Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Mrs. TOUCHETT

La señora Osmond, John Banville, p. 259
Hay una verdad universal que a menudo sorprende mucho a los jóvenes y les produce la impresión de que los han frenado en seco con violencia, y es que, lo mismo que son ellos ahora, también lo fueron antes los viejos. Podemos formularla de otro modo diciendo que cada generación se considera única, y que cada nueva hornada que entra en la edad adulta cree estar disfrutando, o soportando, vivencias, descubrimientos y dificultades nuevas, singulares y exclusivas de ellos y de sus coetáneos. El mundo de los jóvenes es siempre un mundo nuevo y valeroso, poblado de gente joven y audaz como ellos. Están dispuestos a aceptar la posibilidad de que sus padres hayan vivido y amado, disfrutado y sufrido, igual que ellos, aunque de un modo más apático y desvaído, claro, y aunque a estas alturas hayan olvidado la mayor parte si no todo lo que sabían; los hijos de estos amnésicos los miran y sonríen o fruncen el ceño, según el grado de cordialidad que haya sobrevivido a los rigores de veintitantos años de vida íntima familiar, e igual que el acomodador en el descanso de la obra de teatro, les indican amables la dirección de la salida. A los viejos, a quienes los jóvenes consideran una especie prehistórica y totalmente separada, como los uros, pongamos, o las secuoyas de California, se los considera, en lo que se refiere a la experiencia, ajenos a los sucesos y tragedias de la vida diaria, mientras que su vida cuando eran jóvenes, en una época inmemorial y muy lejana, se cree que sin duda debía ser tan lenta, serena y plácida como parece serlo ahora; después de pasar de una juventud primordial a una vejez sin fricciones y carente de molestias y alteraciones, existen como inocentes periclitados, inofensivos, sin afectos, anticuados y virginales. Por esa razón, Isabel escuchó la vieja historia de traiciones, pasiones y dolor de su tía con la más profunda de las sorpresas.
En la foto Shelley Winters 

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