Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

TURISTAS

Los nombres, Don De Lillo, p. 47
Mi vida se hallaba repleta de sorpresas rutinarias. Un día era un grupo de corredores de maratón esquivando a los taxis junto al Hilton de Atenas, y al siguiente doblaba una esquina en Estambul y me topaba con un gitano que llevaba un oso atado a una cuerda. Comencé a verme a mí mismo como un turista permanente. En cierto modo, resultaba agradable. Ser un turista equivale a escapar del control. Los fallos y los errores no te caen encima como sucede si permaneces en casa. Uno puede recorrer continentes y lenguas y paralizar temporalmente su sentido común. El turismo es un desfile de papanatismo. Se espera de ti que te comportes como un imbécil. Todos los mecanismos del pais anfitrión se encuentran diseñados para unos viajeros que obrarán de modo idiota. Uno se mueve en círculos, aturdido, dejándose las pestañas en mapas plegables. Uno no sabe cómo dirigirse a la gente, cómo llegar a ningún sitio, qué representa el dinero, qué hora es, qué debe comer ni cómo debe comerlo. La estupidez constituye un modo establecido de comportamiento, un estándar, una norma. Uno puede sobrevivir de este modo durante semanas y meses sin ser reprendido ni sufrir ninguna consecuencia directa por ello. Junto con miles de otras personas, uno disfruta de bulas y de amplias libertades. Junto con ellos, forma parte de un ejército de idiotas que, vestidos con ropas sintéticas de alegres colores, montan en camellos y se fotografían unos a otros agobiados por el cansancio, la sed y la disentería. Ninguno tiene que pensar en nada que no sea la próxima de sus absurdas actividades. 

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