Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA SOCIEDAD


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 237

Los crucigramas, sudokus y demás jueguecillos se llamaban antes pasatiempos. Ahora se publicitan como retos para estimular la inteligencia. La comida no se vende por su sabor, sino por sus propiedades nutritivas, y hasta el sexo se valora como una actividad cardiosaludable y de crecimiento emocional. Para no frenar el bucle, nos contamos cuentos utilitarios. Todo es constructivo, útil, enriquecedor (signifique lo que signifique ese verbo) o didáctico. El ocio ha de ser activo. Ya no se pierde el tiempo. Si acaso, se medita con técnicas tibetanas. La siesta no es pereza, sino una forma de reiniciar los circuitos neuronales para ser más productivos, aunque para mi amigo Miguel Angel Hernández Navarro, escritor y crítico de arte, la siesta es una performance: «Es la acción consciente y simbólica de detenerse. De ingresar en un universo diferente, de poner entre paréntesis el tiempo. Una pequeña fuga del mundo» En una sociedad en movimiento perpetuo, las siestas de pijama de Hernández Navarro son casi subversivas. Hemos contagiado la histeria incluso a los niños, que ya no disfrutan de tardes de domingo eternas, a solas con su propio tedio, sino que viven sometidos a una agenda minutada desde antes de que aprendan a distinguir la hora de la merienda de la del desayuno. Tras esa agitación amaga una sociedad frustrada, que huye hacia adelante como quien traga frascos de antidepresivos (cosa que también se hace mucho) para no dejar un resquicio a la contemplación ni a la reflexión.


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