Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PADRES E HIJOS


Los seres felices, Marcos Giralt Torrente, p. 13
No quiero dar la sensación de que inclino del lado de mi madre el peso negativo de la balanza. Quiero ser objetivo, hacer un retrato de ambos ajustado a la realidad. Mi padre era sosegado y, a diferencia de ella, leía y tenía buen gusto, pero nadie es mejor o peor persona por leer más o menos o por tener mejor o peor criterio estético. La capacidad de disfrutar con un claustro renacentista o una novela no dice gran cosa de las personas y, desde luego, nada de su cualidad moral; tampoco lo dice el carácter, que en su mayor parte se hereda. A mi padre le sudaban las manos y tenía tendencia a distraer una de ellas en la entrepierna cuando estaba tumbado, las dos cosas las he heredado yo. No considero que sean cuestión de carácter, por supuesto que no. Lo que quiero decir es que, del mismo modo que cargamos con herencias tan nimias, heredamos casi todo. De hecho, si me pongo a pensar, no hay un detalle de mi personalidad que me pertenezca en exclusiva. En todos veo el influjo, aunque sea remoto, de mis padres. Mi madre medía sus pasos y yo también. Mi padre practicaba la sumisión como una forma de ocultamiento y yo también. Lo que no otorga la herencia es un eximente para nuestras acciones. Respondemos a códigos que nos remiten a la infancia, pero lo que hacemos con éstos sólo es responsabilidad nuestra. Si mis padres eran como eran es porque así lo querían. N o tiene sentido escarbar en su pasado a la búsqueda de un antiguo complejo, una íntima sensación de inferioridad en mi madre o un sentimiento de desprotección que impelía a mi padre a buscar la protección de mujeres fuertes. Los antecedentes existen pero no es apropiado considerarlos razones. No me resarcen a mí ni los disculpan a ellos.

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