Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

VIVA MEXICO


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 244

Cuando Manuel Azaña murió, pesaba sobre él una reclamación de responsabilidades políticas que cifró en cien millones de pesetas la indemnización que adeudaba al Estado franquista. Falange se incautó de todos los bienes que había dejado en España y el embajador franquista en París presionó a Pétain para que su cadáver no recibiese los honores de Estado que por ley le correspondían. El gobierno de Vichy prohibió cualquier signo republicano o político en su lápida y sólo aceptó que cubrieran la tumba con una bandera española si esta era la rojigualda. Como Azaña había muerto en unas dependencias alquiladas por la embajada de México en Francia (lo que le daba protección extraterritorial), el embajador propuso cubrir su féretro con una bandera mexicana. Según confesó el diplomático en sus memorias, este le dijo al mariscal Pétain: «Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza, y para ustedes, una dolorosa lección» Sólo la intervención de México, el único aliado fiel e incondicional que tuvo la República española durante la guerra (y aun después, con su generosa política de acogida de refugiados, recibidos con todos los honores públicos), salvó a Manuel Azaña de la damnatio memoriae a la que, en la más pura tradición romana, le condenaba el fascismo triunfante.


DON MANUEL AZAÑA


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 248

Pocos personajes públicos han sufrido tantas insidias y acosos como Manuel Azaña. La más persistente se refería a su sexualidad. Como se casó a los cincuenta años, no se le conocieron novias anteriores y tenía una amistad muy íntima con Cipriano Rivas Cherif (que devendría su cuñado, porque Azaña se casó con la hermana menor de Rivas), sus enemigos le acusaron de homosexual. En una época tan homófoba y machista, aquello era un insulto peligroso, pero Azaña lo soportó sin trauma aparente. Sin embargo, su uso fue tan obcecado que aún hoy es una laguna incomprensible entre sus estudiosos. Casi ninguno se ha atrevido a indagar o a plantear hipótesis sobre su homosexualidad para no alimentar el bulo. A mi juicio, este silencio sólo perpetúa el insulto. Vista hoy, su condición de homosexual reprimido, sufriente y encerrado en un armario con siete llaves engrandece el mito y amplía la identificación con su  tragedia. Si la figura de Azaña se ha convertido en metáfora de la soledad, un Azaña homosexual en el país que mató a Lorca elevaría su leyenda unos cuantos metros.

Yo no tengo elementos de juicio para afirmar algo así, aunque cualquiera que se acerque a la correspondencia con Rivas Cherif y a los relatos de su amistad comprobará que caben pocas interpretaciones sobre la naturaleza amorosa de su relación. Bien es cierto que Azaña, feo, católico (es un decir) y sentimental, tenía un sentido de la amistad muy apasionado, como correspondía a un letraherido sensible. Cipriano era su alma gemela y su afecto empezó por afinidad intelectual. Nadie le comprendía como él.


ADOLF LOOS


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p 207

Por seguir con el pensamiento de uno de los ideólogos de la arquitectura contemporánea, Adolf Loos, puede concluirse que la fiebre del oro cultural ha creado aldeas Potemkin. Para Loos, la Viena de comienzos del siglo XX era el ejemplo perfecto de aldea Potemkin, concepto que rescató del reinado de Catalina la Grande de Rusia y de su amante y valido, el príncipe Potemkin. Preocupado este por la pobre impresión que el paisaje ruso podría causar en su reina, mandó diseñar unas maquetas de escayola de pueblos típicos, con su caserío y sus torres encebolladas y coloridas, a lo San Basilio junto al Kremlin. Dispuestas a los lados del camino y jugando con las leyes de la perspectiva, daban la impresión de ser pueblos reales en lontananza, gracias a los cuales Catalina creía que reinaba sobre un país mucho más rico y poblado. Loos utilizó esta historia para denunciar los excesos decorativos del modernismo y concluir que, tras las fachadas de la Ringstrasse, no había nada de valor ni útil para la vida urbana y doméstica. La farfolla culterana que envuelve tantas Vetustas también hace de ellas aldeas Potemkin.


