Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 340. OBRAS COMPLETAS / FRANZ KAFKA

El fogonero
Cuando Karl Rossmann, un joven de dieciséis años al que sus pobres padres habían enviado a América porque una criada lo había seducido y había tenido un hijo de él, entró en el puerto de Nueva York a bordo del barco, que ya había aminorado la marcha, vio la estatua de la diosa de la Libertad, que venía observando hacía raro, como inmersa en un resplandor solar más intenso de pronto. El brazo con la espada parecía haberse alzado hacía un momento, y en torno a la figura soplaba libre la brisa.
¡Qué alta!», se dijo y, como no había pensado en absoluto en bajar a tierra, fue poco a poco empujado hacia la barandilla por una multitud de mozos de cuerda que, cada vez más   numerosos, pasaban por su lado.

Un joven al que había conocido fugazmente durante la travesía le dijo al pasar: «¿Qué? ¿No tiene ganas de bajar?” "Estoy dispuesto», dijo Karl sonriéndole y, por orgullo y porque era un muchacho fuerte, se echó la maleta al hombro. Sin embargo, al mirar por encima de su amigo, que se alejaba ya con los otros agitando levemente su bastón,  se dio cuenta de que había olvidado el paraguas abajo, en el barco. De inmediato pidió al amigo, que no pareció alegrarse mucho, que tuviera la amabilidad de esperar junto a la maleta, echó una ojeada  alrededor para poder orientarse a la vuelta, y se fue a toda prisa. Al llegar abajo se llevó la  desagradable sorpresa de encontrar cerrado  por primera vez un pasillo que le había servido de  atajo, lo que estaba relacionado probablemente con el desembarco de los pasajeros, y tuvo que buscar con dificultad su camino a través de un sin número de pequeños espacios, corredores que  zigzagueaban continuamente,  escaleras cortas que se sucedían sin cesar

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