Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JM


Ropa de casa, Martínez de Pisón, p. 167

Marías me tenía por discípulo suyo a la manera en la que él se consideraba discípulo de Juan Benet. No había en ello ningún desdoro, y casi diría que esa visión jerárquica, tan semejante a la del mundo académico al que pertenecía por familia, se le presentaba como el único orden razonable.  De trato educado y amistoso pero no particularmente cálido, demasiado centrado en su propia persona aunque no necesariamente vanidoso, Marías se veía a sí mismo como el futuro escritor de éxito que acabaría siendo. La suya era la magnanimidad de los grandes maestros cuando todavía no lo era. Lo que daba lo daba a cambio de muy poco: admiración, nada más. Y no daba pocas cosas. Aquí va un ejemplo de su generosidad. Algunos meses después de conocernos, me llamó a casa para ofrecerme una plaza de profesor en Oxford que por tradición se reservaba a escritores españoles. Por allí habían pasado Vicente Molina Foix, Félix de Azúa y él mismo. Obsérvese que lo que me ofrecía no era un puesto de trabajo. Lo que me ofrecía era empezar a formar parta de su pequeño Olimpo, seguir su trayectoria, ser como él, en definitiva. Para alguien como Marías, que acabaría repartiendo títulos y honores desde su imaginario Reino de Redonda, aquello equivalía a admitirme oficialmente es su isla. Por desgracia, no pudo ser.


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