DE LA SOCIEDAD


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 237

Los crucigramas, sudokus y demás jueguecillos se llamaban antes pasatiempos. Ahora se publicitan como retos para estimular la inteligencia. La comida no se vende por su sabor, sino por sus propiedades nutritivas, y hasta el sexo se valora como una actividad cardiosaludable y de crecimiento emocional. Para no frenar el bucle, nos contamos cuentos utilitarios. Todo es constructivo, útil, enriquecedor (signifique lo que signifique ese verbo) o didáctico. El ocio ha de ser activo. Ya no se pierde el tiempo. Si acaso, se medita con técnicas tibetanas. La siesta no es pereza, sino una forma de reiniciar los circuitos neuronales para ser más productivos, aunque para mi amigo Miguel Angel Hernández Navarro, escritor y crítico de arte, la siesta es una performance: «Es la acción consciente y simbólica de detenerse. De ingresar en un universo diferente, de poner entre paréntesis el tiempo. Una pequeña fuga del mundo» En una sociedad en movimiento perpetuo, las siestas de pijama de Hernández Navarro son casi subversivas. Hemos contagiado la histeria incluso a los niños, que ya no disfrutan de tardes de domingo eternas, a solas con su propio tedio, sino que viven sometidos a una agenda minutada desde antes de que aprendan a distinguir la hora de la merienda de la del desayuno. Tras esa agitación amaga una sociedad frustrada, que huye hacia adelante como quien traga frascos de antidepresivos (cosa que también se hace mucho) para no dejar un resquicio a la contemplación ni a la reflexión.


INCIPIT 1.534. EL CELO / SABINA URRACA


Los cordones

La Perra empieza a sangrar. Deja lamparones rojos en el suelo del metro, en el sofá, motea el suelo de la casa. Empiezan a seguirla perros de todo el barrio. De otros barrios. Se le extravía la mirada. Dentro de ella, algo empieza a fermentar. No come. Bebe lo justo para sostener ese nervio vivo que la llevará, en un par de semanas, a ser otra distinta, a querer ser otra con otros, a querer ser muchos perros más.

En el blog Amo a mi mascota:

El sangrado de tu perrita durará un máximo de catorce días. En este tiempo, a pesar de que los machos empezarán a interesarse por ella, es probable que la perra aún no se muestre dispuesta.

Debajo del texto aparece la ilustración de una perra con ojos de cachorro inocente y un lazo rojo en la cabeza.

En el parque, junto al río, un señor con una furia de años se acerca mucho mucho a la cara de la Humana. Si la Humana fuese un hombre, la habría agarrado de la pechera. Pero no es. El señor lleva una chaqueta de cuero cuarteada y un gorro del Atleti lleno de bolitas. Le dice:

Mirabonita: si mi Mirko - le huele - el coño -a tu perra -y cruza la calle -y lo pilla un coche -y /.o mata – la próxima vez que nos veamos no-va-a-ser-agradable-ya-me- entiendes.


INCIPIT 1.533. EL LUNES NOS QUERRAN / NAJAT EL HACHMI


Íbamos en manga corta el día que nos conocimos. Aún no estaba mal visto que las chicas jóvenes enseñáramos los brazos en ese barrio en la periferia de la periferia de Barcelona, pero que podría ser la periferia de la periferia de cualquier otra ciudad. Ya no hay rayos de sol que rocen la piel de las chicas, el fino vello de los brazos ya no se aclara en verano ni sal pica el agua sus espaldas desnudas. Y no es porque se haya instalado sobre nuestras cabezas un nubarrón permanente, sino porque el oscurantismo ha penetrado en las mentes de los vecinos sin encontrar resistencia. Muchas de las jóvenes tapadas que ahora verías en nuestro barrio (son mucho más numerosas que cuando tu familia se mudó allí) dicen que renuncian al sol y a la brisa, al agua del mar y las piscinas, al amor y al sexo libres por convencimiento y voluntad propia. Discuto a veces con ellas cuando visito a mi madre -ella sigue viviendo allí-, pero lo hago como si mi yo de ahora hablara con mi yo de entonces, de unos diecisiete años. Nosotras también lo hicimos, ya lo sabes, renunciamos expresamente a ciertas cosas, y también creímos hacerlo voluntariamente.


