Truman Capote, George Plimpton, p. 493
ANDREAS BROWN. Cuando Andy Warhol
vino a Nueva York, en el verano del 49, era extraordinariamente ambicioso. Quería
triunfar, de verdad. Y qué mejor maestro que Capote, que en aquel entonces
estaba empezando a destacar como personaje influyente en la sociedad: era la persona
que sabía cómo manipular la escena neoyorquina. Andy era lo suficientemente
inteligente para comprenderlo; y se dijo: «Dios, si pudiera seguir las huellas
de ese tío ... Si pudiera sentarme a sus pies y aprender, me ahorraría muchos
años de esfuerzo antes de llegar a la cima». Así que Andy empezó a buscarse su
favor. Le escribía casi todos los l días, lo llamaba por teléfono, lo esperaba
a la puerta de su apartamento ... Hasta el punto de que la madre de Truman le
dijo al final: «Por favor, deja de venir aquí y deja de perseguir a mi hijo».
Al principio, Capote pensaba que Andy era simplemente otro pirado, y procuraba
evitarlo. Al final se encontraron y, cuando Andy empezó a adquirir una fama y notoriedad
muy firmes, Capote lo adoptó como otro miembro destacado de la jet set. Desde
luego, al final acabaron ayudándose mutuamente en sus respectivos ámbitos. Ambos
eran consumados genios a la hora de manipular a la sociedad. Brillantes en eso,
absolutamente brillantes.
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