Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LO LI TA


Incensurable, Luna Miguel, p. 111

Les hará gracia saber que en Hollywood quisieron que Frank Sinatra representase a Humbert en la adaptación cinematográfica que Stanley Kubrick estaba preparando; gracias a Dios, no ocurrió así. Les divertirá lo que Véra desveló  sobre el alcoholismo de su marido en otra ocasión: a veces fingía beber té en tacita cuando en realidad la porcelana con su coñac predilecto. Les asombrará también que la primera traducción de Lolita al español date de 1959. La publicó la editorial Sur en Argentina, con la bendición de Victoria Ocampo aunque no tardó en ser prohibida en toda la provincia de Buenos Aires. En la España franquista, en cambio, tardó mucho en editarse, aunque hubo unos pocos lectores privilegiados que consiguieron hacerse con ejemplares de la edición mexicana, publicada por Grijalbo en 1970. El año de la muerte del dictador Francisco Franco, Lolita se imprimió por primera vez en España, adaptando el diseño de su hermana de México. En 1983, Seix Barral introdujo el título en una colección de clásicos contemporáneos, pues para entones Vladimir Nabokov era tan canónico que su polémica escritura no molestaba a nadie. Y, ya en 1986, la editorial Anagrama lo incluiría, con un cuadro inquietante de Richad Linder en la cubierta, en su recién inaugurada Biblioteca Nabokov.


NABOKOVIANA


Incensurable, Luna Miguel, p. 75

Porque a Nabokov tampoco le gustaba que los críticos dijeran de su libro que era «su aventura amorosa con la novela romántica». Lo repitió hasta su lecho de muerte: Lolita no era una novela de amor, y tampoco entraba en sus planes teorizar sobre él. La demencia, el abuso, la mentira, la obsesión... Esos sí que eran los temas alrededor de los cuales su autor filosofaba. En una entrevista concedida a la BBC en 1964, dijo que la escritura de Lolita fue compleja, precisamente por tener un tema alejado de su propia vida sentimental, marcada por aquel largo matrimonio con Vera, una mujer de su edad que hizo a la vez de esposa, de madre, de hermana, de correctora, de agente literaria..., aunque también de actriz. Ninguno de los Nabokov era comprensivo con los devenires de la celosía, y los escándalos amorosos les resultaban poco elegantes. Por ese motivo, aunque él quiso guardar en secreto a algunas de sus amantes, en seguida el peso de Vera en su corazón bloqueaba las distracciones de su pene. Ni ella a él, ni él a sí mismo se veía como un donjuán, y eso es lo que tanto placer le producía de la escritura de los personajes promiscuos de Lolita, de Pálidofuego o de iMira los arlequines!: tener que emplear su talento en volver verídicos aquellos signos de amor macho que tan ajenos le eran.

Pero, entonces, ¿en qué o en quién se inspiró?, y, más allá de los posibles mitos a los que pudiera acogerse para escribir a su Humbert, ¿sabemos si había en su imaginario algún ser real que pudiera ser el germen de su confesor? En esa misma entrevista de la BBC, el periodista lo planteó así: «Humbert Humbert, el seductor maduro, ¿tuvo algún original?»; a lo que Nabokov respondió con evasivas: «No. Es un hombre inventado por mí. Existió después de escribir yo el libro. Mientras Io escribía, aquí y allá, en los diarios leía yo toda suerte de relatos reales de caballeros de edad que perseguían a jovencitas: una especie de coincidencia interesante, pero nada más».-             


FOUCAULT


La sociedad del espectáculo, Mario Vargas Llosa, p. 86

El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso sólo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca fue tan cierto aquello de «nadie sabe para quién trabaja». Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.

No es arbitrario citar el caso paradójico de Michel Foucault. Sus intenciones críticas eran serias y su ideal libertario innegable. Su repulsa de la cultura occidental —la que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar más la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia— lo indujo a creer que era más factible encontrar la emancipación moral y política apedreando policías, frecuentando los baños gays de San Francisco o los clubes sadomasoquistas de París, que en las aulas escolares o las ánforas electorales. Y, en su paranoica denuncia de las estratagemas de que, según él, se valía el poder para someter a la opinión pública a sus dictados, negó hasta el final la realidad del sida —la enfermedad que lo mató-— como un embauque más del establishment y sus agentes científicos para aterrar a los ciudadanos imponiéndoles la represión sexual. Su caso es paradigmático: el más inteligente pensador de su generación tuvo siempre, junto a la seriedad con que emprendió sus investigaciones en distintos campos del saber—la historia, la psiquiatría, el arte, la sociología, el erotismo y, claro está, la filosofía—, una vocación iconoclasta y provocadora —en su primer ensayo había pretendido demostrar que «el hombre no existe»— que a ratos se volvía mero desplante intelectual, gesto desprovisto de seriedad. También en esto Foucault no estuvo solo, hizo suyo un mandato generacional que marcaría a fuego la cultura de su tiempo: una propensión hacia el sofisma y el artificio intelectual.


