Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA LECTURA

Orlando de Virginia Woolf, p. 50-51
Su afición por los libros era temprana. De chico  los -pajes lo sorprendían leyendo a la medianoche. Le quitaron la vela, y criaba luciérnagas que ayudaban a su propósito. Le quitaron las luciérnagas y casi prendió fuego a la casa con una mecha. Para decirlo de una vez (dejando  al novelista la tarea de alisar la seda arrugada y sus complicaciones). Orlando era un hidalgo que padecía del amor de la literatura. Muchas personas de su tiempo, aún más las de su rango escapaban al mal y quedaban en libertad de correr, de cabalgar o de enamorarse a su gusto. Pero a algunos los contaminaba un germen nacido  del polen del asfodelo, traído por los vientos de Grecia y de Italia, y de naturaleza tan perniciosa que detenía la mano lista para el golpe, velaba el ojo que buscaba su presa y entorpecía la lengua que estaba declarando su amor. La fatal naturaleza de ese morbo sustituía a la realidad un fantasma,  de suerte que Orlando, a quien la fortuna había otorgado todos los dones –platería,  lencería, casas, sirvientes, alfombras., camas en profusión-. no tenia más que abrir un libro para que esa vasta acumulación se hiciera humo. Desaparecían los  nueve acres de piedra que eran su casa; se evaporaban los ciento cincuenta sirvientes; se volvían invisibles los ochenta caballos de silla; sería prolijo enumerar las alfombras, divanes, tapicerías, porcelanas, platerías, vinagreras, calentadores y  otros bienes muebles, a veces de oro macizo, que se desvanecían bajo la misma como niebla marina. Así era y Orlando se quedaba solo leyendo, un hombre desnudo.

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