DEL GATOPARDO


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 214

Una democracia liberal no puede limitarse a los espacios de la corte, lo que los cursis llaman mentideros. Incluso en un país con un gobierno centralista, el Estado y sus instituciones -tanto las formales como las informales, tanto las de poder duro como las de blando-- deben hacerse presentes en todo el país si la nación aspira a ser algo más que una bandera. El principal logro de la ciudad de provincias es que funcionaba en red y llegaba a casi todos los ciudadanos, sirviendo de nexo entre el poder del Leviatán y los rincones más abruptos y lejanos. Una vida provinciana estable garantiza la integración de los ciudadanos en la normalidad democrática. Al ser idéntica, es homologable, facilita el entendimiento de partes dispersas y la circulación rápida de talento e ideas entre las periferias y hacia el centro. La metáfora adecuada es la del sistema circulatorio y los movimientos de sístole y diástole del corazón.

La vida de provincias como reducción a escala de la vida nacional ha sido un elemento indispensable de la democracia europea, por eso los novelistas del XIX le prestaban tanta atención, porque intuían que era un rasgo característico de su época, una nota original y relevante que explicaba el tránsito del antiguo régimen al liberalismo. La vida de provincias podía ser aburrida, hipócrita, ritual, asfixiante e incluso autoritaria y corrupta, pero era una vida real sobre la que se podía intervenir. Las Vetustas etéreas con pirámides poblacionales a punto de invertirse, con universidades que producen titulados sin futuro y con una fe religiosa en el dios de la cultura, de quien se espera el milagro de la abundancia si le rezan muy fuerte con bienales y festivales, están a pocos pasos de deshacerse en su propia niebla y perderse en las periferias de Guilluy, es decir, en la oscuridad que no cuenta, que no pertenece al país. Fueron, como el príncipe Salina, la sal de la tierra, los nodos con los que se tejió la red del Estado, y ahora pueden no ser nada.


FERROLIÑO



Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 212
Ferrol es una de las Vetustas más castigadas de España. Sede de los astilleros militares más importantes y base naval desde el siglo XVIII, la ciudad ha vivido ligada al ejército y a las factorías que jalonaban la ría. Se han hecho muchos barcos en Ferrol, y en el siglo XX se llenó de emigrantes rurales que llegaban de todas las provincias de España. Hasta que se acabó la industria, o la cerraron por decisión europea, y Ferrol se sumió en la decadencia triste de las fábricas vacías. El comercio del centro de la ciudad fu  cerrando conforme los antiguos obreros se marchaban o se amodorraban en sus casas para no derrochar sus pensiones. Las calles de edificios modernistas donde jugó de niño el escritor Torrente Ballester se entristecieron de abandono, y los poderes públicos se afanaron -casi siempre sin resultados- en buscar un remedio, otra forma de vivir.

Hace unos años, en el barrio de Canido, en lo alto de Ferrol, apareció un mural que atribuyeron a Banksy, el Marcel Duchamp del graflti. Una compañía cervecera y un artista local habían lanzado un reto en el Reino Unido mediante una campaña publicitaria, pidiéndole que pintase algo. Canido era la sede de un festival de arte urbano que atraía a grandes figuras, y su promotor pensó que llamar la atención de Banksy podía poner Ferrol en el mapa, como se suele decir. Un muro encalado que habían reservado para el artista amaneció con una pintura que representaba a dos guardias civiles con tricornio dándose un beso de amor apasionado. Empezó entonces una discusión acerca de la autenticidad de la obra. ¿Estuvo Banksy en Canido?


