Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

W.

El mundo tal como lo conocí, B. Duffy, p. 405
Más tarde, Ernst le preguntó a Wittgenstein, dándole un ligero apretón en el hombro:
-¿Ha escarmentado ya a esa rata?
Era un apretón inocente; sólo la manera que tenía el cabo de establecer contacto. ¡Cuántas veces había caminado Wittgenstein en la oscuridad con la mano de Ernst apretándole el brazo! El gesto significaba mucho más para él mismo que para Ernst ... por eso le ponía tan nervioso. Además, Ernst era su amigo y los sentimientos que Wittgenstein experimentaba a veces por él eran, desde su punto de vista, inapropiados para dos amigos, por no mencionar para el ejército.
En ese sentido, la amistad con Pinsent había sido fácil, porque Pinsent no era su tipo. Pero el confiado y rudo Ernst sí lo era. En general, Wittgenstein había conseguido acallar sus propios deseos, pero de pronto lo arruinaba todo la visión de una pantorrilla musculosa, una espalda desnuda o un par de nalgas blancas envueltas en el picante vapor antiséptico de la ducha contra los piojos. ¿Por qué?, se preguntaba. Era sólo pelo, músculo, piel. ¿Por qué lo abrumaban estos detalles?

En los Evangelios de Tolstoi las tentaciones eran hogareñas y simples. Un campesino que trabajaba en el campo levantaba la mirada y veía a un diablo con pequeños cuernos de chivo espiándolo desde un árbol podado, instándole a tomar un trago o una pizca de rapé. Pero el pecado del campesino era una nadería y su demonio un mero cero a la izquierda comparado con el demonio de la lujuria. Bajo aquellas inquietudes yacía la desesperación ... ya que esas periódicas ansias sexuales eran siempre un indicio de su desesperación.

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