Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PALAIS WITTGENSTEIN

El mundo tal como lo encontré, B. Duffy, p. 496
Wittgenstein no era tan afortunado. Al regresar del campo de prisioneros en Italia, presenció cómo la turba casi famélica de Viena talaba los bosques de la ciudad y se llevaba la madera en rechinantes carros y carretillas. Pero lo peor para él fue comprender que ahora era uno de los hombres más ricos de Viena porque el grueso de su fortuna estaba a salvo en América y rendía cuantiosos intereses. Para él era el infierno tener tanto cuando los demás tenían tan poco ... sentir de manera tan indeleble la culpa y la responsabilidad del dinero añejo que, después de acumularse durante tanto tiempo al sol, se concentraba en poder como la miel de la abeja. El peso del dinero amontonado sólo servía para abismar aún más su alma que se ahogaba. Apenas una semana después de que Wittgenstein regresara a casa, la sensación de culpa por su riqueza se volvió insoportable. A pesar del gozoso alivio que les producía tenerlo otra vez junto a ellas, Mining y Gretl percibían su ansiedad que se encrespaba como las ondas de un lago. Su hermano o bien no hablaba en absoluto, o bien de pronto lo hacía a toda prisa, con una complejidad alarmante, vertiginosa. No podía pensar por lo mucho que pensaba, no podía dormir por lo mucho que soñaba, porque el soñar también era pensar; todo era pensamiento y todo pensamiento, sueño. ¡La música! Anhelaba la música, pero la música también era pensamiento y siempre la tocaban demasiado lenta o demasiado rápida, como la conversación que, en su ansiedad e impaciencia, le hacía desear apresurarse hasta un extremo que resultaba imposible en medio de la algarabía. La culpa la tenía la casa, pensaba, el Palais Wittgenstein, ese pastel pringoso relleno de sueños muertos. Detestaba la casa. Hundida en el suelo de una cultura anterior era, como él, un anacronismo. ¡Ojalá hubiera muerto en un momento de brillantez! ¡Ojalá se hubiera convertido en una estrella del cielo! Pero ahora se sentía arrojado a los hornos de un futuro informe, como otra inútil reliquia de la guerra que había que desguazar y fundir.

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