FIESTAS


La sociedad del espectáculo, Mario Vargas Losa, p. 39

Las bandas y los cantantes de moda congregan multitudes que desbordan todos los escenarios en conciertos que son, como las fiestas paganas dionisíacas que en la Grecia clásica celebraban la irracionalidad, ceremonias colectivas de desenfreno y catarsis, de culto a los instintos, las pasiones y la sinrazón. Y lo mismo puede decirse, claro está, de las fiestas multitudinarias de música electrónica, las raves, en los que se baila en tinieblas, se escucha música trance y se vuela gracias al éxtasis. No es forzado equiparar estas celebraciones a las grandes festividades populares de índole religiosa de antaño: en ellas se vuelca, secularizado, ese espíritu religioso que, en sintonía con el sesgo vocacional de la época, ha reemplazado la liturgia y los catecismos de las religiones tradicionales por esas manifestaciones de misticismo musical en las que, al compás de unas voces e instrumentos enardecidos que los parlantes amplifican hasta lo inaudito, el individuo se desindividualiza, se vuelve masa y de inconsciente manera regresa a los tiempos primitivos de la magia y la tribu. Ese es el modo contemporáneo, mucho más divertido por cierto, de alcanzar aquel éxtasis que Santa Teresa o San Juan de la Cruz lograban a través del ascetismo, la oración y la fe. En la fiesta y el concierto multitudinarios los jóvenes de hoy comulgan, se confiesan, se redimen, se realizan y gozan de ese modo intenso y elemental que es el olvido de sí mismos.


INCIPIT 1.583. LA PREGUNTA 7 / RICHARD FLANAGAN


El invierno de 2012, desoyendo el sentido común y por motivos no del todo relacionados con la escritura —por más que yo dijera lo contrario— que todavía hoy sigo sin ver con claridad, visité el Campo de Ohama, en Japón, donde mi padre había estado prisionero. Hacía un frío de mil demonios y el cielo plomizo daba una tonalidad lúgubre al mar interior de Seto, donde mi padre fue obligado a realizar trabajos forzados en una mina de carbón situada bajo el nivel del mar.

No quedaba nada.

A pesar de que no me interesaba, me llevaron a un museo local en el que una empleada muy servicial encontró montones de fotografías que documentaban con detalle  la historia de la mina desde principios del siglo xx: su crecimiento, sus procesos, sus trabajadores japoneses.

No había ninguna fotografía de los prisioneros obligados a trabajos forzados.


Ricardo Menéndez Salmón,


Medusa, Ricardo Menéndez Salmón, p. 36

Se llamaba Filipa y era muy bella. Incluso para un muchacho de trece años que nunca había visto una mujer desnuda. Yo la había conocido a principios del verano, y todo había resultado tan natural como respirar. De hecho, después me costó asumir que el sexo no fuera tan sencillo como Filipa me dio a entender. Ella ha sido la única mujer con la que el sexo no parecía un derecho ni un deber, sino sencillamente un suceso. Sé que es paradójico decir esto de una relación entre dos personas de trece años, pero cada vida es irreductible a nada que no sea ella misma.

En mi recuerdo, Filipa ha conservado siempre esa edad. Nunca he sabido qué fue de ella, si sobrevivió a la guerra y a la pesca del arenque. Pero ella me enseñó esa verdad que a menudo nos obstinamos en ignorar: que a menudo son las personas que pasan, y no las que permanecen, las que juegan un papel decisivo en nuestras vidas.

¿Por qué? Precisamente porque la vida no las gastó, porque su memoria, para lo bueno o para lo malo, permanece a salvo del paso del tiempo, que todo lo ensucia.


