Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.524. BAD HOMBRE / POLA OLOIXARAC


Esta es una historia real y, como tal, debe incluir una confesión. Entre 2016 y 2018 fui contactada por distintas mujeres para que las ayudara con una tarea muy específica: querían arruinarles la vida a ciertos hombres. Las acusaciones variaban, pero eran terribles, incluso escalofriantes según el caso; el asunto era urgente, y requería actuar de forma rápida. Ellas no se conocían entre sí, pero yo conocía a algunos de los hombres en cuestión, y por eso me escribían. El plan era unirnos para darles un castigo ejemplar: que las vidas normales de estos hombres, tal como habían transcurrido hasta entonces, desaparecieran bajo los escombros de una revelación que los marcaría de manera irreversible.

Algunos de estos hombres eran mis amigos, con otros mantenía cierta camaradería cordial; a otros no los conocía en absoluto. Lo mismo podría decir de estas mujeres: algunas eran amigas, y a otras no las conocía para nada. A veces eran mensajes que me llegaban por email, por Facebook o Instagram, avisándome que equis hombre era buscado por violador, o por haber cometido actos de violencia de género; otras, fueron mujeres que me contactaron para decirme que alguien a quien yo conocía era un violador serial


YOGA


Bad hombre, Pola Oloixarac, p. 126

La vulva nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenada. Nicole lideraría la revolución de los yonís libertos, y la sedición había empezado. Tenía lugar, de hecho, todas las tardes en su estudio de Mission en San Francisco. La práctica comunal del orgasmo femenino se planteaba como una nueva forma de yoga auténticamente feminista, que comenzaba con un ejercicio de respiración conjunta para aflojar los tejidos. La cadera, el psoas, las lumbares. Cada mujer tenía un almohadón especial, su nook, su nido. Luego se abrían paso los participantes del primer anillo, totalmente vestidos, que se ubicaban de rodillas junto a cada mujer, desnuda de la cintura para abajo sobre su nook.

Sonaba un gong, y los hombres empezaban a masturbar a las mujeres con la técnica patentada por Nicole. En el nivel 1, eran instruidos para no mirar a las mujeres mientras las masturbaban; pero, previo consentimiento, algunos pasaban una pierna por sobre el abdomen de la mujer para poder concentrarse totalmente en la vagina y el clítoris ("somos una compañía totalmente yonicéntrica", explicaba Nicole). Las mujeres gemían, se excitaban y alcanzaban el clímax en estos espacios comunales, y los masturbadores podían ascender de categoría según su grado de expertise, como en karate.

Pero no era una compañía pensada solo para las mujeres, y ahí radicaba la fuerza de su plan de negocios. En San Francisco, por la influencia que la economía de la tecnología tenía sobre la ciudad, la cantidad de hombres sobrepasaba con creces a la de mujeres; gracias a Nicole, la vasta mayoría de hombres que habitaban en la ciudad podrían abandonar sus inseguridades, los atavismos de una existencia sombría de sudor, código y testosterona, y proceder a convertirse en los Dadores de Placer y Maestros del Sexo Vaginal que siempre habían soñado ser.


EMMA ZUNZ


Bad hombre, Pola Oloixarac, p. 97 

“Te digo mas: el precursor de la nueva justicia feminista es nada menos que Jorge Luis Borges. Se trata de Emma Zunz, un cuento que Borges dedica a una mujer, Cecilia Ingenieros, que le dio el ar- gumento: una venganza que es un crimen perfecto. Zunz, el padre de Emma, había sufrido injustamente el oprobio y la prisión, condenado por un crimen que no cometió. Antes de morir en el exilio, el padre le jura a Emma que el ladrón era Loewenthal, el jefe de la fábrica donde trabajaba. En estricta soledad, ella diseña un plan para vengar al padre. Desciende a los lupanares del Bajo, se acuesta con un marinero sueco o finlandes, alguien que le desagrada, para que la pureza del horror no sea mitigada’ (en Borges, el sexo siempre implica el horror). Los jugos del sexo y el asco quedan dentro de ella, que acude al despacho de Loewenthal con un pretexto. Cuando el viejo sale a traerle un vaso de agua, Emma extrae el revólver del cajón y le pega dos tiros. Ya muerto, desordena el escritorio, le desabrocha el pantalón. Llama por teléfono: ‘El señor Loewenthal abusó de mí, lo maté’. El tono, el odio, el ultraje son verdaderos: solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. El ultraje de Mireya era real; su odio al patriarcado era, mas que nunca, real y absoluto; solo no eran veraces las circunstancias y uno o dos nombres propios.


INCIPIT 1.523. CONTRA LA ESPAÑA VACIA / SERGIO DEL MOLINO


Los libros nacen en lo profundo del ayer, como reacciones casi póstumas a escenas infantiles que no entendimos. Cuando emergen a la conciencia, los temas, las primeras frases, el título y las páginas finales llevan mucho tiempo escritos. Se empieza a teclear con la sensación de haber pasado media vida con esos párrafos dentro, sin saber cuándo arraigaron y echaron a crecer. No es el caso de este ensayo, cuyos orígenes puedo fechar con precisión. Empecé a escribir de forma inconsciente este libro el 19 de noviembre de 2018, entre las siete y las ocho y media de la tarde.

Aquel día se presentaba en la librería Alberti de Madrid Lugares fuera de sitio, la obra con la que gané el Premio Espasa de Ensayo de ese año. Me hacía el honor de presentármela Joaquín Estefanía, que había vuelto del retiro para ayudar a Sol GallegoDíaz a dirigir El País. Joaquín representaba un arquetipo periodístico e intelectual que yo homenajeaba en el libro: la  generación de la transición, capitaneada por Manu Leguineche e integrada, sobre todo, por los cuadernícolas, aquellos jovencísimos reporteros que empezaron sus carreras en Cuadernos para el Diálogo.

Dos estrellas de aquella revista, Eduardo Barrenechea y Luis Carandell (que, por problemas legales con la censura, firmaba con el seudónimo de Antonio Pintado), hicieron un viaje por la frontera hispanoportuguesa en 1972 por encargo de Cuadernos, que editó la aventura en forma de libro, titulado La Raya de Portugal. La crónica, llena de humor y sabiduría, bautizaba la franja fronteriza casi despoblada como la Costa del Luto, parodiando la manía desarrollista de poner nombre a las costas ibéricas.


INCIPIT 1.522. MELANCOLIA DE LA RESISTENCIA / LASZLO KRASZNAHORKAI


CIRCUNSTANCIAS EXTRAORDINARIAS

Introducción

Como el tren de pasajeros que unía las poblaciones ateridas por las heladas en la zona sur de la Gran Llanura, entre el río Tisza y el pie de los Cárpatos, no acababa de llegar a pesar de las confusas explicaciones del ferroviario, que iba y venía, desconcertado, junto a los raíles, y de las promesas cada vez más decididas del jefe de estación, que, nervioso, salía una y otra vez al andén ( «Qué le vamos a hacer, ha vuelto a esfumarse ... », señalaba el ferroviario con ademán de menosprecio y expresión entre amarga y maliciosa), el convoy de emergencia-compuesto por dos vagones destartalados con bancos de madera y una locomotora anticuada y enferma del tipo 424, que únicamente podía utilizarse en casos llamados «especiales»-se puso por fin en marcha más de una hora y media después de lo indicado por un horario que, de todos modos, no le atañía. Así, los lugareños, que se habían resignado con bastante indiferencia al retraso del tren procedente del oeste, podrían llegar a sus destinos a lo largo del trayecto de cincuenta kilómetros que aún faltaba por recorrer por un ramal secundario.


