¿Cómo pueden existir animales
tan inútiles como los perezosos?
Como zoóloga y fundadora de la
Asociación de Amigos del Perezoso, esta es una pregunta que me formulan muchas
veces. En ocasiones lo de «inútiles”se define con mayor precisión, añadiendo
otros términos entre los que «indolentes», «estúpidos”y «lentos” figuran como
perpetuos favoritos; otras veces la pregunta viene acompañada de una apostilla –“Yo
creía que la evolución tenía que ver con la "supervivencia de los más aptos"-
proclamada con cierto aire de perplejidad o, lo que es peor, con cierto tufillo
de petulancia propio de una especie superior.
Cada vez que esto sucede, yo
respiro profundamente, y, con todo el aplomo que soy capaz de reunir, explico
que los perezosos no son en absoluto unos inútiles. De hecho, constituyen una
de las creaciones más peculiares de la selección natural, y una que, por si
fuera poco, además ha tenido un éxito fabuloso. Puede que merodear furtivamente
por las copas de los árboles apenas más deprisa que un caracol, andar cubiertos
de algas e infestados de insectos y defecar tan solo una vez a la semana no sea
precisamente la idea que tiene el lector de una vida modélica; pero ninguno de
nosotros tiene que intentar sobrevivir en las extremadamente competitivas
junglas de América Central y del Sur, algo que al perezoso se le da bastante
bien.
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