Endlösung


Medusa, Ricardo Menéndez Salmón, p. 76

Porque el mundo no se detiene. La rueda de la guerra conoce en 1942 un giro inesperado, decisivamente brutal, que una vez más convertirá a Prohaska en testigo de excepción, ojo ubicuo, presencia al otro lado de la lente. La llamada Conferencia de Wannsee, el 20 de enero, permite a los más feroces cachorros de Hitler bosquejar el plan de exterminio selectivo más radical de la historia de la humanidad, la Endlösung o Solución Final, enfocada al asesinato de todo miembro de la comunidad judía.

Cualquier hijo bastardo de Lovecraft y Lautréamont, los mismos que hoy se dedican a la angeología, la demonología y el terror espúreo, resultan tan asépticos como la literatura de un prospecto farmacéutico cuando se los compara con la narración de un día entre los intelectos rectores del Tercer Reich. Cualquier novela de espanto puede muy poco ante los extravíos de la razón instrumental. La imaginación más sanguinaria palidece ante la prosa de los quince carniceros del Endlösung, cuyos nombres, cima del terror de todos los tiempos, merecen recordarse: Bühler, Joseph; Eichmann, Freisler, Roland; Heydrich, Reinhard; Hofrnann, Otto; Klopfer, Gerhard; Kritzinger, Friedrjch; Laze, Rudolf; Leibbrandt, Georg; Luther, Martín; Meya, Alfred; Müller, Heinrich; Neumann, Erich; Schöngarth, Eberhard; Stuckart, Wilhelm.

Su decisión, punto de no retorno en la historia del maquiavelismo político, exige, por descontado, decenas, cientos, miles de técnicos. Y alguien al oro lado del discurso, donde no suceden las palabras sino los hechos, alguien para quien las novelas y el archivo histórico no son suficientes, que deje constancia de que las cosas se han hecho adecuadamente esto es: con eficacia.


MEDUSA


Medusa, Ricardo Menéndez Salmón, p- 150

Hermana de Esteno y Euríale, Medusa completa la trinidad de las Gorgonas, criaturas ctónicas del arcaico imaginario griego. Su relato ha conocido múltiples interpretaciones y lecturas, aunque la más seductora es la propuesta por Ovidio, pues en ella el amor y la venganza juegan un papel primordial. Según el poeta latino, Medusa era una hermosa doncella, sacerdotisa del templo de Atenea, que fue violada por Poseidón, hecho que motivó la furia de la diosa de la sabiduría, quien despojó a la joven de su belleza y la convirtió en un horrendo monstruo de tal fiereza que convertía en piedra a todo el que se miraba en sus ojos.

En la obra de Caravaggio, los ojos de la Medusa se muestran en el momento exacto en que se ve reflejada en el escudo del matador Perseo y ella misma resulta petrificada, víctima de la trampa del espejo. Es el instante en que el tiempo se detiene, algo que acaso exprese de forma íntima el objetivo de todo artista que trabaja con imágenes: no tanto constatar el fluir del tiempo, cuanto cifrar su solidificación, la conversión del instante en eternidad, la cancelación del tiempo mediante el paradójico expediente de su captura.


INCIPIT 1.582. MEDUSA / RICARDO MENENDEZ SALMON


MASACRE EN KOVNO

Existen dos arcanos: el Mito y la Historia.

La aspiración de todo Mito es pasar a formar parte de la Historia; la aspiración de toda Historia es alcanzar el grado de inteligibilidad del Mito. Mito e Historia se necesitan en virtud de lo que respectivamente adolecen: aquél de la mayoría de edad de su hija adusta; ésta de la fascinación que provoca un padre temerario. El Mito educa sin tener que legitimar necesariamente sus presupuestos; la Historia, porque habla desde la legitimidad, no siempre triunfa en su propósito por educar. Pero ambos —Mito e Historia, Historia y Mito— rescatan al hombre del sinsentido. Porque Mito e Historia trabajan con el lenguaje, y el lenguaje del Mito que conspira para ser Historia y el lenguaje de la Historia que anhela convertirse en Mito, son el instrumento que hace tolerable el desconcierto sobre el que la humanidad discurre.

INCIPIT 1.581. LA CIVILIZACION DEL ESPECTACULO / Mario Vargas Llosa


Metamorfosis de una palabra

  Es probable que nunca en la historia se hayan escrito tantos tratados, ensayos, teorías y análisis sobre la cultura como en nuestro tiempo. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer. Y acaso haya desaparecido ya, discretamente vaciada de su contenido y éste reemplazado por otro, que desnaturaliza el que tuvo.

Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una adulteración que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.

Antes de empezar mi propia argumentación al respecto, quisiera pasar revista, aunque sea somera, a algunos de los ensayos que en las últimas décadas abordaron este asunto desde perspectivas variadas, provocando a veces debates de alto vuelo intelectual y político. Aunque muy distintos entre sí y apenas una pequeña muestra de la abundante floración de las ideas y tesis que este tema ha inspirado, todos ellos tienen un denominador común pues coinciden en que la cultura atraviesa una crisis profunda y ha entrado en decadencia. El último de ellos, en cambio, habla de una nueva cultura edificada sobre las ruinas de la que ha venido a suplantar.Aquí escribes el contenido. Aquí escribes el resto del contenido que no se vera.

INCIPIT 1.580 / INCENSURABLE / LUNA MIGUEL

 

 


Pero, dirán ustedes, nosotras le pedimos que hablara sobre el placer y la censura, ¿qué tendrá que ver esto con Lolita? Intentaré explicarlo. Cuando me pidieron que hablase sobre el placer y la censura me senté en el pretil del paseo marítimo de mi ciudad natal y me puse a pensar en lo que esas palabras querrían decir. Podrían significar nada más que unas cuantas observaciones sobre la represión sexual, pero, pensándola bien, la empresa no me pareció tan sencilla. El tema El placer y la censura puede querer decir, y ustedes pueden querer que quiera decir, La pornografía y sus detractores; o El erotismo y por qué su escritura ha estado históricamente perseguida; o tal vez El consentimiento y cómo las filósofas del siglo XXI consiguieron ponerlo en el centro de la agenda política; o esas tres cosas inextricablemente mezcladas. Al disponerme a adoptar esa triple interpretación, que también a mí me parecía la más interesante de todas, pronto advertí que tenía una desventaja fatal. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir lo que es, entiendo, el primer deber de una conferenciante: ofrecerles, después de unas horas de charla, una migaja de verdad pura que ustedes registrarían en las notas de sus dispositivos y guardarían en sus carpetas de asuntos que olvidar. No. Lo supe en cuanto me levanté y caminé hasta la orilla, y el viento de poniente comenzó a chocar con furia contra mis palabras.


INCIPIT 1.579. CON LA VIDA POR DETRAS / ANTOINE COMPAGNON


EL ALA DEL NO-ESCRIBIR

El subtítulo «Fines de la literatura» puede entenderse dediversas maneras, sobre todo teniendo en cuenta que fines está en plural. Los sustantivos literatura y fines están relacionados de la manera más simple por la preposición de: «fines de la literatura» en vez de «literatura de los fines», es decir, «de los fines últimos». Los ecos entre ambas palabras parecen innumerables: fines, que significa ‘términos, conclusiones, terminaciones, finales, desenlaces’ de la literatura; pero también ‘finalidades, intenciones, miras, designios’; o incluso ‘resultados’ y ‘aniquilaciones’. Montaigne afirmaba que la muerte no es la finalidad, sino el final de la vida,a  y yo estaría tentado de añadir, fiel al espíritu de contradicción del autor de los Ensayos: «El final no es la finalización, sino el fin de la literatura». Y los fines también serían los confines, las fronteras o los límites: «¿Tiene límites la literatura?». El debate sobre este enigma continúa vivo: «¿Puede la literatura decirlo?». Los premios de cada temporada, con su dosis de pleitos e indiscreciones, vuelven a poner en tela de juicio la libertad de la ficción.


INCIPT 1.578. LA VIUDA EMBARAZADA / MARTIN AMIS


2006 - A MODO DE INTRODUCCIÓN

Habían ido en coche a la ciudad desde el castillo, y Keith Nearing caminó por las calles de Montale, Italia, del coche al bar, en el crepúsculo, flanqueado por dos rubias de veinte años, Lily y Scheherazade...

Ésta es la historia de un trauma sexual. No fue a una edad tierna cuando le sucedió. Desde todo punto de vista, era ya un adulto; y consintió: consintió totalmente. ¿Es trauma realmente la palabra que queremos (del griego «herida»)? Porque su herida, cuando llegó, no le dolió en absoluto. Fue lo opuesto sensorial de una tortura. Ella gravitó sobre él desvestida e inerme, con las pinzas de la dicha: los labios, las yemas de los dedos. Tortura: del latín torquere, «torcer». Era lo opuesto a la tortura, aunque «retorcía». Lo destruyó durante veinte años.

