Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

COLOMBIA, AÑOS 80

De El olvido que seremos de Héctor Abad Facciolince, p.213-214
Una vez, sin embargo, en un libro suyo, encontré un escrito de Bertolt Brecht que él dejó varias veces subrayado, un fragmento que me explica algunas cosas y me enseña a leer esos artículos suyos con la perspectiva del momento: “Íbamos cambiando de país como de zapatos,  desesperados cuando en alguna parte sólo había injusticia, pero no indignación. También el odio contra la bajeza desfigura las facciones. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Ustedes, sin embargo, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, piensen en nosotros con indulgencia.»
Revisando sus artículos de esos años, publicados casi todos en el diario El Mundo de Medellín, y algunos también en El Tiempo de Bogotá, encuentro algunas de sus causas desesperadas. Hay uno particularmente duro y valiente contra la tortura publicado poco después de que un amigo y discípulo suyo fuera detenido y torturado por el Ejército en Medellín: “Yo acuso ante el señor presidente de la República y sus ministros de Guerra y de Justicia, y ante el señor  procurador general de la Nación, a los «interrogadores» del Batallón Bomboná de la ciudad de Medellín, de estar aplicando torturas físicas y psicológicas a los detenidos por la IV' Brigada .

… Yo los acuso de colocarlos en medio de un cuarto, vendados y atados, de pie, por días y noches enteras, sometidos a vejámenes físicos y psicológicos de la más refinada crueldad, sin dejarlos siquiera sentarse en el suelo un momento, sin dejarlos dormir, golpeándolos con pies y manos en distintos lugares del cuerpo, insultándolos, dejándolos oír los gritos de los demás detenidos en los cuartos vecinos, destapándoles los ojos solamente para que vean cómo simulan violar a sus esposas, cómo introducen balas en un revólver y sacan a los detenidos a dar un paseo por los alrededores de la ciudad amenazándolos de muerte si no confiesan y delatan a sus presuntos “cómplices”; contándoles mentiras sobre pretendidas «confesiones» en relación con el torturado, obligándolos a ponerse de rodillas y haciéndolos abrir las piernas hasta extremos límites físicos imposibles, para causarles intensísimos dolores, agravados por parárseles encima para seguir así el continuo, extenuante, intenso «interrogatorio»;  dejándoles las ventanas abiertas, sin camisa, en altas horas de la madrugada para que tiemblen de frío; permitiendo que sus miembros inferiores· se edematicen por la forzada posición …

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