LA REGENTA


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 194

Leopoldo Alas, Clarín, tenía treinta y un años y fama de crítico literario gruñón cuando publicó su obra maestra. Le acusaron de plagiar Madame Bovary, aunque se defendió recurriendo a las atenuantes de homenaje y parafraseo. Es cierto que su Ana Ozores comparte con Emma Bovary la afición a la lectura, una vivencia esteticista de la religión e incluso una frustración  sexual digna de toda la atención de Freud, y no es menos cierto que la Vetusta de Clarín recuerda a la Ruan de Flaubert casi tanto como los prados y acantilados de Bretaña recuerdan a los de Asturias. La novela francesa lleva el subtítulo etnológico «Costumbres provincianas». La novela española no viene subrayada con una aclaración, es La Regenta a secas, pero tiene más claro el sesgo antropológico, hasta el punto de que se lee como un retrato historicista, por encima de otros valores más genuinamente literarios. La obra de Flaubert, en cambio, ha perdido con el tiempo ese aire costumbrista que manifestaba el subtítulo para hacérsenos más abstracta y existencialista. De Madame Bovary nos importa, sobre todo, Emma. De La Regenta nos importa, sobre todo, la ciudad de Vetusta. Esa decantación tan distinta que han sufrido ambos textos debería hacernos sospechar que Clarín no estaba tomando apuntes del natural, sino adaptando a su aire el Zeitgeist novelístico que le tocó en suerte, y que vivía obsesionado, desde Henri Beyle, con la vida de provincias.


REWILDING


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 160

Hay varios experimentos de rewilding que han tenido mucho éxito, como el de Oostvaardersplassen, en Holanda, donde el biólogo Frans Vera introdujo flora propia del Serengueti en una comarca castigada duramente por la industrialización. Reinsertó también algunos grandes mamíferos africanos que, según los registros fósiles, poblaron esa zona en el pleistoceno. Se adaptaron tan bien que pronto se creó un ecosistema complejo, con aves que hacía tiempo que no anidaban en la zona. Una facción del movimiento rewilding aspira a ir más allá de la reversión del neolítico y plantea la vuelta al pleistoceno. Defienden que la extinción de los grandes mamíferos de aquel periodo, como los marnuts, se debió a la caza masiva y a su impacto sobre los extensísimos pastos que cubrían Europa desde el Ártico hasta el Mediterráneo y que suponían la fuente de alimento y el hábitat de los abuelos de los elefantes. La fauna del holoceno, nuestro tiempo (si no estarnos ya en el antropoceno), es más pequeña que la del pleistoceno porque los sapiens robaron recursos a los demás mamíferos. Por las leyes darwinistas, la selección natural favoreció a los animales con el estómago más reducido, que necesitaban menos nutrientes en un mundo reseco con pocos pastos.

La obsesión de parte del rewilding es la recuperación de la megafauna del pleistoceno, recurriendo incluso a la ingeniería genética. Abogan por crear marnuts en laboratorio a partir del ADN de los restos conservados y vallar zonas libres con flora parecida a la del pleistoceno. Quienes defienden estas acciones creen que tendrán un efecto potente y beneficioso contra el calentamiento global.


LA DEMOCRACIA


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 51

La democracia liberal no es el resultado de una ingeniería política. No responde al diseño teórico de los científicos sociales. Al contrario, es el fruto de la decantación de los siglos, por eso es imperfecta, desordenada y a menudo caótica. Necesita reformas y apuntalamientos continuos, se queda vieja a menudo y requiere intervenciones de calado. Está viva, como las ciudades y las casas. Sin una atención y una gestión detallistas, se echa a perder. Hemos heredado las democracias liberales de nuestros tatarabuelos. Son casas viejas que dan mucho trabajo y guardan secretos incomprensibles, habitaciones absurdas y algún que otro fantasma. Nuestra obligación es hacerlas habitables y adaptarlas al presente, no demolerlas ni vendérselas al gobierno chino.

Las clases medias o los progres nos sentimos muy cómodos porque vivimos en las mejores habitaciones, las de la planta principal. No sólo las hemos decorado a nuestro gusto, sino que comprendemos su historia y nos identificamos con los muebles antiguos que las visten. Somos los más interesados en mantener el edificio en buenas condiciones porque estamos muy arraigados en él. En otras plantas, las cosas funcionan de otro modo. En los áticos de lujo, donde viven los muy ricos, domina el escepticismo. Sus habitantes sienten que podrían vivir mejor en otro edificio más lujoso. Planean vender y mudarse. Para quedarse, piden pagar menos contribución y que no les pongan pegas arquitectónicas para tirar las paredes que les apetezca y ampliar su espacio vital. Se quedarán en el edificio mientras no encuentren otro mejor o mientras sientan que su voluntad no se constriñe. Andan también pendientes del estado financiero de las clases medias, para hacerles una oferta por su parte de la casa y montar un hotel o alquilar el edificio como oficinas de lujo a una multinacional.

