Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PASOLINI


Pasolini, Miguel Dalmau, p. 432

Al final este fenómeno de homogeneización ha destruido los pueblos a cambio de un bienestar frágil y dudoso. El verdadero fascismo, por tanto, es este poder de la cultura del consumo que está destruyendo la tierra de nuestros mayores. Dice Pasolini:

“El proceso ha ocurrido tan rápidamente que no nos hemos dado cuenta. Sucedió en estos últimos diez, veinte años ... Ha sido una especie de pesadilla en la que hemos visto cómo Italia desaparecía. Ahora, acaso, al despertarnos de esta pesadilla y mirando alrededor, nos demos  cuenta de que ya no hay nada que hacer.”

La falta de esperanza no solo obedece a este escenario, sino al hecho de que las personas que podrían obrar el milagro ya han sido abducidas por el sistema desde la cuna. Cuando Pasolini se lamentaba de la pérdida de los antiguos ritos, se refería también al hecho de que los niños de hoy ya nacen consumidores. No hay una iniciación a la sociedad de consumo: no hace ninguna falta. Los jóvenes tienen la misma autoridad como consumidores que los ancianos. O más. Por tanto ya no es necesario que los jóvenes sean personas educadas, decentes y con valores humanos. Basta con que sean buenos consumidores, alimentando la rueda que permite la producción tan necesaria para el sistema. Ello explicaría la grave crisis pedagógica, por ejemplo, la perversión de la escala de valores, la incultura, la superficialidad, la falta de verdadero compromiso político de la masa juvenil, etcétera. Para el Nuevo Poder ya no es preciso que un individuo se convierta en ciudadano libre. Al contrario, cuanto más esclava e inculta sea la persona, más cerca estará del consumidor ideal. Esta nueva realidad se convierte en la base de la obsesión del profeta. Pasolini dice en una entrevista televisiva:

“Detesto todo lo que se refiere al «consumo», lo odio en el sentido físico del término ... Tengo conciencia de participar en el usufructo de esta sociedad que produce bienes de consumo. Pero lo esencial es que yo compruebo ese asco en mí mismo. La antipatía que percibo en mi fuero personal es tan insoportable que ya no consigo fijar mi mirada más de unos instantes en una pantalla de televisión. Es una cosa física, me da náuseas. Toda la cultura de consumo me resulta insoportable.”


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