ROSSINI


Nada que temer, Julian Barnes, p. 273

Actualmente cuesta cinco euros la visita a la iglesia -o, como prefiere llamarlo el billete de entrada, al «conjunto monumental»- de Santa Croce en Florencia. No se entra por la fachada occidental, como hizo Stendhal, sino por el lado norte, y de inmediato se te presenta una elección de itinerario y propósito: la puerta izquierda para los que quieren rezar, la derecha para turistas, ateos, estetas, ociosos. La vasta y aireada nave de esta iglesia predicante todavía contiene las tumbas de hombres célebres cuya presencia enternecía a Stendhal. Entre ellos figura hoy un relativo recién llegado: Rossini, que en 1863 pidió a Dios que le concediera el paraíso. El compositor murió en París cinco años después y fue sepultado en Pere-Lachaise, pero, al igual que en el caso Zola, un Estado orgulloso le arrebató su tumba y se lo llevó a su panteón. Que Dios optara por concederle el paraíso depende quizá de si Él había leído o no el Diario de Goncourt. He aquí la anotación del de enero de 1876: «Anoche, en el fumador de la princesa Mathilde, la conversación versó sobre Rossini. Hablamos de su priapismo y su gusto, en materia amorosa, por prácticas malsanas; y, después, de los extraños e inocentes placeres que deleitaban al viejo compositor en sus últimos años. Hacía desvestirse a unas muchachas hasta la cintura y les paseaba por el torso sus manos lascivas, al mismo tiempo que les ofrecía la punta del meñique para que se la chuparan.»


STENDHAL


Nada que temer, Julian Barnes, p. 268

Aquí yacen algunos de mis muertos; la mayoría, como son escritores, en la sección inferior y, por ende, la más barata. Stendhal fue sepultado aquí treinta años después de haber sufrido «unas violentas palpitaciones» delante de Santa Croce, y de sentir que «la fuente de la vida se secó en mi interior y caminé con un miedo constante de caerme al suelo». ¿Queremos morir no sólo a nuestro estilo sino también tal como esperábamos? Stendhal disfrutó de esta fortuna. Tras sufrir el primer ataque, escribió: «Creo que no hay nada ridículo en desplomarte muerto en la calle, siempre que no lo hagas a propósito.» El 22 de marzo de 1842, después de cenar en el Ministerio de Asuntos Exteriores,encontró el fin no ridículo que buscaba en la acera de la rue Neuve-des-Capucines. Le enterraron como «Arrigo Beyle, milanés», una reprimenda a los franceses que no le leyeron y un homenaje a la ciudad donde el olor a boñiga de caballo le había conmovido hasta las lágrimas. Y como era un hombre al que la muerte no pilló desprevenido (hizo veintiún testamentos), compuso su propio epitafio: Scrisse. Amo. Visse. Escribió. Amó. Vivió.


GOETHE


Nada que temer, Julian Barnes, p. 241

Sabiduría, filosofía, serenidad: ¿cómo se acumularán contra el terror mortal, once en una escala de uno a diez? Pongo de ejemplo a Goethe, uno de los hombres más sabios de su tiempo, que llegó a octogenario con sus facultades intactas, una salud excelente y una fama universal. Siempre había sido imponentemente escéptico sobre el concepto de supervivencia después de la muerte. Pensaba que preocuparse por la inmortalidad era una inquietud de mentes ociosas, y consideraba excesivamente autosuficientes a quienes creían en ella. Su postura práctica y divertida era que, si después de esta vida descubría que existía otra, estaría complacido, desde luego; pero confiaba ardientemente en no encontrarse con todos aquellos pelmazos que se habían pasado la vida terrenal proclamando su creencia en la inmortalidad. Oírles cacarear «¡Teníamos razón! ¡Teníamos razón!» sería aún más inaguantable en la vida posterior que en ésta.

¿Cabría una posición más cuerda y sabia? Y así Goethe continuó trabajando hasta una edad muy provecta, y terminó la segunda parte de Fausto en el verano de 1831. Nueve meses después cayó enfermo y quedó postrado en cama. Tuvo un último día de dolor extremo, aunque después de haber perdido el habla siguió trazando letras en la manta sobre sus rodillas (sin abandonar el esmero habitual con que puntuaba su escritura: un maravilloso ejemplo de morir fiel a sí mismo). Sus leales amigos afirmaron que había muerto noble y hasta cristianamente. La verdad, revelada por el diario de su médico, fue que Goethe fue «presa de un miedo y una agitación terribles». La causa del «horror» de aquel último día era evidente para el médico: Goethe, el sabio Goethe, el hombre que veía. la perspectiva de todo, no pudo evitar el temor que nos vaticina Sherwin Nuland.


INCIPT 1.521. QUIERO Y NO PUEDO / RAQUEL PELAEZ


Qué es ser pijo

A pesar de que a veces Diego Ibáñez se pone un peto de tejido mahón como el que llevan en las cadenas de producción los trabajadores del decadente cinturón industrial de Estados Unidos, el cantante de la banda de rock que acuñó el término «cayetano» está muy lejos de ser clase obrera manufacturera. Él se gana la vida con la música.

Este chico de veinticinco años, que estudió fisioterapia y se crio en el madrileño barrio de Malasaña, me mira fijamente y con sorna, como si me viese venir, cuando le pregunto: «¿Qué es un pijo?».

Estamos sentados entre paredes de ladrillo visto en las oficinas de su mánager, en pleno barrio obrero (y bastión electoral de la izquierda en Madrid) de Legazpi, y el líder de Carolina Durante se encuentra con el problema esencial de todos los estereotipos: su definición. Él mismo, inteligente y sin miedo a la autoparodia, sabe que se ajusta, además, a otro estereotipo: el de malasañero.


INICIPT 1.520. Los pobres / Villaim T. Vollmann


Creo que soy rica (Tailandia, 2001)

Cuando conocí a Sunee, me encontraba en Klong Toey buscando un pobre al que preguntarle por qué existía la pobreza, y ella se abalanzó borracha sobre mí y empezó a darme tirones de la manga y a rogarme que fuera a casa con ella. En opinión de mi intérprete, era sin duda una ex prostituta, ya que sabía unas cuantas palabras en japonés y al servimos agua gritó entre risas en inglés, exactamente como hacían las chicas de los bares de Patpong: «Dlink, dlink!».

En contra de los consejos de la intérprete, decidí aceptar la propuesta de Sunee. Llevábamos en Klong Toey menos de cinco minutos. Nos adentramos en el barrio bajo más cercano, que empezaba a unos cincuenta pasos, y nos encontramos en el consabido laberinto de aceras húmedas en pendiente, con casas cajón lo bastante cercanas para tocarlas por cada lado. Los habitantes me inspeccionaban con malicia desde sus agujeros ventana; ¿compraría heroína o niñas? Sunee avanzaba a trompicones triunfales, con las manos en el corazón. Al cabo de dos minutos llegamos a casa, que quiere decir la choza de la madre de Sunee, cuyo techo y paredes eran tablones clavados unos a otros, con huecos alabeados entre ellos para mayor comodidad de los mosquitos tailandeses. Nos sentamos los cuatro con las piernas cruzadas en  una sábana azul de vinilo que cubría en su mayor parte el suelo de cemento.


