Capítulo primero
—Ideas —dijo ella—. Oh, en cuanto a ideas...
—Y bien ? —aventuré yo—. ¿En cuanto a ideas...?
Atravesamos la vieja verja y eché una ojeada por encima del hombro. El sol de mediodía iluminaba la mampostería, las pequeñas efigies de santos, los doseletes estriados, la mugre y los regueros blancos que dejaban caer las aves.
—Allí —dije, señalando en esa dirección—, ¿no le sugiere eso nada?
Ella hizo un movimiento con la cabeza… a medias negativo, a medias desdeñoso.
—Pero —tartamudeé yo—las asociaciones… las ideas... las ideas históricas...
Ella no dijo nada.
—Ustedes los norteamericanos —empecé yo, pero la sonrisa de ella me detuvo.
Era como si le divirtieran las expresiones de una vieja dama escandalizada por las costumbres de las chicas de hoy. Su sonrisa era la de una persona convencida de reemplazar a alguien fatalmente.
En las conversaciones de cualquier extensión una de las partes adopta una postura de superioridad… superioridad de rango, intelectual o social. En esta conversación, aunque ella no conseguía tácitamente la reconocida
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