En los cuartos interiores viven las masas pobres. Si se vuelven muy numerosas, harán la casa inhabitable. Conforme más crecen, más resentimiento acumulan contra los de los pisos de arriba. Se sienten excluidas y maltratadas, hasta el punto de que la casa les resulta extraña. Formalmente, son tan herederas del inmueble como los demás, pero están tan hartas de sus apreturas y ninguneos que aspiran a demolerlo, con los ricos y los de las clases medias dentro, a ser posible. A veces, según soplen los chismes en el ascensor, pueden tramar alianzas con los ricos para mandar a los progres a paseo.


INCIPIT 1.532-. THEODOROS / MIRCEA CARTARESCU


1 Si te santiguas con tres dedos embadurnados de sangre, si te unges con sangre la frente, sobre las cejas (de donde se escurre un reguero a lo largo de tu nariz morena y aguileña hasta el bigote enroscado en la parte izquierda con hilo de oro, antes de gotear en las baldosas de malaquita de la fortaleza real), y dejas una mancha en el faldón de tu camisa de un satén tan blanco que parece dorado, y otras dos en los hombros con charreteras de ópalo, primero el derecho, luego el izquierdo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén, ¿se aceptará tu cruz? Te han dicho siempre que eres un hombre osado, y eso has sido desde que tienes uso de razón, pues así saliste del vientre de tu madre en el Archipiélago, una cruz de carne en la que muchos, incontables mártires, entregaron su alma, una cruz de soberbia y codicia en la que, con tus manos bañadas en sangre y en pólvora, con tus uñas apestosas, que siempre has llevado largas y que no limpias jamás para no olvidar ningún cuerpo, de mujer o de hombre, en el que las hayas clavado, fue al principio crucificado tu pobre espíritu, un fantasma de aire transparente, un aire transparente atravesado por clavos que grita de dolor, y flores de sangre que florecen arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda, en el nombre del  Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.


INCIPIT 1.531. SONATA CARTESIANA Y OTROS RELATOS / WILLIAM GASS


EMMA ENTRA EN UNA FRASE DE ELIZABETH BISHOP

La lenta caída de la ceniza

Emma tenía miedo de Elisabeth Bishop. Emma imaginaba a Elizabeth Bishop tumbada desnuda al lado de Marianne Moore desnuda, con las puntas de sus narices y sus pezones tocándose; y Emma imaginaba que cada sensación que ambas poetas hubiesen tenido en sus austeras y espirituales vidas estaba presente en esos dos pezones, justo donde los pezones se rozaban. La propia Emma era flaca hasta lo etéreo, y la habían admirado por la traslucidez de su piel. Sus huesos se veían como sombras de árboles, sombras sin hojas.