LA VEJEZ


Nada que temer, Julian Barnes, p. 240

La sabiduría es la virtuosa recompensa de quienes examinan pacientemente el funcionamiento del corazón y el cerebro humanos, procesan la experiencia y adquieren de este modo una comprensión de la vida: ¿no es así? Pues Sherwin Nuland, sabio tanatólogo, tiene algo que decir a este respecto. ¿Prefieres la buena noticia antes o después de la mala? Un táctico juicioso siempre prefiere la buena antes: podrías morirte antes de oír la mala. La buena es que, en efecto, a veces nos volvemos más sabios cuando envejecemos. Y he aquí la mala noticia (más larga). Todos sabemos demasiado bien que nuestro cerebro se desgasta. Por muy frenéticamente que sus partes componentes se renueven, las células del cerebro (como los músculos del corazón) tienen una fecha de caducidad limitada. Por cada decenio de vida después de los cincuenta años, el cerebro pierde el dos por ciento de su peso; también adquiere una tonalidad amarillo-cremosa: «incluso la senilidad tiene un código de color». El área motora de nuestra corteza frontal perderá del veinte al cincuenta por ciento de sus neuronas, el área visual el cincuenta por ciento y la parte física sensorial más o menos el mismo porcentaje. No, esto no es lo malo. Lo malo viene incluido en una parte relativamente buena: la de que las funciones intelectuales superiores del cerebro se ven mucho menos afectadas por esta morbosidad celular generalizada. En efecto, «algunas neuronas corticales » parecen hacerse más abundantes después de la madurez, y hay incluso evidencia de que los ramales filamentosos -las dendritas- de muchas neuronas siguen creciendo en los viejos que no sufren Alzheimer.


LA MUERTE


Nada que temer, Julian Barnes, p. 217

La forma más segura de no temerla hasta que sobreviene. «Lo malo es saber que va a ocurrir.» Mi amiga H., que de vez en cuando me reprende por mi morbosidad, admite: «Sé que todos los demás van a morir, pero nunca pienso en que voy a morir yo.» Lo generaliza con un tópico: «Sabemos que tenemos que morir pero nos creemos inmortales» ¿De verdad la gente alberga en su cabeza contradicciones tan palpitantes? No le queda más remedio, y Freud lo  consideraba normal: «Nuestro inconsciente, pues, no cree en su propia muerte; se comporta como si fuera inmortal. » De modo que mi amiga H. se ha limitado a ascender de rango a su inconsciente para que se ocupe de su consciente.

En algún punto, entre un distanciamiento tan útil y táctico y mi horrorizada contemplación del pozo, hay -tiene que haber- una posición racional, madura, científica, literal, intermedia. Hela aquí, formulada por el doctor Siherwin Nuland, tanatólogo norteamericano y autor de Cómo morimos: «Una esperanza realista exige asimismo que 1ceptemos el hecho de que el tiempo que se nos ha asignado en la tierra tiene que limitarse a una duración coherente con la continuidad de nuestra especie ... Morimos para que el mundo pueda seguir viviendo. Se nos ha concedido eI milagro de la vida porque trillones y trillones de seres vivos nos han preparado el camino y después han muerto ..., en cierto modo, por nosotros. Morimos, a nuestra vez, para que otros vivan. La tragedia de un solo individuo se convierte, en el equilibrio de las cosas naturales, en el triunfo de la vida en curso.»


YO


Nada que temer, Julian Barnes, p. 163

A lo largo de la vida construimos y logramos un carácter único, con el cual esperamos que nos dejen morir.

Pero los investigadores que han penetrado en nuestros secretos cerebrales, que lo presentan todo en colores vivos, que siguen las pulsaciones del pensamiento y la emoción, nos dicen que no hay nadie en casa. No hay fantasma en la máquina. El cerebro, según un neuropsicólogo, es más o menos «un pedazo de carne» (no lo que yo llamo carne, pero es que no soy muy fiable hablando de despojos). Yo, o incluso yo, no produzco pensamientos; los pensamientos me producen a mí. Los que trazan mapas del cerebro, por mucho que escruten y escudriñen, sólo pueden llegar a la conclusión de que «no hay "materia del yo" que detectar». Así que nuestro concepto de un ego persistente, o de uno mismo, o de yo o yo -y mucho menos uno localizable- es otra de las ilusiones con que vivimos. La que mejor reemplaza a la teoría del ego -a la cual hemos sobrevivido tanto tiempo y tan naturalmente- es la teoría del haz. La idea del capitán del submarino cerebral, el organizador a cargo de los sucesos de su vida, debe rendirse ante la idea de que somos una mera secuencia de sucesos, enlazados por determinadas conexiones causales. Por decirlo en una fórmula definitiva y desalentadora (aunque literaria): ese «yo» al que tanto apreciamos sólo existe propiamente dicho en la gramática.


La Plaza Real


Nela 1979, Juan Trejo, p. 167

Y ciertos núcleos, rincones, calles y plazas del centro de Barcelona habían ido consolidándose desde principios de la década de los setenta como espacios con voluntad evidentemente cosmopolita, liberados de la grisura general. Por ese motivo, para ser conscientes del verdadero calado de esa clase de mezclas sociales que estaban teniendo lugar, era imprescindible alejarse un poco del barrio y desplazarse a esos puntos cercanos al centro, donde las posibilidades de que se produjesen intercambios sorprendentes eran mucho mayores.

Lugares como la plaza Real. Un espacio rectangular porticado al que se puede acceder desde tres calles diferentes, con una gran fuente en el centro, llamada de las Tres gracias, y varias palmeras desperdigadas a ambos lados. Por encontrarse casi en mitad de la Rambla, en medio del Barrio Gótico, pero sobre todo por su cercanía con el puerto y su carácter un tanto íntimo, al estar casi completamente cerrada sobre sí misma, la plaza Real siempre había sido un lugar de encuentro entre los recién llegados y los vecinos de toda la vida. Pero en los años setenta, al caer la noche, los jóvenes hippies y los buscadores de todo pelaje llegados de Europa y Latinoamérica, que en muchos casos recalaban en la ciudad de paso hacia Ibiza y Formentera, se mezclaban en la plaza con marineros de la Sexta Flota estadounidense, portadores casi involuntarios de nuevos estilos musicales, jóvenes lugareños en busca de emociones intensas, vendedores de grifa y de marihuana y transmisores más o menos espontáneos de saberes esotéricos y filosóficos. Por aquel entonces, había en la plaza un tablao flamenco, Los Tarantos, justo en el mismo local en el que antaño había habido una cueva de jazz, el Jamboree. Abundaban las cervecerías y todo tipo de restaurantes de precios asequibles en los alrededores, además de algún que otro local nocturno de carácter heterodoxo. En cualquier caso, en esos años la plaza adquirió fama como punto de encuentro de la contracultura, porque allí, llegada la noche, siempre se cocían cosas interesantes.


En los años setenta, Barcelona


Nela 1976, Juan Trejo, p. 94

En los años setenta, Barcelona representaba una esperanza para el resto de España. O, si se prefiere, representaba el atisbo de una posibilidad. La capital catalana, a pesar de ser mucho más pequeña, menos poblada y, sin lugar a dudas, infinitamente menos relevante en el aspecto político que Madrid, se había convertido en la ciudad española más pujante, más llamativa; sobre todo para los jóvenes con inquietudes.

