Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ANA BELEN


Desfile de ciervos, Manuel Vicent, p. 139
Javier, en sueños, tendió la mano conmovido hacia un sexo femenino misterioso, profundo, turbulento, y de pronto creyó haber despertado en medio de la muerte, pero en realidad había perdido la noción del tiempo y del espacio en medio de una duermevela en la que comenzó a sonar una música confusa de Víctor Manuel, de Serrat, de Miguel Ríos, de Sabina, de Aute, de Antonio Vega, y sobre ellos la figura de Ana Belén se paseaba cantando La puerta de Alcalá hasta que su voz se impuso a la de todos los demás. Cuando la política se abría a la libertad y una generación de artistas jóvenes creía que las cosas podían cambiar cantando, Ana Belén, sin perder su poder de seducción, estaba siempre donde había que estar, donde se esperaba que estuviera: en la huelga de actores, en los mítines contra la OTAN, al pie de todos los manifiestos, detrás de todas las pancartas. Ella es de los nuestros, se decían los políticos progresistas. Sin perder el swing, la elegancia que se ondulaba sobre su eje corporal, sin gritar ni descomponer la figura, se había apuntado al Partido Comunista, que era el puerto natural donde recalaban contra Franco todos los inconformistas, rebeldes, visionarios y compañeros de viaje. Ana Belén estaba de moda. ¿Cómo una chica tan guapa, tan sexy, llena de éxito, podía ser roja? Contra este icono comenzaron a urdir represalias los reaccionarios, quienes llegaron a ponerle una bomba en su chalé de Torrelodones acusándola de haber quemado una bandera española durante la representación de una obra de teatro en México. Ana Belén también entró después en el paquete de los que sufrieron el desencanto de los sueños juveniles. Pero ella seguía siendo atractiva y conservaba todavía la energía del barrio de Embajadores, el latido de la gente sencilla de la calle. La travesía de Ana Belén iba a doblar el cabo del milenio y su rostro, aun en esos días, era todavía el icono de una vieja lucha que más allá del desencanto conservaba el aura de resistente, ese eje interior que por la planta de los pies la afinca siempre en la tierra.

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