Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL NOMBRE DEL PADRE

De La isla de la infancia de KO Knausgard, p. 157-158
La velocidad y la ira iban juntas. Mi madre conducía con prudencia, mostrando consideración, nunca le importaba si el coche de delante iba muy despacio, ella seguía detrás con mucha paciencia. Así era también en casa. No se enfadaba, siempre tenía tiempo para ayudar, no se molestaba si algo se rompía, esas cosas pasan, le gustaba hablar con nosotros, se interesaba por lo que decíamos, nos ofrecía a menudo cosas que no eran estrictamente necesarias, como gofres, bollos, cacao, pan recién hecho en casa, mientras que mi padre, por su parte, intentaba eliminar de nuestras vidas todo aquello que no tuviera una relevancia directa para la situación: comíamos porque era necesario, y el tiempo empleado en comer no tenía ningún valor en sí; cuando veíamos la televisión, veíamos la televisión, no se podía hablar o hacer otra cosa al mismo tiempo; cuando andábamos por el jardín, teníamos que ir pisando las losas, en cambio por el césped, tan grande y apetecible, no se debía ni andar, ni correr, ni rumbarse. El que ni Yngve ni yo celebráramos nunca nuestro cumpleaños en casa con los amigos formaba parte de la misma lógica, era innecesario, bastaba con una tarta con la familia después de comer. El que no se nos permitiera llevar amigos a casa también se debía a lo mismo, pues ¿por qué íbamos a estar dentro desordenándolo rodo, cuando se podía estar fuera? Nuestros amigos podrían contar en sus casas cómo era la nuestra, y eso también formaba parte de esa lógica. En realidad, eso lo explicaba rodo. No teníamos permiso para roc.ar ni una de las herramientas de mi padre, ya fueran martillos, destornilladores, tenazas o sierras, palas quitanieves o cepillos, tampoco se nos permitía cocinar, ni siquiera cortarnos una rebanada de pan, o encender el televisor o la radío. Si se nos hubiera permitido, habríamos ocasionado un desorden constante en la casa. Tal como estaba entonces, todo se encontraba en orden, como debía ser, y sólo mi padre o mi madre podían usar las cosas de una manera ordenada y adecuada. Lo mismo ocurría con su manera de conducir, él quería llegar lo ames posible, con el mínimo de  impedimentos, de un determinado punto a otro. 

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