Por una parte, un considerable número de integrantes de la burguesía de la ciudad, nacidos entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, sin renegar por completo del capital o del vínculo familiar, estaban dando un giro hacia un enfoque ideológico alejado del de sus predecesores, más acorde con su condición de jóvenes formados intelectualmente según  las tendencias en boga en Europa o Estados Unidos, donde algunos de ellos estudiaron o habían estado de vacaciones. Jóvenes capaces y emprendedores, amantes del hedonismo y de la cultura, que llamaban la atención desde hacía tiempo entre la gente más avezada del país por disfrutar de lo que parecía, al menos desde la distancia, un considerable margen de maniobra tanto en el ámbito creativo como social. A los integrantes de ese grupo de fronteras más o menos difusas se les iba a conocer poco después como la gauche divine.

Por otra parte, Barcelona, o como mínimo ciertas zonas de la ciudad, tenía asociada desde principios de siglo XX la etiqueta de ser una ciudad más bien tolerante con todo tipo de vicios e incluso prácticas sexuales. De hecho, el Barrio Chino, herencia del pasado portuario de la ciudad, era conocido en Europa como un territorio casi autónomo en el que eran bien acogidos no solo los parias y los delincuentes, sino también los bohemios y los estetas de gustos menos convencionales.


INCIPIT 1.518. ¿QUIEN MATO A BAMBI? / MONIKA FAGERHOLM


GUSTEN A LA ORILLA DEL LAGO, 1

Se puede empezar aquí. Una mañana de septiembre de 2014.

Gusten Grippe baja a la orilla del agua. El lago Kallsjon, la ciudad de las villas; hace ya que no va allí por su cuenta, hace bastante. Una vez, varios años atrás, se mudó de la ciudad de las villas, donde se había criado, y prometió no regresar jamás. O sea, ¿qué hace aquí ahora justo esta mañana de septiembre de comienzos de un otoño que lo obligará a volver a aquello que abandonó un día? La respuesta: nada. Ningún pensamiento, ningún objetivo. Simplemente, ha venido a parar aquí durante su habitual carrera matutina. Sí, aún sucede, a veces viene a correr a la ciudad de las villas, coge el coche hasta aquí desde el pueblo vecino, donde reside en la actualidad, con elegancia, en una lujosa guarida de soltero de dos plantas (nuestro Gusten es agente inmobiliario, el agente infernal lo apodan, por lo bueno que es). Quizá sea un presagio, una señal, algo relacionado con el sexto sentido. A lo sumo seguramente solo una casualidad, una irónica coincidencia.

Pero una vez, cuando Gusten era niño, este era su mundo: la ciudad de las villas, el lago Kallsjon, las playas circundantes, las fincas que rodeaban el lago, y el bosquecillo y el sendero deportivo que discurre a la orilla de la fangosa corriente de agua que no es ni profunda ni fría ni peligrosa


BOTONES


En otoño, KO Knausgard, p. 213

Mis hijos crecen sin ninguna caja de botones y nunca han visto coser a sus padres, porque cuando aquí se cae un botón tirarnos la prenda y comprarnos una nueva. No me gusta, cada vez que ocurre me lleno de una ligera sombra de tristeza, no es así como debe ser. Pero ¿por qué? ¿Pongo austeridad y pobreza por encima de la abundancia? Sí, de alguna manera debo hacerlo. La abundancia es mala, la austeridad es buena; también eso forma parte de la herencia. ¿Y no es verdad que pocas ideas representan mejor la civilización que esa? Tal vez lo más característico de la naturaleza sea la abundancia, una salvaje riqueza de hojas y hierba, tallos y ramas, un derroche ilimitado de clorofila, de lo cual la esencia del botón, que pulcra y modestamente, pero con eficacia, mantiene unida la camisa, es el contraste total. Eso se obvia en aquellas ocasiones en las que el deseo le vence a uno, y con la garganta obstruida y el sexo palpitante no puede esperar el tiempo que se tarda en desabrochar todos los botones, y coge cada parte de la camisa o la blusa y la desgarra de un movimiento violento, para entrar en lo ilimitado, frenético y derrochador. Eso constituye siempre la mayor tentación en el reino de la moderación, precisamente porque es contenida y regulada por el principio de los botones. Este principio no radica en ninguna idea, sino en la labor diaria de las manos con los pequeños discos cuando los empujan despacio y verticalmente dentro de las pequeñas ranuras de la tela de la otra parte de la camisa, y luego los vuelven a enderezar cuando la han traspasado, de modo que forman un cierre y constituyen la técnica que utilizamos para ocultar el cuerpo tras la ropa y ejercitarnos en el autocontrol.


TELÉFONOS


En otoño, KO Knausgard, p. 191

Tan despacio transcurre la elaboración interior de la realidad que cuando pienso en un teléfono sigo viendo en mi imaginación ese teléfono gris estándar que se usaba en Noruega en las décadas de 1970 y 1980. Constaba de dos partes, un auricular ligeramente curvado que se ensanchaba en una forma semicircular en cada extremo, con la superficie perforada por pequeños agujeros. Uno de los extremos se ponía junto al oído, dentro había un altavoz por el que se podía escuchar la voz de la persona a la que se llamaba, el otro se colocaba junto a la boca, ya que contenía un micrófono que captaba tu voz y se la enviaba al receptor.  La otra parte del teléfono era el propio aparato, unido al auricular por un cable en espiral. El aparato solía estar colocado en una mesa, y en el centro tenía un disco giratorio con un agujero para cada uno de los diez números, ajustados al tamaño del dedo índice. En lo alto tenía una horquilla en la que descansaba el auricular cuando no se usaba. En la horquilla había dos trozos de plástico blanco, que regulaban la línea saliente. Cuando el auricular reposaba  sobre ellos, este los presionaba y la línea quedaba cerrada, mientras que cuando el auricular se descolgaba, se levantaban y la línea se abría. Se oía entonces una señal regular e ininterrumpida en el altavoz del auricular. Cuando se marcaba en el disco el número de la persona con la que se quería hablar, la señal cambiaba. Empezaba a sonar una serie de señales breves, lo que significaba que la línea estaba ocupada, o bien una serie de señales un poco más largas, lo que significaba que la línea estaba abierta, y si alguien levantaba el auricular al otro lado de la línea, se podía empezar a hablar.


LABIOS GENITALES


En otoño, KO Knausgard, p. 115

Labios genitales es el nombre de los pliegues alargados que, partiendo de ambos lados, se encuentran encima del orificio de la uretra y la apertura de la vagina de las mujeres, cubriéndolos como una especie de cortina de piel.  Hay dos pares de labios genitales, los externos y los internos. En los bebés, la piel es lisa, y la raja un poco redondeada que se abre entre las dos partes abultadas, como una especie de almohadillas, tiene una forma y un tamaño que recuerda a la rendija por la que se echan las monedas en una máquina. Cuando la niña está tumbada en el cambiador, se mete a veces la mano en la raja y aparece lo que hay más adentro, algo un poco rojizo y húmedo. El padre solo puede lavar esta parte del cuerpo de una niña los primeros años, al menos yo lo viví así; en cuanto las niñas tuvieron edad suficiente, les di una manopla enjabonada y les pedí que se lavaran ellas mismas en la bañera. Lo hice así porque durante las últimas décadas la mirada masculina ha sido puesta en entredicho, y el vago pero constante sentimiento de culpabilidad que despertaba había penetrado en la relación entre padre e hija, relación que, en cuanto a desnudez, se caracterizaba por una exagerada prudencia. Pues sí, hasta dentro de este texto ha penetrado la culpabilidad, porque, en el fondo, ¿esta comparación no equivale a convertir el órgano sexual femenino en un objeto, y no es, por tanto, en última instancia, algo misógina?