Cuando era joven, a la gente que era estúpida, o estaba loca, la llamaban estúpida, o loca. Pero actualmente (ahora que era viejo) los estúpidos y los locos recibían nombres especiales derivados de aquello que les aquejaba. Y Keith quería uno. También él era un estúpido o un loco, y también quería uno: un nombre especial derivado de lo que le aquejaba a él.


INCIPIT 1.577. LA PISTA DE HIELO / BOLAÑO


Remo Morán:

Lo vi por primera vez en la calle Bucareli

Lo vi por primera vez en la calle Bucareli, en México, es decir en la adolescencia, en la zona borrosa y vacilante que pertenecía a los poetas de hierro, una noche cargada de niebla que obligaba a los coches a circular con lentitud y que disponía a los andantes a comentar, con regocijada extrañeza, el fenómeno brumoso, tan inusual en aquellas noches mexicanas, al menos hasta donde recuerdo. Antes de que me lo presentaran, en las puertas del Café La Habana, oí su voz, profunda, como de terciopelo, lo único que no ha cambiado con el paso de los años. Dijo: es una noche a la medida de Jack. Se refería a Jack el Destripador, pero su voz sonó evocadora de tierras sin ley, donde cualquier cosa era posible. Todos éramos adolescentes, adolescentes bragados, eso sí, y poetas, y nos reíamos. El desconocido se llamaba Gaspar Heredia, Gasparín para los amigos y enemigos gratuitos. Todavía recuerdo la niebla debajo de las puertas giratorias y los albures que iban y venían. Apenas se vislumbraban los rostros y las luces, y la gente envuelta en aquella estola parecía enérgica e ignorante, fragmentada e inocente, tal como realmente éramos. Ahora estamos a miles de kilómetros del Café La Habana y la niebla, hecha a la medida de Jack el Destripador, es más espesa que entonces. ¡De la calle Bucareli, en México, al asesinato!, pensarán... El propósito de este relato es intentar persuadirlos de lo contrario...


NABOKOVIANA


Experiencia, Martin Amis, p. 152

Un pie de nota para nabokovianos: recientemente (23-4-99), en los actos del centenario de su nacimiento organizados por el PEN que congregaron a más de mil personas en un teatro de la calle Cuarenta y tres, afirmé que Nabokov era para mí el novelista del siglo. En un acto que hubiera congregado a los bellowianos podría haber afirmado igualmente que Saul Bellow era mi novelista del siglo, y no habría mentido. Siempre he mantenido que estos dos escritores son en mi opinión— las figuras gemelas más grandes. Nabokov, ridículamente, descalificó en una ocasión a Bellow tachándolo de «mísera mediocridad», una evaluación basada (estoy seguro) en el exiguo conocimiento de su obra; quizá también asociaba a Bellow con esas novelas de Grandes Ideas que Edmund Wilson a veces le hacía leer. Además, era obvio que Nabokov obtenía un gran placer sensual en el hecho de mostrarse desdeñoso (es el patricio que hay en él). En el acto mencionado del PEN, su biógrafo Brian Boyd me contó que en una ocasión Nabokov «calificó» una antología de relatos cortos de varios autores, y dio una matrícula de honor a Joyce (por «Los muertos»), y el más bajo de los suspensos a Lawrence y otros autores de fama universal. Por su parte Saul Bellow tiene sus dudas sobre Nabokov. Sé que siente una apasionada admiración por Lolita y Pnin, pero hay algo en Nabokov que le disgusta: cierto barrunto de aristocrático triunfalismo, detectable en las novelas rusas Mary (1926), Gloria (1932) y La dádiva (1937), y en esa novela rusa escrita en inglés que es Ada o el ardor (1969). Comparto esa opinión, o, bien, me solidarizo con ella. Los personajes parecen etéreos: no caminan, «dan largos pasos»; jamás mascan, siempre «mastican»; se sienten siempre «con derecho a».


