De Aunque no entendamos nada, de Vila-Matas, p. 158
Poco podía imaginarme ayer, cuando llegó mi mujer a casa, que iba a funcionar tan mal mi intento de simular un pequeño enfado ante ella. Llegó del trabajo, preparó la comida con su habitual rapidez y habilidad, comimos. Cuando, fiel a su costumbre, encendió el televisor para ver el culebrón, le dije la frase que tenía preparada, le dije que debería recuperar el nivel intelectual que tenía cuando nos conocimos. Me miró sin disimular cierta sorpresa, luego sonrió y me dijo si seguía todavía bajo ios efectos del vodka. Le contesté que seguía sólo bajo los efectos deprimentes que me producía verla a tan bajo nivel intelectual. Estalló en una carcajada. Suave que me estás matando, dijo. Se lo hice repetir. Mi aire de desconcierto volvió a llevarla a la carcajada, me preguntó si había empezado a escribir ya mi conferencia. Empezaré a hacerlo mañana, dije. Se quedó mirando con atención el inicio de la serie televisiva que tan atrapada la tenía. Volví a la carga. Tu nivel intelectual, le dije, no es el de cuando nos conocimos. Ya, dijo, pero el tuyo tampoco, a veces te observo cuando escribes y me da risa, parece que estuvieras grabando signos sobre una tabla de arcilla. Me quedé de piedra, comprendí que no tenía nada que hacer, ella no quería discutir.
¡Que lejos estábamos de la pareja en crisis de Viaggio in Italia!
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