LA PANDEMIA


Contra la España vacía, Sergio del Molino, p. 143

El paseo por Barcelona me había hecho meditar sobre la decadencia urbana y la posibilidad, no tan descabellada, de que toda esa vida cambiase. Había participado en muchos debates sobre ese asunto, y una de las razones por las que celebro tanto haber escrito La España vacía es que me puso en contacto con un mundo intelectual y activista que propone desafíos filosóficos muy interesantes. Charlar con radicales apasionados que reniegan de todo aquello que para mí es irrenunciable y convierten su vida en un manifiesto me sube la adrenalina y enciende todas mis neuronas. Sin embargo, siempre acababa con la sensación de que asistía a una charla salonard. Incluso cuando discutía con personajes que lo habían dejado todo para vivir a lo Thoreau, sus argumentos me parecían ejercicios de retórica, casi gestos de coquetería dandi. No cuestiono la firmeza de sus convicciones, muchas veces cargadas de poesía y honestidad, pero siento que se explican mejor en términos de distinción, tal y como definió este concepto el filósofo Pierre Bourdieu, es decir, como una afirmación clasista. En sus formas más autocomplacientes, son versiones rústicas del viejo épater le bourgeois. Una vida thoreauniana podía ser una decisión hermosa y dura para encontrar un sentido trascendente a una existencia sin rituales ni religiones, pero plantearla como un objetivo político y un horizonte para la humanidad era más que bisoño. Escuchar a adultos muy inteligentes y bien armados de lecturas y erudición teorizar sobre la reversión del neolítico y la construcción de un futuro armónico con la naturaleza era tan encantador y tan poco productivo en términos políticos como leer Walden. La pandemia cambió el cuento. Del mismo modo que convirtió a los apocalípticos en analistas certeros, hizo de los eremitas políticos realistas. Zaratustra sustituyó de pronto a Cicerón.


EL JUICIO DE SALOMON


Theodoros, Mircea Cartarescu, p. 249

Pues las dos habían dado a luz la misma noche, una a un niño vivo y la otra a un niño muerto. Pero la que parió al niño muerto cambió a los recién nacidos y gritaba a los cuatro vientos que el niño vivo era el fruto de su vientre. Las mujeres se encontraban ahora ante el rey, maldiciéndose la una a la otra, y el bebé, firmemente envuelto en paños de lienzo para que tuviera más adelante las piernas rectas, estaba en brazos de una criada. Todos los ojos estaban clavados en el rey, pues se trataba de su primer juicio, y el buen día, como diría él mismo después, se conoce desde la mañana.

Siempre que la historia llegaba a este punto, Makeda aplaudía encantada, porque Salomón hizo entonces algo que no se le habría ocurrido a nadie más, ni siquiera a un sabio anciano de cabellos plateados. Pues no fueron las leyes sin alma, que mataban o perdonaban la vida según decía el libro, sino el profundo conocimiento del alma humana lo que inspiró el extraordinario veredicto del rey. Salomón llamó a un soldado de los que, arma en ristre, custodiaban siempre el trono real y le ordenó que cortara al niño en dos para entregar a cada mujer una de las mitades. Según la antigua ley de Moisés, que no tomaba en consideración el rostro de la persona y que mataba a ciegas a los que se confundían con los ritos incomprensibles que Adonaí pedía a Su pueblo, la decisión parecía justa y ninguno de los jueces de la sala se sintió turbado. Nadie se rasgó las vestiduras llorando por el sacrificio de un niño inocente. En el silencio más sepulcral, el soldado tomó al niño y elevó la espada sobre él. Un instante más y habría culminado su terrible misión. Entonces se escuchó el grito de una de las mujeres: «¡No lo matéis! ¡Entregádselo a ella solo para que viva!». Y entonces se produjo el milagro. Salomón levantó la mano y le dijo al soldado: «¡Envaina tu espada! La que ha hablado es la madre del niño. ¡Que se lo entreguen inmediatamente!». Nunca se había escuchado en el mundo semejante parábola viva.


SALOMON


Theodoros, Mircea Cartarescu, p. 243

El sabio emperador Salomón de la antigüedad, el cual, preguntado por Dios en Gabaon qué dones esperaba de él, no pidió ni una vida larga, ni riquezas, ni la muerte de sus adversarios, sino solo un corazón juicioso para diferenciar el bien del mal, y que levantó, siguiendo los planos que David, su padre, había recibido del propio Dios, escritos con su dedo, el primer templo en que Dios vivo habitaría en una oscuridad total, tenía conocimiento del lejano País de Cus del Sur no solo porque conocía, con su sabiduría, el rostro de la tierra con todos sus reinos e imperios, sino porque de allí llegaba, una vez cada tres años, en veleros, el oro de Ofir. Era el oro más fino que se pudiera imaginar, más fino que la arena más tamizada por los cedazos, y ese fue el que utilizó el rey para cubrir el Sanctasanctórum, el cubo de veinte metros de longitud, anchura y profundidad de las profundidades del Templo, en el que instalaría el Arca,  custodiada por las alas de dos grandes querubines. Con ese mismo oro se acuñaban también los talantes y los siclos más buscados en la época, que ningún comerciante despreciaba. Unas historias más viejas que el mundo contaban ya entonces que en Ofir, una región del mar Rojo situada entre Adulis y Djibuti y habitada por el pueblo afar, incluso las rocas eran de oro, y las ciudades tenían también murallas de oro puro, con almenas de oricalco. Si descendías desde Jerusalén hasta Egipto, tenías que realizar todavía un viaje semejante, por el gran Nilo, hasta llegar, finalmente, al salvaje País de Cus, conocido también con el nombre de Etiopía.


