Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

DE LA TELEVISION


En cuerpo y en lo otro, DF Wallace, p. 2
Las estadísticas sobre el porcentaje de la jornada americana que transcurre delante de pequeñas pantallas son bien conocidas. Sin embargo, la generación americana nacida, digamos, después de 1955 es la primera para la cual la televisión es algo con lo que se vive, no algo que simplemente se mira. Nuestros padres contemplan el televisor más o menos como las chicas modernas de los años veinte veían el automóvil: como una curiosidad convertida en capricho convertido en seducción. Para nosotros, sus hijos, la tele forma parte de la realidad en la misma medida que los Toyota y los atascos de tráfico. Somos literalmente incapaces de “imaginarnos” la vida sin ella. Igual que la tele presenta y define gran parte del mundo desarrollado de hoy día, también lo hace con nuestra experiencia cotidiana. Pero nosotros, a diferencia de nuestros mayores, no tenemos recuerdos de un mundo donde no existía esa definición electrónica. Es algo que nos viene de fábrica. En mi infancia, a finales de los sesenta, en el sur rural de Illinois, a muchos kilómetros y muchos megahercios de cualquier centro de producción de entretenimiento, el estar al día de lo que sucedía en series como Batman o ]im West era el medio mismo de la interacción social. Gran parte de nuestros juegos originales no eran más que réplicas de lo que habíamos visto por la tele la noche antes, y la verosimilitud se tomaba muy en serio. La capacidad de hacer una imitación pasable de Howard Cosell, Pablo Mármol, el pájaro de los cereales Cocoa Puffi o Gomer Pyle era un baremo de tu estatus, una determinación de tu estatura.

1 comentario:

Chafardero dijo...

Y en ello seguimos, pues por ahora internet no parece restar público a la caja tonta.
Saludos

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