Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL JUICIO DE SALOMON


Theodoros, Mircea Cartarescu, p. 249

Pues las dos habían dado a luz la misma noche, una a un niño vivo y la otra a un niño muerto. Pero la que parió al niño muerto cambió a los recién nacidos y gritaba a los cuatro vientos que el niño vivo era el fruto de su vientre. Las mujeres se encontraban ahora ante el rey, maldiciéndose la una a la otra, y el bebé, firmemente envuelto en paños de lienzo para que tuviera más adelante las piernas rectas, estaba en brazos de una criada. Todos los ojos estaban clavados en el rey, pues se trataba de su primer juicio, y el buen día, como diría él mismo después, se conoce desde la mañana.

Siempre que la historia llegaba a este punto, Makeda aplaudía encantada, porque Salomón hizo entonces algo que no se le habría ocurrido a nadie más, ni siquiera a un sabio anciano de cabellos plateados. Pues no fueron las leyes sin alma, que mataban o perdonaban la vida según decía el libro, sino el profundo conocimiento del alma humana lo que inspiró el extraordinario veredicto del rey. Salomón llamó a un soldado de los que, arma en ristre, custodiaban siempre el trono real y le ordenó que cortara al niño en dos para entregar a cada mujer una de las mitades. Según la antigua ley de Moisés, que no tomaba en consideración el rostro de la persona y que mataba a ciegas a los que se confundían con los ritos incomprensibles que Adonaí pedía a Su pueblo, la decisión parecía justa y ninguno de los jueces de la sala se sintió turbado. Nadie se rasgó las vestiduras llorando por el sacrificio de un niño inocente. En el silencio más sepulcral, el soldado tomó al niño y elevó la espada sobre él. Un instante más y habría culminado su terrible misión. Entonces se escuchó el grito de una de las mujeres: «¡No lo matéis! ¡Entregádselo a ella solo para que viva!». Y entonces se produjo el milagro. Salomón levantó la mano y le dijo al soldado: «¡Envaina tu espada! La que ha hablado es la madre del niño. ¡Que se lo entreguen inmediatamente!». Nunca se había escuchado en el mundo semejante parábola viva.


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