JM


Ropa de casa, Martínez de Pisón, p. 167

Marías me tenía por discípulo suyo a la manera en la que él se consideraba discípulo de Juan Benet. No había en ello ningún desdoro, y casi diría que esa visión jerárquica, tan semejante a la del mundo académico al que pertenecía por familia, se le presentaba como el único orden razonable.  De trato educado y amistoso pero no particularmente cálido, demasiado centrado en su propia persona aunque no necesariamente vanidoso, Marías se veía a sí mismo como el futuro escritor de éxito que acabaría siendo. La suya era la magnanimidad de los grandes maestros cuando todavía no lo era. Lo que daba lo daba a cambio de muy poco: admiración, nada más. Y no daba pocas cosas. Aquí va un ejemplo de su generosidad. Algunos meses después de conocernos, me llamó a casa para ofrecerme una plaza de profesor en Oxford que por tradición se reservaba a escritores españoles. Por allí habían pasado Vicente Molina Foix, Félix de Azúa y él mismo. Obsérvese que lo que me ofrecía no era un puesto de trabajo. Lo que me ofrecía era empezar a formar parta de su pequeño Olimpo, seguir su trayectoria, ser como él, en definitiva. Para alguien como Marías, que acabaría repartiendo títulos y honores desde su imaginario Reino de Redonda, aquello equivalía a admitirme oficialmente es su isla. Por desgracia, no pudo ser.


INCIPIT 1.530. ROPA DE CASA / MARTINEZ DE PISON


A principios de 2019 viajé a Segovia para consultar en el Archivo Militar la hoja de servicios de mi padre. Nacido en 1923, José María Martínez de Pisón Gaztelu se libró por edad de hacer la guerra y tuvo que esperar a la reapertura de las academias militares para dar curso a una vocación que podía deberse, en parte, a la tradición familiar y, en parte, al entonces irresistible prestigio de la milicia. Mi padre fue un militar vocacional y tardío en una época llena de militares prematuros y a la fuerza. Fue también un militar de academia en una España de militares de ocasión, rebosantes de méritos de guerra. La suya debía de ser una vocación arraigada y sincera, dado que podía augurársele cualquier cosa menos una carrera meteórica. En 1947 alcanzó el empleo de teniente del arma de artillería, en 1951 el de capitán y en 1962 el de comandante.


INCIPIT 1.529. EL EXCLAUSTRADO / ALVARO POMBO


Don Juan Cabrera, el discreto exclaustrado, desatiende un momento su manuscrito para cerrar la puerta-ventana del despacho de alto techo con las cuatro paredes de librerías abarrotadas. A estas alturas de la vida, cumplidos ya los setenta y dos, el doctor Cabrera no piensa como Flaubert que eso que se llama «conciencia» sea tan solo la vanidad interior. No cree que la conciencia sea vanidad porque la conciencia del doctor Cabrera siempre ha sido la voz de su conciencia, una voz exigente, poco dada a vanidades interiores o exteriores. En este diminuto piso suyo, a excepción de una terracita abalconada que da a poniente, todo es despacho. Como Mallarmé, Cabrera está seguro de que todo existe para convertirse en libro. El único problema, de momento, es que se le resiste la composición de libros propiamente dichos, solo se le ocurren fragmentos, como muchos capítulos de un libro que sería su autobiografía o sus memorias si no fuera porque detesta el género autobiográfico. Pero ¿cómo vive don Juan Cabrera? Vive confinado. Lleva viviendo así muchos años. Pero solo ahora, con el confinamiento del covid, su confinamiento roza la agorafobia, por tratarse ahora no tanto de una voluntad propia como de la voluntad ajena, la voluntad del Estado