BOCA


En otoño, KO Knausgard, p. 89

La boca es uno de los cinco orificios del cuerpo, y como tal, un lugar para el intercambio entre el cuerpo y el mundo. La parte exterior de la boca la constituyen los labios, dos almohadillas relativamente largas y estrechas, colocadas horizontalmente una contra otra en la parte delantera de la cabeza, en la zona inferior de la cara, debajo de la nariz. Estas almohadillas se distinguen de las demás partes visibles del cuerpo por su color rojizo, en contraste con la piel blanca, amarilla-blanca, marrón o negra que cubre el resto de la cara. También se distinguen por estar húmedas. Tanto la humedad como el color son, por lo demás, una característica de la parte interior del cuerpo. Es porque los labios pertenecen a la vez a lo interior y a lo exterior: son la desembocadura. Esas zonas indeterminadas, que no son ni una cosa ni la otra, surgen siempre donde lo interior se encuentra con lo exterior, lo húmedo con lo seco. En el cuerpo, este es el caso del ano, que, al igual que los labios, es húmedo y tiene un color y una consistencia diferentes a la piel que lo rodea, entre ligeramente rojizo y beige y un poco baboso.


INCIPIT 1.519. 14 DE ABRIL / PACO CERDA


Emilio

Acabas de morir.

Nadie lo sabe, Emilio, pero tú estás muerto.

No lo sabe Visitación, que andará dormida en casa. No lo saben tus hijos, dos niños y una niña ya sin padre nuestro. No lo sabe tu madre anciana en este silencio quebradizo que anuncia la aurora. No lo sabe tu cuñado. Él fue quien te sumó anoche a la manifestación.

No tenías sueño y fuiste al cine. La película era mejor que la del pobre encuadernador en paro con los cincuenta recién cumplidos que cada día proyecta el espejo. Salías del teatro, luna nueva en el cielo de Madrid, y esa marea humana te sorprendió. Vivas ardorosos. Vivas enardecidos. Gargantas henchidas de fe. Entre ellas, la de tu cuñado.

Estaba en el Círculo Republicano cuando los manifestantes irrumpieron, pidieron una bandera tricolor y la ataron a un palo. Hamelín ya tenía flauta. Y la gente, tu cuñado también, siguió a la flauta.

Como en toda película, se lo advertiste: No te metas en líos y vete a dormir. Es la frase del secundario que va a morir. Cómo pudiste no darte cuenta.


EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS


Huaco retrato, Gabriela Wiener,p 113

El racismo científico vivió su apogeo en el siglo XIX gracias a los avances en varias ramas del conocimiento ilustrado que ayudaron a crear las bases de una concepción racista de las sociedades. Biólogos y antropólogos se aplicaron en dividir la especie humana en clases a partir de su color de piel y otros rasgos físicos, estableciendo una jerarquía entre personas y otorgándole a la raza blanca la supremacía. Fue en la segunda mitad de la centuria que los imperios europeos usaron estas teorías para justificar la explotación colonial y las políticas genocidas en América, Asia, Oceanía y sobre todo en África. En 1885 se legalizó el reparto de África en la Conferencia de Berlín, un encuentro entre doce países europeos, Estados Unidos y el imperio otomano para atribuirse derechos territoriales exclusivos sobre este continente sin preguntárselo a los pueblos que lo habitaban. Esta visión del mundo legitimó que el rey Leopoldo II de Bélgica se quedara el Congo como propiedad privada, su parque de diversiones personal para esclavizar, torturar y asesinar sanguinariamente congoleños. Francia conquistó Madagascar y destruyó Tombuctú y el Reino de Dahomey. Gran Bretaña hizo lo mismo con  Benín. En 1906, en la Conferencia de Algeciras, Francia y España se repartieron Marruecos.


INCIPIT 1.517. LOS POZOS DE LA NIEVE / BERTA VIAS MAHOU


Entre y pregunte sin más

Mi abuelo, al tomar el café, me hablaba de Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a pólvora. Mi padre, al tomar la copa, me hablaba de Zapata y de Villa, de Soto y Gama y los Flores Magón. Y el mantel olía a pólvora. Yo me quedo callado. ¿ De quién podría hablar. .. ? Has recordado este poema, un poema con aires de canción, y los tiempos en los que el mantel olía a pólvora han vuelto a ocupar tu memoria. Y una extraña necesidad, la de venir hasta aquí, para acabar paseando como ahora paseas,  entre las cruces, cuando la nieve vuelve a caer. Te subes el cuello del abrigo, te frotas las manos, vuelves hacia la entrada y te detienes ante la estela bajo un tejado a dos aguas para leer la inscripción que al entrar ignoraste. En este cementerio descansan veintiséis soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial y ciento cincuenta y cuatro de la Segunda.

Pertenecían a tripulaciones de aviones que cayeron sobre España, a submarinos y otros navíos de la armada hundidos junto a nuestras costas. Algunos murieron en hospitales españoles a causa de sus heridas. Sus tumbas estaban repartidas por todo el país, allí donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o donde ellos alcanzaron a llegar. .. Has venido a pie, desde Cuacos de Yuste, dejando un largo rastro en la nieve. Las pisadas oscuras. Los cristales de hielo aplastados, derritiéndose.


INCIPIT 1.516. DIBUJOS RECUPERADOS / FRANZ KAFKA


PRÓLOGO

Ala muerte de Kafka, en 1924, su amigo y albacea Max Brod recogió en Praga y otros lugares frecuentados por el escritor todos los legajos, escritos y documentos relativos a la vida y la obra del autor. Kafka había aprobado publicar en vida solamente siete pequeños volúmenes de narraciones; entre ellos, Contemplación (1913) y Un artista del hamhre (1924 ), que llegó a librerías a las pocas semanas de haber fallecido el escritor, quien en su lecho de muerte corrigió parte de las pruebas de imprenta que la editorial berlinesa le había enviado.

Brod editó sin dilación las tres novelas de Kafka El proceso, El castillo y El desaparecido (con el nombre apócrifo de América), y más tarde se hizo cargo de la edición o reedición de casi todos los textos narrativos de este. Pero lo hizo con escasa competencia filológica, extrayendo de los diarios pasajes de factura narrativa y que a menudo tituló de manera arbitraria. A su vez omitió fragmentos -en especial por lo que se refiere a la correspondencia- relativos a personas todavía vivas entonces. Mucho después, a partir del año 1982i un grupo internacional de filólogos procedió a la edición crítica de todos los textos conservados de Kafka bajo el sello alemán Fischeri que debe ser considerada la edición canónica de la obra del autor.


«Pueblo Negro»


Huaco retrato, Gabriela Wiener,p 109

A algunos metros de donde Charles da su discurso, en el Palacio del Trocadero, se levanta una de las atracciones más populares del recinto, el zoo humano «Pueblo Negro», que recrea una comunidad africana con cuatrocientos nativos auténticos importados para la ocasión, como un Disney del colonialismo. El museo se inspira en las exhibiciones humanas del zoólogo y capataz de circo alemán Carl Hagenbeck que seguirían funcionando hasta 1930 en el Jardín de Aclimatación de París, un lugar didáctico para enseñar a los franceses cómo funcionan sus colonias. Miles de visitantes pagaron una entrada para ver a seres vivos en cautiverio, con la excusa del conocimiento. En Alermania y Bélgica también fueron una atracción muy popular y recién en 1958 se cerró el último zoo con personas en Bruselas. Esa vez, cientos de congoleños, muchos de ellos niños, se exhibieron detrás de un cerco de bambú. Los encargados de la exposición animaban a los visitantes a lanzar dinero o plátanos si aquellos estaban demasiado quietos.

