Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BUÑUEL Y WAGNER


Wagnerismo, Alex Ross, p.704

En el estreno, Buñuel se quedó de pie detrás de la pantalla con un fonógrafo, en el que puso un disco de tangos, y su partitura ad hoc se reprodujo tal cual para la versión sonora de la película. La yuxtaposición de elementos resultante -una luna romántica, la violencia misógina, la propulsiva música de tango- tipificaba las preocupaciones surrealistas, para bien o para mal. La siguiente pieza en la lista de reproducción de Buñuel es la Transfiguración de Isolde; acompaña a un hombre vestido con un hábito de monja que va montando en bicicleta por las calles casi desiertas de una ciudad. La disonancia audiovisual va más allá que cualquier cosa imaginada por Eisenstein.

Buñuel tuvo Tristan en mente desde el principio. «Asómate a la ventana y mira como si estuvieras escuchando a Wagner», fue la indicación que dio a Pierre Batcheff, que interpretaba al ciclista. Para el resto de la película, la banda sonora alterna entre Tristan y dos piezas argentinas, como si estuviera desafiando al manifiesto de Marinetti «Abajo el tango y Parsifal». Durante la primera secuencia wagneriana, el ciclista se cae, una mujer acude en su ayuda, salen hormigas de un agujero en la palma de su mano moviéndose lentamente, una joven andrógina investiga una mano amputada con un palo y la andrógina es atropellada por un coche. Durante la segunda, otro hombre joven, interpretado también por Batcheff, muere tras ser disparado por el primero con libros que se convierten en pistolas. Cuando preguntaron a Buñuel si se trataba de un caso de «contrapunto cómico», contestó que utilizaba a Wagner porque sentía por él auténtico cariño. Lo cierto es, como escribe Torben Sangild, que Tristan procura una trágica continuidad a estos amantes deplazados : “Ya han dejado de ser héroes metafísicos de un pasado lejanoy ahora son seres confundidos e inmaduros en un mundo caótico de deseo y violencia».

Tristan se convierte en un himno del deseo prohibido en L’Age d'or (La edad de oro), el primer largo de Buñuel, de 1930. La película sigue las desgracias de una apasionada pareja que se enfrenta a las convenciones burguesas. En medio de una ceremonia al aíre libre en la que participan funcionarios, soldados y sacerdotes -la sinopsis afirma que se trata de la fundación de Roma-, los amantes son descubiertos mientras se revuelcan efusivamente en el barro. El preludio de Tristan empieza a sonar cuando son separados. Más tarde, la pareja hace el amor en un jardín de noche mientras una orquesta toca muy cerca de allí la Transfiguración de Isolda para un público impecablemente vestido. «Qué alegría, qué alegría, haber asesinado a nuestros hijos», dice la mujer. El hombre, con el rostro cubierto de sangre, responde: «Mon amour, mon amour». En este momento, el director detiene a la orquesta, arroja su batuta y mete la cabeza en las manos. La multitud murmura mientras él se aleja tambaleándose. Muy pronto se funde en un abrazo con la mujer de la pareja. Estos hechos anárquicos tienen un sesgo político: podría ser que el director de orquesta haya decidido abandonar el podio porque se da cuenta de la disparidad existente entre su público burgués y la música revolucionaria de Wagner. La secuencia podría ser también una parábola del artista que alcanza la independencia social.


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