Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

W

En cuerpo y en lo otro, DF Wallace, p. 114-115
El Wittgenstein de las IF invierte mucha energía y tinta en oponerse a la idea de lo que se ha dado en llamar “lenguaje privado”. El término pertenece al pragmatista William James, al que W, a quien no convenía tener de enemigo, acusó de estar buscando siempre “la alcachofa entre sus hojas”. Pero el afán de las IF por mostrar la imposibilidad de un lenguaje privado (algo que consigue, en gran medida) es también una terrible ansiedad por evitar las consecuencias solipsistas de la lógica matemática entendida como paradigma del lenguaje. Recuérdese que los esquemas de arreglo a la verdad de la lógica matemática, así como los hechos individuales que esos esquemas describen, existen independientemente de quien habla, de quien conoce y sobre todo de quien escucha. La insistencia de las IF -como parte del alejamiento que lleva a cabo el libro de la idea de cómo debe ser el mundo para que sea posible el lenguaje y su acercamiento a la idea de cómo debe ser el lenguaje a la vista de cómo es realmente el mundo, con todo su farfullar y su encanto y su profundo absurdo- en que la existencia, no, la idea misma del lenguaje depende de alguna clase de comunidad comunicativa ... constituye el ataque filosófico más poderoso a la coherencia básica del escepticismo/ solipsismo desde aquel Descartes cuyo Cogito el mismo Wittgenstein contribuyó a ensartar. Tres. La gran diferencia final es una atención nueva y clínica a las malas artes casi nixonianas del mismo lenguaje ordinario. Uno de los preceptos de las IF es que las cuestiones filosóficas profundas se pueden resolver averiguando por qué las construcciones lingüísticas se usan como se usan, y que muchos/la mayoría de los errores de la “metafísica” o la “epistemología” provienen de la susceptibilidad que tienen los humanos y los académicos a la pharmakopia de trucos, engaños e invenciones que posee el lenguaje. El último Wittgenstein está lleno de grandes ejemplos de cómo las personas están sucumbiendo continuamente al “embrujo” metafísico del lenguaje ordinario. Perdiéndose en él. Por ejemplo, las locuciones como «el flujo del tiempo» crean una especie de fantasma de UHF ontológico, nos seducen para que de alguna manera veamos el tiempo como si fuera un río, que no solo «fluye» sino que lo hace de forma externa a nosotros, externa a las cosas y a los cambios de los que en realidad el tiempo no es más que una medida. O bien los predicados ordinarios “juego” y “reglas”, cuando se yuxtaponen simultáneamente a, por ejemplo, la taba, el gin rummy. el béisbol para aficionados y las Olimpiadas, nos engañan para que caigamos en un ilusorio universalismo platónico según el cual hay cierto rasgo trascendentalmente existente común a todos los miembros de las extensiones de “juego” o “regla”, en virtud del cual cada miembro es un “juego” o una “regla”, en lugar de ser esa red fluida de “parecidos familiares” que, para Wittgenstein, justifica a la perfección el que se adjudiquen predicados en apariencia unívocos para calificar algo que no viene a ser más que un tipo de conducta humana, y no, en cambio, ninguna clase de cartografia trascendente de la realidad. 
En la imagen W de Derek Jarman

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