Truman Capote, George Plimpton, p. 528
Seguimos hablando, y riendo, y rememorando los buenos tiempos.
Empezó a ponerse pálido otra vez, y su pulso -que estuve controlando durante
todo ese tiempo- empezó a desvanecerse de nuevo. Por alguna razón, empecé a llorar,
porque había una posibilidad real de que se estuviera muriendo. Le dije:
«Truman, no puedo dejar que hagas esto. No puedo soportarlo». Y entonces fue
cuando dijo: «Si no puedes soportarlo, piensa que me he ido a China. Allí no
hay teléfonos ni servicio de correos».
Dijo: «Tengo frío. Abrázame». Tenía una manta por encima, pero
yo lo rodeé con mis brazos, y estaba medio tumbado, y yo estaba sollozando, y
él seguía hablando, aunque muy bajito, y yo lloraba y le decía lo mucho que lo
quería, y cuánto significaba para mí, y que siempre estaría en mi corazón, y él
dijo: «Mamá». Lo dijo tres veces, y yo estaba abrazándolo, y como acunándolo.
Le dije: «Está bien, todo va a ir bien, todo va a ir bien ... », y como lo
estaba acunando, y diciéndole que todo iba a ir bien durante mucho rato, realmente
no sé cuándo se fue. Mi mejilla estaba contra su mejilla, y no me di cuenta
hasta que la temperatura empezó a cambiar en mi piel. Me di cuenta de que ya no
irradiaba calor. Supe que ya no estaba allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario