Los lobos del bosque de la eternidad, KO Knausgard, p. 743
Durante el tiempo que los trenes
han traqueteado, rodado y recorrido los 125.000 kilómetros de vías férreas,
tanto activas como clausuradas, que atraviesan Rusia, se ha cantado y escritosobre
ellos: apenas hay autores rusos que no hayan escrito sobre el tren. El príncipe
Myshkin hace su entrada en lla literatura mundial sentado en un tren. Anna Karénina
se quita la vida arrojándose a un tren. Pasternak escribió durante toda su vida
sobre trenes y viajes en tren, y la primera vez que vio a Rainer Maria Rilke
fue en un tren, cuando Pasternak tenía diez años y un joven Rllke iba camino de
Yásnaia Poliana junto con Lou
Andreas-Salomé para reunirse con T olstói. Marina Tsvietáieva escribió «El tren
de la vida»; Mandelshtam, «Concierto en una estación de tren», Y Eroféiev,
Moscú-Petushki. El protagonista del libro El día dura más de cien años, de
Chinguiz Aitmátov, trabaja en una desértica estación de ferrocarril en
Kazajistán, en la periferia del imperio soviético. Los que viven allí montan
camellos, como sus ancestros nómadas, pero también ven lanzamientos de misiles
en las lejanas estepas; una imagen contundente de cómo distintas épocas
conviven juntas en este país, como siempre han hecho. Otra imagen de lo mismo:
el embalsamamiento de Lenin. El líder de la Revolución obrera embalado como un
faraón egipcio, una deidad humana. Su cara, un icono en todas partes. Una
tercera imagen: estaciones de metro tan bellas que parecen salones de baile.
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