Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EMMA SUAREZ


Desfile de ciervos, Manuel Vicent, p. 147
Después, en las tardes del café Gijón, un grupo de náufragos, no más de cinco, en torno a un velador habían elegido a Emma Suárez como la mujer de sus sueños. Solo era un pacto secreto. En esa tabla redonda donde había cómicos, periodistas y algún magistrado siempre se aludía a esta actriz como si fuera la vestal de una secta. Había un comentario que funcionaba a modo de divisa: Emma Suárez era esa actriz que siempre lo hacía bien. Nadie se permitía discutir este principio. Cuando se hablaba de alguna película o de una obra de teatro donde ella trabajaba junto con otras figuras estelares, los cinco enamorados querían ser el primero en decir: «Emma es la que está mejor”. Su nombre fluctuaba siempre en los carteles sin alcanzar una cima, pero ese segundo primer plano la hacía más atractiva, más deseable. Era una actriz solo para degustadores, y de hecho los miembros de la asociación preferían que se mantuviera siempre así: discreta, con un morbo envasado, con ese mensaje en la mirada como queriendo decir: solo necesito un buen director que me rompa por dentro. La sensación que daba Emma Suárez era la de una actriz que había incorporado el arte a su experiencia de la vida. Su manera de actuar tenía algo de artesanía después de fabricarse pieza a pieza el alma todos los días. Era muy fácil imaginar a Emma Suárez como esa mujer fuerte, dura de pelar, de una película de vaqueros. Tenía el moño rubio un poco desgreñado mientras sacaba agua de un pozo, se quitaba el sudor de la frente con el dorso de la mano, su marido con tirantes y calzones de felpa arreglaba el tejado de la casa a martillazos, de pronto llegaban los cuatreros, Emma podía sacar el rifle y disparar desde una ventana hasta ahuyentarlos; por la tarde el vaquero desnudo se introducía en una cuba humeante y ella lo lavaba, también le había dado tiempo a preparar una tarta de calabaza; al anochecer el vaquero leía salmos de lsaías en el libro sagrado balanceándose en una mecedora. De pronto Emma aparecía en camisón transparente en el vano de la alcoba y se soltaba el pelo, que le caía sobre los hombros. El vaquero cerraba la biblia e iba hacia ella. Javier era ese vaquero en sueños. En el momento de abrazarla, Emma le decía al oído: “Nada me gusta más que volverme loca”.

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