPIT 1.597. DOS TARDES CON KAFKA / MANUEL VILAS


1. Yo soy el que soy

Yo no soy un lector de Franz Kafka, yo soy su enamorado.

Con mucha probabilidad, yo no me habría convertido en escritor si no hubiera leído a Franz Kafka, o si la obra de Franz Kafka no existiese. Si intento borrar la obra de Kafka de mi alma, me quedo sin vocación literaria. No me interesa la literatura si Kafka no es el dueño de la literatura. Lo cual no es un agradecimiento que yo quiera manifestar aquí a modo de elogio de la obra de Kafka, sino más bien una recriminación cuyas consecuencias ignoro, pero me aventuro a pensar que tal vez, de no existir la obra de Kafka, tampoco existiría la mía, y ese desvanecimiento o desaparición de cientos de páginas escritas hoy  me parece deseable e incluso decente.


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