Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 112. LA LINEA DE SOMBRA / JOSEPH CONRAD
Sólo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los muy jóvenes, no; pues éstos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección, es privilegio de la primera juventud.
Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un jardín encantado. Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa. Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal, de la que esperamos obtener una sensación extraordinaria y personal, la revelación de un algo de nuestro yo.
Llenos de ardor y de alegrías, reconociendo las lindes de nuestros predecesores, aceptando tal como se presentan la buena suerte y la mala –las duras y las maduras, como cuele decirse-, el pintoresco destino común que tantas posibilidades guarda para quien las merece o tiene la fortuna de su parte. Sí; uno camina y el tiempo también camina, hasta que uno advierte ante sí una línea de sombra, señal de que también habrá que dejar atrás la región de la temprana juventud
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