ULTIMAS PALABRAS

 


Experiencia, Martin Amis, p. 406

Leídas en bloque, en forma de antología, las Ultimas Palabras son algo lastimero, algo que le hace a uno preguntarse a qué viene todo ese revuelo; me refiero a toda esa palabrería en torno a la muerte, en torno a la vida. Las Últimas Palabras, en conjunto, no suelen ser sino inadvertencias, incongruencias, piedades para la galería y pomposas dramatizaciones de uno mismo. Henry James se encuadraría en este último apartado: su «Así que aquí está al fin, la distinguida cosa» de refinado estilo, resulta grave y evocador, pero destila un tufillo a artificioso. Blake es a un tiempo plañidero y extático (preguntado por su esposa de quién eran las canciones que estaba cantando, respondió: «Amada mía, no son mías, no, no son mías»). Jane Austen es lacónica (le preguntaron qué necesitaba, y contestó: «Nada salvo la muerte»). Byron, fuerte y dúctil («Ahora quiero dormir. ¿Habré de pedir clemencia? No, nada de debilidad. He de ser un hombre hasta el final»). Marx —como era habitual en él—, pertinente («iVenga, largo de aquí! Las últimas palabras son para los necios que no han dicho ya lo bastante…”) D. H. Lawrence, como tantos otros propaladores de rumores que resultan falsos, creía —o al menos así lo afirmó— que iba a recuperarse: «Me siento mucho mejor», dijo.

Horas antes del último trance, Lawrence había tenido la alucinación de que abandonaba su cuerpo. Le dijo a Maria Huxley; “'Míralo ahí en la cama!» Y antes le había dicho a Frieda: «No llores » Ésas sí que son unas buenas últimas palabras. Recomiend todo el mundo las utilice cuando le Ilegue su hora —siempre, claro, que uno sea capaz de articularlas.

Quien más fieramente rechazó todo consuelo fue Kafka. Exigiendo que sus escritos fueran destruidos totalmente, dijo: «No quedará ninguna prueba de que un día fui escritor.» Porque si un es escritor, sus libros —todos sus libros— son sus últimas palabras.


25 DE ABRIL


Los memorables, Lidia Jorge, p. 106

«Milagro, sí. Siendo yo un agnóstico, preferiría usar otro término más sereno, pero no lo encuentro. Y milagro, ¿por qué? Por la coincidencia en el tiempo de tantos hechos inesperados. Miren. Graben mi opinión antes de que sea tarde. Primero. Porque se ha probado definitivamente que, en el teatro de las operaciones, un alférez debería disparar con su bazuca contra el capitán que tenía enfrente, allí mismo, delante de la torreta de su carro de combate, y contra todos aquellos que estaban en línea, pero contra todo pronóstico, el alférez desobedeció y no dio la orden de abrir fuego. Segundo. Una corveta fondeada en el Tajo debería disparar unos cañonazos sobre la plaza, y contrariamente a lo que debería haber sucedido, todas las bocas de fuego permanecieron inertes. Lo que pasó aún hoy se interpreta, pero no se conoce. Sea como sea, un milagro. Tercero. Fíjense. Toda una brigada, instalada en Cristo Rei, estaba a punto de hundir esa corveta que se encontraba en su punto de mira y, a pesar de la indefinición del mando del navío, las armas que la vigilaban permanecieron calladas. Cuarto. Un capitán dio orden para abrir fuego contra la fachada de un cuartel, y en ese momento el compañero que estaba en el interior del tanque no disparó. En aquel preciso instante en que se podría haber iniciado una masacre, el oficial no tenía puestos los auriculares en los oídos. ¿Cómo interpretan ustedes esto? Quinto. El jefe del Estado, acorralado en el cuartel, mandó abrir fuego sobre la ciudad, allí donde fuese necesario, que se disparase, que se abriese fuego sobre la plaza de enfrente. El comandante de la Guardia estaba delante del jefe del Estado, le era fiel y, sin embargo, no cumplió la orden. ¿No es esto extraordinario? Sexto. Cuando, en el interior del cuartel, por fin, había alguien preparado para soltar la orden fatídica, unos niños corriendo aparecieron en el pasillo y esa imagen evitó el cumplimiento de la orden. Alguien pensó que, después de aquellos niños, morirían otros miles como ellos. En vez del ruido de metralla, el silencio que se hizo sentir en el interior del cuartel era total. Allí dentro solo se oían susurros, hasta que tuvo lugar la capitulación. Fíjense. Todos los gritos de alegría venían de fuera. Después hubo un séptimo y después un octavo milagro. Y así se fue, de milagro en milagro, uno detrás de otro, hasta la victoria final, ya al caer la noche.


