Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DOORS


Los que sueñan el sueño dorado, Joan Didion, p. 141

En aquel atardecer de 1968 se encontraban reunidos en una dificil simbiosis para grabar su tercer álbum, y en el estudio hacía frío y las luces eran demasiado fuertes y había masas de cables y bancos enteros de esos ominosos circuitos electrónicos parpadeantes con los cuales los músicos conviven con tanta facilidad. Estaban presentes tres de los cuatro miembros de los Doors. Había un bajista prestado de una banda llamada Clear Light. Estaban el productor y el técnico de sonido y el director de gira y un par de chicas y un husky siberiano llamado Nikki, que tenía un ojo gris y el otro dorado. Había bolsas de papel medio llenas de huevos duros e hígados de pollo y hamburguesas con queso y botellas vacías de zumo de manzana y vino rosado de California. Había todo lo necesario y estaba todo el mundo necesario para que los Doors terminaran su álbum con la excepción del cuarto Door, el cantante, Jim Morrison, un licenciado de veinticuatro años de la U CLA que llevaba pantalones de vinilo negro sin ropa interior y que tendía a sugerir que existía un espectro de posibilidades más allá del pacto de suicidio. Era Morrison quien había descrito a los Doors como «políticos eróticos)). Era Morrison quien había definido los intereses del grupo como «cualquier cosa relacionada con la revuelta, el desorden, el caos y las actividades que no parecen tener significado alguno». Era Morrison a quien habían detenido en diciembre de 1967 en Miami por ofrecer un espectáculo «indecente». Era Morrison quien escribía la mayoría de las letras de los Doors, cuyo peculiar carácter consistía en reflejar o bien una paranoia ambigua o bien una insistencia bastante poco ambigua en el binomio amor-muerte entendido como colocón supremo. Y era Morrison quien estaba desaparecido. Eran Ray Manzarek y Robby Krieger y John Densmore quienes les conferían su sonido a los Doors, y tal vez fueran Manzarek y Krieger y Densmore también quienes hacían que diecisiete de los veinte entrevistados en American Bandstand prefirieran a los Doors por encima de otras bandas, pero era Morrison quien se subía al escenario con sus pantalones de vinilo negro sin ropa interior y proyectaba la idea, y era Morrison a quien todos estaban esperando ahora.


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