A galope tendido de mi caballo, cabalgaba entre los ventiladores.
Tenía siete años. Nada resultaba más agradable que sentir aquel exceso de aire en el cerebro. Cuanto más silbaba la velocidad, más entraba el oxígeno arrasándolo todo.
Mi corcel desembocó en la plaza del Gran Ventilador, vulgarmente conocida corno plaza de Tiananmen. Dobló hacia la derecha, por el bulevar de la Fealdad Habitable.
Yo sujetaba las riendas con una sola mano. La otra se entregaba a una exégesis de mi inmensidad interior, elogiando ora la grupa del caballo, ora el cielo de Pekín.
La elegancia de mi cabalgadura dejaba sin habla a transeúntes, escupitajos, asnos y ventiladores.
No era necesario espolear mi montura. China
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