INCIPIT 1.528. DIA / MICHAEL CUNNINGHAM


A estas horas tan tempranas el East River adquiere una fina capa traslúcida, una piel brillante y acerada que parece flotar sobre el río mismo a medida que el agua pasa del negro nocturno al profundo verde opaco del día siguiente. Las luces del puente de Brooklyn empalidecen contra el cielo. Un hombre sube la persiana metálica de su taller de reparación de calzado. Una corredora joven con coleta pasa al lado de un hombre de mediana edad que, con un vestidito negro y botas militares, vuelve por fin a casa. Las escasas ventanas iluminadas son exactamente igual de brillantes que el cuarto de luna.

Isabel, que no ha dormido, está de pie ante la ventana de su dormitorio, lleva una camiseta XXL que le llega hasta la mitad de los muslos. La mujer de la coleta pasa de largo ante el hombre del vestido, que está metiendo la llave en la cerradura de la puerta de la calle. El dueño del taller de reparación de calzado levanta la persiana de acero, preparándose para abrir la tienda. ¿Por qué abre tan pronto, quién puede necesitar que le arreglen los zapatos a las cinco de la madrugada?

Ya se aprecian los primeros signos de la primavera. El árbol de delante del edificio de Isabel (un arce plateado, que, según Google, es «desordenado y de raíces poco profundas») tiene unos capullos pequeños y duros que pronto se abrirán en hojas de cinco puntas, normales y corrientes


VILA-MATAS 1982


Ropa de casa, Martínez de Pisón, p. 167
También con Vila-Matas utilicé la misma estrategia de aproximación. En este caso la utilicé de forma involuntaria. Un par de años antes había leído sus relatos de Nunca voy al cine, entre los cuales dos me habían parecido magníficos.  Cuando me lo presentaron en el Hotel Colón, fue lo bastante gentil para decirme que le habían hablado muy bien de mis libros. Yo, por corresponderle, le elogié dos relatos suyos y él se lo tomó con suspicacia: “O sea que los otros doce no te han gustado”. Aclarar las cosas era demasiado complicado, así que, fingiendo pesadumbre, preferí dar por bueno el malentendido. Fue el vacilante comienzo de una amistad que no iba a tardar en afianzarse. Empezamos a vernos con regularidad. Su base de operaciones estaba entonces en la cafetería del cine Astoria, de luces tenues y colores rojizos, con las mesas alineadas como compartimentos de hotel y, al igual que en los cuadros de Hooper, una larga barra para los bebedores solitarios. Se había inaugurado en los años treinta como salón de té

DOCTOR BUÑUEL – RAYOS X


Ropa de casa, Ignacio Martínez de Pisón, p. 89

En general, me bastaba con saber que ser surrealista equivalía a formar parte de una secta a la que pertenecía mi paisano Luis Buñuel. Acostumbrado a venerar todo aquello que me estaba vedado, admiraba el cine de Buñuel sin haber visto ninguna de sus películas. Admiraba más bien la idea que me había formado sobre su cine, una idea tan vaga que se adaptaba con facilidad a lo ilimitado de mi admiración. Como la gente religiosa con respecto a la figura de Dios, me había creado un Buñuel a la medida de mi voluntad y mi fantasía, a la medida de mi fe. Y, como el propio Dios, ese Buñuel era al mismo tiempo próximo y lejano. Lejano porque no tenía muchas posibilidades de ver sus películas, Y próximo porque, de haber seguido viviendo en Zaragoza, probablemente habría sido mi vecino. Sus hermanas conservaban el piso familiar de la Calle Isaac Peral, a apenas dos manzanas de casa, y el letrero de la consulta de radiología de su hermano Eduardo ( DOCTOR BUÑUEL – RAYOS X) destacaba en un portal del paseo de la Independencia, también muy carca de casa. Todas esas señales alimentaban mi fe en Buñuel.


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