Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 160
Hay varios experimentos de
rewilding que han tenido mucho éxito, como el de Oostvaardersplassen, en
Holanda, donde el biólogo Frans Vera introdujo flora propia del Serengueti en
una comarca castigada duramente por la industrialización. Reinsertó también
algunos grandes mamíferos africanos que, según los registros fósiles, poblaron
esa zona en el pleistoceno. Se adaptaron tan bien que pronto se creó un
ecosistema complejo, con aves que hacía tiempo que no anidaban en la zona. Una
facción del movimiento rewilding aspira a ir más allá de la reversión del
neolítico y plantea la vuelta al pleistoceno. Defienden que la extinción de los
grandes mamíferos de aquel periodo, como los marnuts, se debió a la caza masiva
y a su impacto sobre los extensísimos pastos que cubrían Europa desde el Ártico
hasta el Mediterráneo y que suponían la fuente de alimento y el hábitat de los
abuelos de los elefantes. La fauna del holoceno, nuestro tiempo (si no estarnos
ya en el antropoceno), es más pequeña que la del pleistoceno porque los sapiens
robaron recursos a los demás mamíferos. Por las leyes darwinistas, la selección
natural favoreció a los animales con el estómago más reducido, que necesitaban
menos nutrientes en un mundo reseco con pocos pastos.
La obsesión de parte del
rewilding es la recuperación de la megafauna del pleistoceno, recurriendo
incluso a la ingeniería genética. Abogan por crear marnuts en laboratorio a
partir del ADN de los restos conservados y vallar zonas libres con flora
parecida a la del pleistoceno. Quienes defienden estas acciones creen que
tendrán un efecto potente y beneficioso contra el calentamiento global.
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