Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

11S

De Al límite de Thomas Pynchon, p.345-346
-Sí, ya, se nota lo mucho que se han agriado algunos caracteres. -Los policías de Nueva York siempre han sido arrogantes, pero últimamente aparcan siempre en la acera, gritan a los civiles sin motivo; cada vez que un chaval intenta saltarse un tomo, se suspende el servicio de metro y vehículos policiales de todas las clases, de superficie y aerotransportados, convergen en la zona y ahí se quedan. En Fairway han empezado a vender mezclas de café con los  nombres de los distritos policiales. Las panaderías que sirven a las cafeterías han inventado un gigantesco bollo relleno de mermelada llamado «Héroe», con la forma del conocido sándwich del mismo nombre, para cuando aparecen los coches patrulla.
Heidi ha estado trabajando en un artículo para el Journal of Memespace Cartography que ha titulado «Estrella heteronormariva en alza, compañero oscuro homófobo», en el que argumenta que la ironía, que se supone que es un rasgo básico del humor gay urbano y era muy popular en los años noventa, se ha convertido ahora en una víctima colateral más del 11 de septiembre porque no habría impedido queocurriese la tragedia.
-Como si, no se sabe por qué, la ironía -recapitula para Maxine-, tal como la practicaba una quinta columna de refinados entre risitas, hubiera provocado de hecho los sucesos del 11 de septiembre, al impedir que el país estuviera todo Jo serio que debería, debilitando su anclaje en «la realidad». Así que todo lo que sea fruto de la fantasía (y no me refiero al estado de delirio en el que se ha sumido el país) también debe sufrir las consecuencias. Ahora todo debe ser literal.
-Sí, los chicos están recibiendo ese tipo de discurso en la escuela. -La señora Cheung, una profesora de inglés que si la Kugelblitz fuera un pueblo sería la bruja del barrio, ha anunciado que no les pondrá más trabajos de lecturas de ficción. Otis está aterrado; Ziggy, un poco menos. Cuando Maxine los sorprende viendo Rugrats: Aventuras en pañales o reposiciones de La vida de Rocko, ellos gritan asustados, por reflejo: «iNo se lo digas a la señora Cheung!”.

-¿Te has fijado -prosigue Heidi- en cómo la programación de «realidad» ha llenado de repente todos los canales por cable, como mierda de perro? Claro que así los productores no tienen que pagar la escala salarial de los actores reales. Pero, espera, iaún hay más! Alguien necesita que esta nación de mirones pasmados se crea que por fin ha espabilado, que todos se han curtido y están a la altura de la condición humana, que se han liberado por fin de las ficciones que los llevaban por mal camino, como si prestar atención a vidas inventadas fuera una forma de abuso de drogas malignas que el desmoronamiento de las torres ha curado al meterles de nuevo el miedo en el cuerpo a todos, sin excepción. Y, a propósito, ¿qué pasa en la otra habitación?

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