Las reconstrucciones estrafalarias en cartón piedra de aldeas enteras fueron pobladas por nativos reales secuestrados o traídos a Europa con engaños. Una familia al completo fue raptada de la bahía San Felipe, en Tierra del Fuego, y sus integrantes, atados con cadenas, fueron expuestos entre rejas, sin posibilidad de asearse para verse salvajes y para simular que eran caníbales cada tarde les tiraban trozos de carne cruda. En  el Jardín de Aclimatación dos familias de mapuches formadas por seis hombres, cuatro mujeres y cuatro niños fueron exhibidos jugando el palín y tocando la trutruka.

Por esa misma época, en Madrid, en el señorial parque del Retiro, justo al lado del Palacio de Cristal, España tuvo la oportunidad de estar a la última en moda colonial abrazando la tendencia de los zoos humanos europeos. Es verdad que al mellado imperio ya le quedaban pocas colonias para entonces pero no quiso ser menos que el resto de potencias e inauguró en octubre de 1887 su propio parque temático del racismo con un centenar de indígenas filipinos, entre ellos chamorros, tagalos y carolinos. Los madrileños y madrileñas pudieron apreciar cómo discurría la vida cotidiana de sus colonizados, pero también los catalanes. Cerca a la plaza de Cataluña se abrió al público el zoo Negros Salvajes.


Sección Femenina


Presentes, Paco Cerdá, p. 171

No es digna de llamarse falangista aquella que no sienta el ímpetu revolucionario, aquella a la que le parezcan duros los colores de la bandera roja y negra, aquella que se asuste ante la palabra camarada. Eso lo ha mandado Ella, la guardiana de las esencias, la sacerdotisa que custodia con pura, rigurosa y casi sublime lealtad el fuego sagrado de la Falange. No quiere señoritas inútiles ni lindas muñecas. Abomina de la ñoñería de tiempos pasados. Su maquinaria de propaganda bombardea: Una mujer fascista no puede ser cursi ni repipi ni tener el espíritu blando. Hay que acabar con cierta tradición. La mujer honrada, la pierna quebrada y en casa. Ese refrán, dice, es consecuencia de los siete siglos de dominación musulmana. Ahora, dice, cuando la mujer honrada tiene deberes que cumplir se echa a la calle y la invade con su ímpetu. Esa es la nueva feminidad de este tiempo. Las falangistas de la Sección Femenina han superado el encargo inicial de José Antonio: una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda. La guerra todo lo ha cambiado. Es cierto: la guerra ha terminado, pero la guerra no ha terminado. Sería inútil la guerra si, una vez acabada, volvierais a la comodidad y al descanso, advierte La Mujer a sus falangistas. La guerra no era el final, solo el principio. Al principio eran siete. Pilar, Inés, Lola, Dora, Luisa Ma, María Luisa y Marjorie. Solo siete. Hoy son más de seiscientas mil, un gran músculo del nuevo Estado. La guerra las ha catapultado. Han pasado de ser una pequeña sección de un irrelevante partido a convertirse en la organización femenina de masas más grande de la Historia de España. Con su épica revolucionaria. Con su leyenda forjada en el yunque del sacrificio. Durante la guerra han caído cincuenta y siete mujeres de la Sección Femenina.


Miguel de Molina


Presentes, Paco Cerdá, p. 55

si se escondiera, no sería el gran Miguel de Molina, y por eso esta noche, aun doliéndole todo, aun sintiendo el miedo cerca y saberse perseguido por los heraldos de la muerte, quiere gustar y triunfar y volver a sentir, sobre las tablas del Pavón, esa droga que le embriaga más que el coñac: el aplauso.

Solo hace tres días que reapareció. Los rumores se habían desatado. Qué le ha pasado a Miguel de Malina. Nadie lo sabe. Solo él. El público sabe que es una estrella del espectáculo. Que en la República demostró que un hombre puede cantar cuplés flamencos sin imitar a nadie ni vestirse de mujer. Que el vuelo de las mangas de dos metros de su primera blusa, seda georgette verde nilo con lunares de terciopelo rodeados de pedrería, había cautivado. Que en la guerra había cantado por el frente republicano para animar a las tropas y a la retaguardia y también a los pobres heridos y enfermos en los hospitales, sentado él en una silla desvencijada junto a sus camas y contándoles pasajes divertidos de su vida y anécdotas alegres de la gitanería que tan bien conoció en su infancia y juventud. Es Miguel de Molina. El de na te pido na te debo, me voy de tu vera olvídame ya. El de ojos verdes, verdes como la albahaca, verdes como el trigo verde y el verde verde limón. El cantante libre y del pueblo. O como la otra noche le dijeron, asco en la boca y odio en las garras cuando iban a darle la paliza: un marica y rojo. Por eso ha desaparecido una semana entera del Pavón.


OSCAR WILDE


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 122

51) Siempre fue una vieja aspiración de Osear Wílde, expresada en El crítico como artista, «no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual».

En París, en los dos últimos años de su vida, gracias nada menos que a sentirse aniquilado moralmente, pudo hacer realidad su vieja aspiración de no hacer nada. Porque, en los dos últimos años de su vida, Wílde no escribió, decidió dejar de hacerlo para siempre, conocer otros placeres, conocer la sabía alegría de no hacer nada, dedicarse a la extrema vagancia y al ajenjo. El hombre que había dicho que «el trabajo es la maldición de las clases bebedoras» huyó de la literatura como de la peste y se dedicó a pasear, beber y, en muchas ocasiones, a la contemplación dura y pura.

«Para Platón y Aristóteles -había escrito-, la inactividad total siempre fue la más noble forma de la energía. Para las personas de la más alta cultura, la contemplación siempre ha sido la única ocupación adecuada al hombre.»

También había dicho que «el elegido vive para no hacer nada», y así fue como vivió sus dos últimos años de vida. A veces recibía la visita de su fiel amigo Frank Harris -su futuro biógrafo-, que, asombrado ante la actitud de absoluta vagancia de Wilde, solía comentarle siempre lo mismo:

- Ya veo que sigues sin dar golpe ...

Una tarde, Wilde le contestó:

-Es que la laboriosidad es el germen de toda fealdad, pero no he dejado de tener ideas y, es más, si quieres te vendo una.


CRISTIANOS ANTIGUOS


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 94

Estos galileos arribistas, además, hacían gala de una naturaleza histérica, como evidenciaba su afición por el martirio, algo que, en palabras de Juliano, «los llevaba a encontrar la muerte deseable, pensando que si se arrancan su vida violentamente subirán volando hacia el cielo».

Por último, el Apóstata se muestra perplejo ante la absoluta falta de sofisticación del cristianismo, su rechazo a reconocer a los expertos, su inclinación a alabar al idiota y al simplón por delante del escriba y el sabio. Thomas Taylor, traductor de la obra de Juliano al inglés en 1809 y él mismo «politeísta filosófico», se explayó con entusiasmo sobre este punto:

No parece sino que Cristo encontraba sus delicias en estar con los niños, las mujeres y los pescadores. [A los apóstoles] les predica la insensatez, y les enseña que se aparten de la sabiduría, llamándolos a imitar a los niños, a los lirios, el grano de mostaza, y a los pájaros; todos ellos seres sencillos, sin pretensiones, que se dejan guiar por el instinto, sin artificio y cuidado alguno [ ... ]. En la Escritura, además, se menciona con frecuencia a ciervos, venados y corderos [ ... ]. Ahora bien, no hay animal más simple que este. Así lo atestigua el dicho de Aristóteles que habla del «espíritu borreguil», tomado sin duda de la estupidez de este animal, y que, según él, solía aplicarse como injuria contra zafios y majaderos. Pues bien, este es el rebaño del que Cristo se proclama pastor. Y hasta él mismo se complace con el nombre de cordero.

