Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA DIVISION SEXUAL DEL TRABAJO

De El fin de Alice, de AM Holmes, p.86-87
La madre de él llama para invitarla a cenar. La madre de él llama y habla con la madre de ella. Es el modo en que se hacen estas cosas. Entretanto la duende animada gandulea en segundo plano, fingiendo que es una infante, demasiado pequeña para alcanzar el teléfono, para que le incumba el lenguaje amoroso transmitido por vía telefónica. Se ocupa de que su madre lo haga en su lugar. Como las brujas buenas de los cuentos de hadas, esas madres son cortas de vista, aquejadas del astigmatismo del afecto. Son murciélagos descerebrados en el campanario, la última generación perdida de amas de casa, adiestradas para ser sordas, mudas y ciegas. Permanecen en el hogar, errando de una habitación a otra, esgrimiendo botes de Don Limpio y Centella, suaves gamuzas en la palma de la mano, rezumando limpiamuebles por todos los   poros. Todo lo que acarician se transforma, la mancha se evapora. Las superficies relucen. Y cuando han terminado, y en realidad no terminan nunca, pero cuando se sientan a descansar, sufren una regresión. Juegan corno niñas al gran juego de regentar una casa. Charlan de ello por teléfono, mientras manipulan con la lima de esmeril, mojan el pincelito en la laca roja y se la aplican encima de las uñas. Charlan de ello como si el teléfono no fuese la joya de la corona de la cultura de la comunicación, sino un conjunto de latas vacías de zumo de naranja atadas con una cuerda extendida de una casa a otra. Con el auricular metido debajo de la barbilla, se mueven por sus cocinas preparando bocadillos, removiendo la salsa, congelando y descongelando sus congeladores y neveras, y mantienen constantemente el cordón rizado alrededor del cuello: es un milagro que no se estrangulen con él.

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