La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 36
Cuando era un estudiante de
diecinueve años en la Universidad de Viena, el futuro fundador del
psicoanálisis emprendió el que sería su primer auténtico trabajo de
investigación, desplazándose en 1876 a
una estación zoológica de Trieste, en la costa adriática de Italia, con el
encargo de encontrar los testículos de la anguila.
La única manera de determinar el
género era abriendo el pez, «habida cuenta de que las anguilas no escriben
diarios”, opinaba Freud con sarcasmo en una carta a un amigo. Durante semanas
hizo exactamente eso, cada día, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de
la tarde, en un laboratorio caluroso y maloliente. Le habían encargado que
investigara la pretensión de un profesor polaco llamado Szymon Syrski, que
aseguraba haber descubierto los testículos de la anguila. “Pero dado que al
parecer no sabe lo que es un microscopio», se quejaba Freud en su carta, «ha
sido incapaz de proporcionar una descripción exacta de estos.”
Cuatro semanas y cuatrocientas
anguilas destripadas después, Freud tiró la toalla. «Me he estado atormentando
a mí mismo y a las anguilas, pero en vano: todas las anguilas que he abierto son
del bello sexo”, se lamentaba, en tina misiva plagada de dibujitos de anguilas
que mostraban una sonrisita burlona. El ensayo resultante de Freud, titulado
«Observaciones sobre la forma y la estructura fina de los órganos arrollados de
la anguila, órganos considerados los testículos», fue su primer trabajo publicado.
Aunque sospechaba que Syrski estaba en lo cierto, no pudo ni confirmar ni
desmentir las afirmaciones del polaco.
Nadie sabe con certeza en qué
medida aquellas largas jornadas dedicadas a abrir peces de aspecto fálico en
una infructuosa búsqueda de su sexo influirían en las posteriores teorías de
Freud sobre la fase de “envidia del pene” del desarrollo psicosexual humano.
Sea como fuere, en lo sucesivo el científico se dedicaría a sondear a sujetos
menos escurridizos, como la psique humana, con bastante más éxito. Dos décadas
más tarde, una solitaria anguila macho reveló finalmente sus partes íntimas. El
joven biólogo que tuvo la fortuna de conocer a aquel ejemplar fue otro
italiano, Giovanni Grassi, que capturó el pez -cuyos órganos sexuales estaban
hinchados de esperma- nadando en la costa de Sicilia.
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