Cabe señalar que estudios científicos recientes han demostrado que, en contra de la creencia tradicionalmente instaurada, las ovejas son en realidad animales de gran inteligencia y complejidad emocional, con buena memoria y capacidad de entablar amistades y de sentir pesar cuando mandan a sus compañeras al matadero.


INCIPIT 1.515. UN LUGAR INCONVENIENTE / JONATHAN LITTELL Y ANTOINE D'AGATA


Otra vez

1. En 1990, una mujer que entonces me era cercana remitió una solicitud a Maurice Blanchot para una revista que ella editaba. La respuesta le llegó en forma de dos cartas: una, manuscrita y personal, la otra, mecanografiada y pública. Yo traduje esta última (bajo pseudónimo) para la revista en cuestión. Empezaba así: «Estimada señora, disculpe que le responda con una carta. Leyendo la suya, donde me solicita un texto para ser incluido en el número de una revista universitaria americana (Yale) con el tema "La literatura y la cuestión ética", sentí miedo, casi desesperación. "Otra vez, otra vez", me dije. No es que pretenda haber agotado un tema inagotable, al contrario, tengo la certeza de que ese tema vuelve a mí porque es intratable»!

2. Un tema intratable que vuelve a mí. También podríamos verlo corno una pedrada en la cabeza que me noquea, que me deja atontado. Ni siquiera había empezado y ya estaba exhausto. De nuevo Blanchot: «Querer escribir, menudo absurdo: escribir es la degradación de la voluntad».

3. Fue a principios de 2021, cuando Europa salía a duras penas del Covid. Un amigo me pidió que escribiera sobre Babyn Yar. «¿Por qué no escribes algo sobre Babyn Yar? Deberías escribir sobre Babyn Yar.» ¿Otra vez? Oh, no, otra vez no.


INCIPIT 1.514. ELIZABETH FINCH / JULIAN BARNES


Se plantó frente a nosotros, sin apuntes, libros ni nervios. El atril lo ocupó su bolso. Echó un vistazo alrededor, sonrió, en silencio, y comenzó.

-Habrán observado que el título de este curso es «Cultura y civilización». No se alarmen. No los voy a acribillar a gráficos circulares. No voy a intentar embuchar les datos como a un ganso cebado; lo único que se consigue con eso es una hipertrofia en el hígado, lo cual no sería sano. La próxima semana les proporcionaré una selección de lecturas totalmente opcional; ni perderán nota por ignorarla, ni la ganarán por estudiarla sin descanso. Les daré clase como a los adultos que sin duda son. La mejor forma de educar, como. sabían los griegos, es la colaborativa. Pero ni yo soy Sócrates, ni ustedes una clase de Platones, si es que es ese el plural correcto. No obstante, dialogaremos. Por otro lado, dado que ya no están en el colegio, no me dedicaré a dispensar blandos gestos de aliento y flojas palmaditas en la espalda. Para algunos de ustedes, puede que yo no sea la mejor profesora, en el sentido de la más adecuada a su temperamento y mentalidad. Vaya esto por delante para quien corresponda.


EL TRIUNFO DEL PAGANISMO


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 108

Para sus partidarios de los siglos venideros, Juliano era esa figura seductora: un Líder Perdido. ¿Y si hubiese gobernado durante treinta años más, relegando el cristianismo año tras año y volviendo a consolidar, de un modo gradual, y más tarde contundente, el politeísmo de Grecia y Roma? ¿ Y si sus sucesores hubieran proseguido con esa política durante siglos? ¿Qué habría pasado entonces? Quizás no hubiese hecho falta un Renacimiento, dado que las antiguas tradiciones grecorromanas seguirían intactas, y las grandes bibliotecas de la erudición no se habrían destruido. Puede que no hubiese sido necesaria una Ilustración, porque ya se habría producido en gran parte. Se habrían evitado las distorsiones sociales y morales seculares impuestas por una religión de Estado poderosísima. Cuando llegase la Edad de la Razón, llevaríamos ya catorce siglos viviendo en ella. Y los sacerdotes cristianos que hubiesen sobrevivido, con sus creencias peculiares, excéntricas, pero inofensivas -o más bien, neutralizadas-, se codearían en igualdad de condiciones con paganos y druidas, abrazaárboles y dobladores de cucharas, judíos y musulmanes, etcétera y etcétera, todos ellos bajo la protección benévola y tolerante de lo que a la postre habría sido el helenismo europeo. Imaginemos los últimos quince siglos sin guerras religiosas, tal vez sin ninguna intolerancia religiosa o incluso racial. Imaginemos la ciencia liberada de las trabas de la religión. Borremos a todos aquellos misioneros que les metían la fe con calzador a los pueblos indígenas, acompañados de soldados que les robaban el oro. Imaginemos la victoria intelectual de lo que creían la mayoría de los helenistas: que si algún placer podíamos disfrutar en la vida, era en esta breve estancia terrenal nuestra, no en un cielo absurdo y disneyficado después de muertos.


ANTIOQUIA


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 98

De camino a Persia, Juliano se detuvo en la ciudad de Antioquía. Le resultó repulsiva en muchos aspectos: cristiana, sibarita, corrupta, avara y holgazana. Pero contenía también uno de los templos paganos más sagrados: el de Apolo en el arrabal de Dafnea, levantado justo en el lugar en el que Dafne, huyendo, se había transformado en un árbol de laurel. En su interior había una estatua de Apolo hecha de madera de vid, de treinta metros de alto y envuelta en un manto de oro: se decía que igualaba en magnificencia a la de Zeus en Olimpia. Desde Constantinopla, Juliano había mandado instrucciones para restaurar el templo y disponerlo todo para su llegada. Había imaginado bestias listas para el sacrificio, libaciones, y a la juventud de la ciudad espléndidamente ataviada para darle la bienvenida. Pero no encontró nada de eso. Cuando preguntó qué habían preparado para los sacrificios, el sacerdote sacó un ganso mísero y solitario, que él mismo había traído de casa.

Pero el problema iba más allá de la indolencia y la insolencia.El lugar estaba corrompido desde que el propio hermano de Juliano, Galo, antiguo gobernador de Antioquía, había construido justo al lado del templo una iglesia en honor a san Babilas, un mártir cristiano local, y había depositado allí los restos del santo. En Delfos, Juliano había consultado a la sacerdotisa de Apolo y le había preguntado por qué el oráculo ya no hablaba. «¡Los muertos», le contestó, «me impiden hablar! ¡Desgarra las urnas, extrae los huesos, echa de aquí a los muertos!» Juliano obedeció esta instrucción; retiró el sarcófago de Babilas y lo devolvió a la tumba de la que Galo lo había sacado. Hubo protestas callejeras que rozaron la revuelta, se gritaron insultos al emperador; algunos cristianos terminaron arrestados y fueron «torturados con látigos y uñas de gato». Un par de días más tarde, el Templo de Apolo ardió por completo, y los treinta metros de la deidad de madera quedaron reducidos a cenizas. Como es lógico, las sospechas recayeron sobre los cristianos (pese a que un adorador pagano que había tenido un descuido con los cirios era el culpable).


