Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MOTORINOS

De A propósito de Majorana, p. 216
La ciudad de Nápoles tiene más de cuatro millones de habitantes, la mayor parte de los cuales se desplaza en motorino por sus calles como si de las arterias de un enorme hormiguero se tratase, y creo no exagerar si digo que en nuestro camino hacia el castillo de Sant'Elmo nos cruzamos al menos con la mitad. No existe ningún tipo de regla que regule el tráfico en ese sitio como no sean los gestos que los conductores intercambian mirándose a los ojos para intentar interpretar las espontáneas intenciones del otro y oponer la máxima resistencia a las mismas, hasta el punto en que se ven superados por la evidencia de que el espacio que quieren ocupar ya ha sido conquistado, lo cual conduce a una serie de insultos y bocinazos que al instante siguiente se desdibujan en ese torrente imparable que mezcla máquinas y humanos sin ningún concierto. Y sin embargo, y según la escala desde la que se mire, puede llegar a hallarse una cierta armonía en todo aquello, una cierta cadencia casi musical que no deja de exhibir su propia forma de belleza: más allá de los elementos aislados, parece como si existiese una comunión de nivel superior que los involucra a todos y los funde. Y no sólo de motorinos se compone esta jungla; los coches y los taxis ejercen la misma anarquía a la hora de desplazarse. Los primeros minutos de conducción fueron francamente intimidantes, como si se tratara de un jueguito electrónico en el que de cualquier parte podía surgir un obstáculo y hubiera que estar muy atento para ir sorteándolos. Poco a poco, sin embargo, mi cerebro fue comprendiendo que debía dejar de intentar procesar los datos, que era mucho más provechoso dejarse llevar por el instinto, ese que nos permite aprovechar todos los resquicios y reaccionar antes de que el otro lo haga para ganar el par de centímetros que hacen falta para conquistar el cruce de una bocacalle. Cuando se alcanza la confianza necesaria, el disfrute que semejante grado de improvisación depara se adueña de los reflejos de uno, y entonces el paseo se convierte en una mezcla de danza ritual y de ejercicio de lucha que hace aflorar lo más primario de cada uno.

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