La inesperada verdad sobre los animales, Lucy Cooke, p. 110
Cada clan de hienas es un
matriarcado dominado por una hembra alfa. En la estricta estructura de poder
del clan, esa dominancia se transmite a través de la línea sucesoria de la
hembra alfa a sus crías. Los machos adultos ocupan la última posición en la
jerarquía, reducidos al papel de sumisos parias que mendigan aceptación, comida
y sexo. Ante un cadáver compartido, donde podría haber alrededor de treinta
hienas disputándose su libra de carne, los machos son los últimos en comer –si es
que queda algo-, ya que de lo contrario corren el riesgo de sufrir violentas
represalias por parte de las hembras.
Holekamp cree que el factor
crucial que explica la agresividad y la dominancia de la hembra de la hiena
manchada es precisamente esta intensa competencia por los cadáveres. Una avalancha
de hienas frenéticas puede convertir una cebra adulta de 250 kilos en una mera
mancha de sangre sobre la hierba en menos de treinta minutos. Una hiena adulta
es capaz de engullir hasta una tercera parte de su peso corporal-entre 15 y 20
kilos de carne- en una sola comida. Resulta una escena frenética, desenfrenada y
a veces bastante aterradora. Las hembras más grandes y agresivas tienen mayores
probabilidades de asegurarse de que sus crías -las que hayan sobrevivido al
parto- tengan un lugar en la mesa y no resulten lastimadas en el proceso.
Las hembras dominantes tienen
otro truco para proporcionar a sus cachorros una ventaja agresiva. Un reciente
estudio ha revelado que cuanto más poderosa es una hembra, mayor es el nivel de
testosterona al que se ven expuestos sus fetos durante la última fase del
embarazo. Dicho andrógeno se produce en los ovarios de la madre, lo cual
resulta bastante insólito. Pero Holekamp cree que las crías hembra son más
sensibles a sus efectos que los machos. Las hienas moteadas tienen un periodo de
gestación inusualmente prolongado, y «macerarse» en este baño de andrógeno
prenatal afecta al desarrollo del sistema nervioso de las crías, de modo que
estas se hallan predispuestas al combate desde el momento en que nacen. Y
además cuentan ya con las armas necesarias para ello: a diferencia de la
mayoría de los mamíferos, los cachorros de hiena nacen con los ojos abiertos, los
músculos coordinados y los dientes asomando ya a través de las encías y
ansiosos por morder. Estos belicosos recién nacidos suelen luchar a muerte por
la comida, y el cainismo es habitual entre ellos.
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