JULIANO EL APOSTATA


Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 88

Juliano fue un emperador romano que jamás puso un pie en Roma. Un emperador accidental; aunque, en aquellos tiempos, acceder al poder imperial por accidente era un hecho más habitual. Vivió su juventud como estudioso, lejos de la corte, lejos de menesteres militares. En el año 351, convocaron a su hermano Galo a la corte de Milán, lo nombraron César, lo mandaron a gobernar el Este, lo hicieron volver al cabo de tres años, lo juzgaron por corrupción y lo ejecutaron. Cuando convocaron a Juliano a Milán, él medio esperaba que lo eliminasen también. Pero encontró la protección de la segunda esposa del emperador Constantino, Eusebia, y es posible, además, que aquel muchacho estudioso no fuera considerado una gran amenaza. Lo pusieron al frente del ejército occidental del imperio en la Galia, dando por hecho -al menos, según su propia versión- que fracasaría. Eusebia le proporcionó obras de filosofía, historia y poesía para que pudiera proseguir con sus estudios mientras acababa con las diversas tribus germánicas. Cruzó el Rin tres veces en guerras pacificadoras; sus tropas lo proclamaron augusto a las puertas de París. Burló los intentos de hacerlo regresar a Milán, y marchó para enfrentarse a Constando, que gobernaba en la mitad oriental del imperio. Cuando los ejércitos se aproximaban ya, tuvo lugar un feliz accidente: Constando murió de fiebres en Mopsuestia en 361, y dejó a Juliano sin oposición.

Mediante el Edicto de Milán de 313, Constantino y su coemperador, Licinio, habían despenalizado el cristianismo. El Estado pasó así a ser oficialmente neutral en lo tocante a la religión, si bien se concedió a los sacerdotes cristianos libertad para viajar sin restricciones por todo el imperio y se los eximió de obligaciones tributarias. Tras la muerte de Constantino en el año 337, sus hijos Constantino II y Constando II gobernaron como cristianos. De modo que cuando, al convertirse en emperador, Juliano se proclamó pagano y anunció que no volvería a pisar jamás una iglesia cristiana, no estaba desinstaurando el cristianismo, porque en ningún momento se había instaurado. Los cristianos, por descontado, no lo vieron así, y algunos sospechaban que, en caso de que Juliano regresara victorioso de su guerra en Persia, se centraría en la persecución de su Iglesia. ¿Qué le impedía prohibir de nuevo la religión cristiana y erigirse en un segundo Diocleciano?


DUCHAMP


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 67

Duchamp dejó la pintura más de cincuenta años porque prefería jugar al ajedrez. ¿No es maravilloso? Le imagino enterado perfectamente de quién fue Duchamp, pero permítame ahora que le recuerde sus actividades como escritor, permítame que le cuente que Duchamp ayudó a Katherine Dreier a formar su personal museo de arte moderno, la Société Anonyme, Inc., le aconsejaba las obras de arte que debía coleccionar. Y cuando en los años cuarenta se hicieron planes para donar la colección a la Universidad de Yale, Duchamp escribió treinta y tres noticias críticas y biográficas de una página sobre artistas, desde Archipenko a Jacques Villon.

«Jugador de torneos de ajedrez y artista intermitente, Marcel Duchamp nació en Francia en 1887 y murió en 1968 siendo ciudadano de los Estados Unidos. Se sentía en casa en ambos mundos y dividía su tiempo entre ellos. En el Armory Show de Nueva York, en 1913, su Desnudo bajando una escalera divirtió y ofendió a la prensa, provocando un escándalo que le hizo famoso in absentia a la edad de veintiséis años y le atrajo a los Estados Unidos en 1915. Tras cuatro años de existencia en Nueva York, abandonó aquella ciudad y dedicó la mayoría de su tiempo al ajedrez hasta 1954. Algunos jóvenes artistas y conservadores de museos de varios países redescubrieron entonces a Duchamp y su obra. Él había regresado a Nueva York en 1942, y durante su última década allí, entre 1958 y 1968, volvió a ser famoso e influyente.»

Incluya a Marcel Duchamp en su libro sobre la sombra de Bartleby. Duchamp conocía personalmente a esa sombra, llegó a fabricarla manualmente. En un libro de entrevistas, Pierre Cabanne le pregunta en un momento determinado si se dedicaba a alguna actividad artística en esos veinte veranos que pasó en Cadaqués. Duchamp le contesta que sí, pues cada año reconstruía un toldo que le servía para estar a la sombra en su terraza. A Duchamp siempre le gustó estar a la sombra. Le admiro mucho y, además, es un hombre que trae suerte, inclúyalo en su tratado sobre el No. Lo que más admiro de él es que fue un gran embaucador.

En la foto Etant donnés

Ferrer Lerín


Bartebly y compañía, Vila-Matas, p.56

16) Es como si últimamente les hubiera dado a los escritores del No por ir directamente a mi encuentro. Estaba tan tranquilo esta noche viendo un poco de televisión cuando en BTV me he encontrado con un reportaje sobre un poeta llamado Ferrer Lerín, un hombre de unos cincuenta y cinco años que de muy joven vivió en Barcelona, donde era amigo de los entonces incipientes poetas Pere Gimferrer y Félix de Azúa. Escribió en esa época unos poemas muy osados y rebeldes -según atestiguaban en el reportaje Azúa y Gimferrer-, pero a finales de los sesenta lo dejó todo y se fue a vivir a Jaca, en Huesca, un pueblo muy provinciano y con el inconveniente de que es casi una plaza militar. Al parecer, de no haberse ido tan pronto de Barcelona, habría sido incluido en la antología de los Nueve Novísimos de Castellet. Pero se fue a Jaca, donde vive desde hace treinta años dedicado al minucioso estudio de los buitres. Es, pues, un buitrólogo. Me ha recordado al autor austríaco Franz Blei, que se dedicó a catalogar en un bestiario a sus contemporáneos literatos. Ferrer Lerín es un experto en aves, estudia a los buitres, tal vez también a los poetas de ahora, buitres la mayoría de ellos. Ferrer Lerín estudia a las aves que se alimentan de carne -de poesía- muerta. Su destino me parece, como mínimo, tan fascinante como el de Rimbaud.


INCIPIT 1.513. PRESENTES / PACO CERDA


Las luces se han apagado. Y ahí está él. Presente.

El Fundador, el Profeta, el Ausente.

El Maestro, Glorioso Mártir, César Eterno.

El Héroe Nacional, Figura de la Raza, Primero de los Caídos.

La Muerte que Vive, Novio de España, Artífice del Imperio.

El Elegido, Genio Creador, el Nunca Muerto.

Está ahí, yacente frente al altar, orlado de nombres pomposos, rehén de unos laureles que alejan y mortifican. Y sin embargo, perforando la neblina de este amanecer marino que arrulla a Alicante entre volteos tristes de campana, en las calles agitadas por la muchedumbre y  dentro de esta iglesia solo resuena un nombre humilde, común, pequeño: José Antonio.

Por él, y no por Dios, se han apagado las luces.

Cuando el obispo ha levantado la sagrada forma, una corneta ha sonado. Las luces del templo han dejado de brillar. Afuera sestea la madrugada. En el interior de San Nicolás no hay oscuridad, solo penumbra. Veinticuatro hachones de fuego arden con llamas temblorosas, ascendentes, puro Greco expresionista. Esos fuegos primitivos encuadran el túmulo funerario. Imponente. Oscuro. Permanece elevado a tres metros de altura. Para verlo, los mentones se alzan en reverencia y admiración. En lo alto, sobre un catafalco forrado de terciopelo negro,  brilla la caja de ébano. Dentro reposa él. Presente. Dispuesto a emprender el viaje más largo, de lo terrenal a lo redentor.


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