Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

HUICHILOBOS

Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, Sánchez Ferlosio, p. 96
Uno de los motivos que más clamorosamente se esgrimieron por justificación de la conquista y la destrucción del Imperio Azteca por el ejército de Hernán Cortés fue el de acabar con el horror de los sacrificios humanos que aquellos pueblos ofrendaban a sus dioses. Entre esos dioses, parece ser que por patrono especial de la victoria de las armas y protector de la dominación era considerado y venerado Huichilobos. Huichilobos propiciaría la dominación de los aztecas sobre todos los pueblos circundantes  y, desde el altiplano, extendería las lindes del imperio hasta hacerlo llegar de mar a mar. Huichilobos era el fiador del altísimo destino reservado a los aztecas, el que guiaría las armas del naciente imperio de victoria en victoria hasta su coronación. Noche tras noche, por toda la extensión del agua inmóvil de la laguna en sombra, repercutía el oscuro y lúgubre zumbar de los tambores, cuando el gran Huichilobos recibía, saltando de un corazón recién partido, su oblación de sangre. Pero él se gozaría en el sacrificio, alegraría su corazón noche tras noche, y un día les concedería todo un imperio. La inquebrantable fe de los aztecas en la conexión mítica por la que se tramitaba la función de intercambio entre aquellos sacrificios de víctimas humanas y el imperio que aquel gran Huichilobos pondría al fin en sus manos convirtió la defensa y la resistencia de Tenotichlán en una de las más heroicas y más desesperadas epopeyas que se conozcan de un pueblo vencido. ¿En nombre de qué destruisteis la gran ciudad de la laguna, la incomparable Venecia de Ultramar? ¿Qué Dios hacedor de imperios como instrumentos de su providencia invocáis por consentidor de tan incontables muertes y martirios por ejercicio de la dominación, designada para autora de las grandes creaciones de la Historia? ¿En qué ara sacrosanta de la Historia pudo verse inmolada con sus gentes nada menos que la entera ciudad de Tenotichlán? Si a la condición misma de la Historia hacéis pertenecer la eternidad del sacrificio, junto a lo ineluctable de su necesidad; si al sacrificio mismo hacéis ya activo mediador, ya positivo instrumento imprescindible de las grandes creaciones de la Historia, ¿en nombre de qué, ¡por Dios crucificado!, pudo agraviaros, campeones de la Historia y la dominación, la ferviente oblación de sangre derramada sobre el ara de aquel gran Huichilobos, hacedor de imperios? ¿No es acaso aquel mismo cruento Huichilobos, hoy viejo, aniquilado y recambiado de nombre y de figura, multiplicada por mil su sed de sangre, este dios de la Historia que invocáis y en cuyo nombre acatáis el sacrificio y su necesidad? ¡En esto ha venido a dar tanto aspaviento, tanto horror al sangriento Huichilobos, tanto martirio sobre el pueblo azteca, tanta saña contra la gran Tenotichlán! En que al cabo los dioses no han cambiado ... ni nada haya cambiado.

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