Ropa de casa, Ignacio Martínez de Pisón, p. 89
En general, me bastaba con saber
que ser surrealista equivalía a formar parte de una secta a la que pertenecía
mi paisano Luis Buñuel. Acostumbrado a venerar todo aquello que me estaba
vedado, admiraba el cine de Buñuel sin haber visto ninguna de sus películas. Admiraba
más bien la idea que me había formado sobre su cine, una idea tan vaga que se
adaptaba con facilidad a lo ilimitado de mi admiración. Como la gente religiosa
con respecto a la figura de Dios, me había creado un Buñuel a la medida de mi
voluntad y mi fantasía, a la medida de mi fe. Y, como el propio Dios, ese
Buñuel era al mismo tiempo próximo y lejano. Lejano porque no tenía muchas
posibilidades de ver sus películas, Y próximo porque, de haber seguido viviendo
en Zaragoza, probablemente habría sido mi vecino. Sus hermanas conservaban el
piso familiar de la Calle Isaac Peral, a apenas dos manzanas de casa, y el
letrero de la consulta de radiología de su hermano Eduardo ( DOCTOR BUÑUEL –
RAYOS X) destacaba en un portal del paseo de la Independencia, también muy
carca de casa. Todas esas señales alimentaban mi fe en Buñuel.
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