De Ventajas de viajar en tren de A Orejudo, p.136
Los cándidos humanistas han creído siempre que podíamos acceder al alma humana a través del trato cálido y la amable conversación entre personas, pero la verdadera esencia del hombre está en la mierda, en esa materia despreciable que creemos bajar por una mbería anónima y sumergirse con un ruido líquido en las aguas fecales de las alcantarillas. Si alguien se tomara la molestia de recoger y analizar nuestras defecaciones, se sorprendería de la abundante información que contienen. Mucha protección de datos; mucho discutir sobre si nos controlan o no cuando pagamos con tarjeta de crédito, o cuando usamos Internet, pero luego no nos importa suministrar despreocupadamente y con alivio cuando nos creemos a salvo de cualquier mirada y nos sentamos en nuestra íntima taza del váter los aspectos más ocultos de nuestra personalidad, de nuestros gustos y nuestro temperamento, de nuestros ciclos y nuestras crisis. Así es como abrimos nuestro corazón a los demás; no somos nada más que un puñado de mierda. Un puñado de mierda y ochenta por ciento de agua.
Helga sintió que se mareaba con las palabras de Martín y con los gases, sin duda tóxicos, que emanaban de las toneladas de basura allí almacenadas. Su agobio contrastaba con la jovialidad y el bienestar que parecía sentir Martín descubriendo su propia mierda.
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