CANTO 1
A la edad de treinta y cinco
años, es decir, a mitad del transcurso de la vida de un hombre, me encontré en
un oscuro bosque, pues había extraviado el camino del bien. Es ciertamente difícil expresar con palabras hasta qué punto
era salvaje, intrincado y difícil de atravesar: ¡solo de recordarlo siento el
mismo temor de entonces! Tan angustioso resultaba que apenas lo es más la
muerte; pero para explicar cuánto bien saqué de aquella experiencia, relataré
otras cosas que pude ver allí.
No puedo explicar muy bien cómo
entré en aquella espera: tan ofuscada estaba mi alma por el sueño del pecado en
el momento en que abandoné el camino del verdadero bien. Pero cuando llegué al
pie de una colina, donde terminaba el bosque que había empavorecido mi corazón,
miré hacia arriba y vi las laderas cubiertas ahora por los rayos del sol, el
astro que guía a todo hombre por el camino de la auténtica virtud. Entonces se
calmó, al menos en parte, el miedo que había embargado mi corazón durante la
noche que con tanta angustia había transcurrido. Y como quien acaba de llegar a
la orilla tras escapar de un naufragio, y se vuelve todavía jadeante para
contemplar la extensión de agua que le ha hecho correr tan gran riesgo, así mi
alma, huyendo aún del peligro del bosque, se volvió a observar de nuevo aquel
pasaje al que nadie ha sobrevivido jamás.
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