INCIPIT 1.576 CAIN / VON REZZORI



No existe ninguna base para aseverar que la persona que encontró los textos aquí presentados se diese cuenta de inmediato de lo que tratan. Aunque el abogado Fritz Engelhardt se presenta como un versado lector de mis libros, sus conocimientos se limitan probablemente a las Historias de Magrebinia, por lo que resulta dudoso que los nombres que aparecen en las páginas encontradas (Schwab, Scherping, Nagel, Witte, etcétera) le hayan permitido adivinar la relación de estos folios con La muerte de mi hermano Abel. Sólo el intento de prólogo del productor cinematográfico Wohlfahrt, que por un descuido no estaba entre las primeras páginas, sino al final de la carpeta, pudo haberle indicado que el azar le había puesto entre las manos la carpeta c de los manuscritos de Aristides Subicz o de Schwab, echada en falta y dada definitivamente por perdida hace ahora ya casi treinta años. (Las carpetas A y B, como se sabe, fueron publicadas en La muerte de mi hermano Abel).

De cualquier modo, tras una mirada más atenta, se pudo determinar que existían varias incongruencias, cuando no obvias contradicciones. Llama la atención, a primera vista, que esta carpeta —la cual, según el propio Aristides, le fuera entregada por la secretaria de Schwab, la señorita Schmidschelm, tras la muerte de este último— contenga apuntes de puño y letra de Schwab que, evidentemente, fueron tomados tras la cremación de su cadáver, que, como se describe en La muerte de mi hermano Abel, tuvo lugar en el cementerio de Ohlsdorf, en Hamburgo, en 1964.


INCIPIT 1.575. MIL COSAS / JUAN TALLON


El viejo Mitsubishi Lancer marca treinta y seis grados de temperatura a las diez en punto, justo cuando Travis enfila la calle Doctor Fleming en tercera. Suena The White Stripes a todo volumen. Ya no es exactamente de día, pero no se ha formado todavía la noche. Es la hora hipotética. No se ve el sol en el horizonte, aunque queda su eco, asfixiando a la metrópoli de calor. Dentro del vehículo repiquetean muchos ruidos distintos, roncos, finos, crujientes, fantasmas, que proceden de no se sabe qué piezas y rincones. No funciona desde hace una semana el aire acondicionado y en el habitáculo se respira un calor enlatado. Es un calor dentro de otro calor, más enfermizo cuanto más interior.

Deja de acelerar, pisa el embrague, toca levemente el freno y se sube a la acera con un volantazo. Ni reduce a segunda. El coche da un brinco, como el corcovo de un caballo de rodeo, que despierta nuevos ruidos; parece que vaya a desarmarse, y cuando se estabiliza, Travis frena fuerte, porque más adelante hay un banco y en el banco una mujer de unos sesenta años sentada, con las piernas muy abiertas, mirando al cielo, al lado de una bolsa de plástico roja en la que pone Modas Rossy.


INCIPIT 1.574. EL VIAJE DE MI PADRE / JULIO LLAMAZARES


Mi padre apenas viajó. Solamente, ya jubilado, en una ocasión a Cuba para visitar a una hija que hacía allí una especialización médica y algo, muy poco, dentro de España. Pero con dieciocho años hizo por obligación un viaje que le llevó a cruzar la península ibérica de extremo a extremo y que le marcaría por siempre, pues fue para ir a la guerra, de la que volvió milagrosamente, ya que le tocó participar en algunas de las peores batallas de la contienda civil española: la de Teruel y la de Levante, con un punto de inflexión en la sierra de Espadán, en la provincia de Castellón, donde a punto estuvo de perder la vida. La conservaron su compañero radiotelegrafista y él gracias a la picardía de uno de los dos, nunca supe cuál, que de una patada rompió la radio con la que el capitán de su compañía se comunicaba con su superior, por lo que, ante su inutilidad allí, quedaron exentos de seguir internándose en una sierra que se había convertido en el infierno de tantas bombas como caían. De su compañía, de hecho, se salvaron sólo mi padre y su compañero y tres o cuatro docenas de soldados más.

Como sucede siempre, cuando mi padre me contaba esas historias yo no le hacía mucho caso (recuerdo, sí, escucharle hablar del frío de Calamocha y del descubrimiento del mar en el puerto de Castellón


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